domingo Ť 19 Ť agosto Ť 2001

Rolando Cordera Campos

El gran golpe

De nuevo, como ocurrió cuando la guerra sucia se tiñó de rojo, los aparatos se dan la mano. Por ahora sólo de voz, pero las fronteras entre el dicho y el hecho violento siguen porosas

Si no en cascada sí en tumulto, las agencias del orden público o de la seguridad nacional que lo sabe y lo prevé todo, le arrojan a la sociedad que despierta a la realidad confusión tras confusión. No se trata de fabricar delitos y delincuentes como en el pasado, no todavía al menos, pero sí de dar "golpes" de imagen que no pueden sino desembocar en grandes y ridículos palos de ciego.

Subversión organizada hay en México hace muchos años, con más de un pretexto o razón, por cierto. Hay quienes se plantean la revolución como única vía para el progreso social, y a la lucha armada como vehículo inevitable; hay quienes se quedaron en la costumbre de vivir fuera de la sociedad y aprovechar sus mil y una deficiencias para justificar un modo ilícito de vivir, siempre con la bandera del cambio profundo; hay, en fin, quienes propalan la necesidad de la violencia, reclaman respeto no sólo a sus ideas sino a sus equívocos y turbios desempeños, y hasta exigen de sus contemporáneos homenajes permanentes a su extraña valentía. Y está también, a partir de 1994, un ejército que no hace la guerra, que exige que el que tiene enfrente se rinda, pero que a la vez, recoge y hace visibles algunos de los motivos más profundos para la vergüenza nacional de una sociedad que se autodefine moderna, pero que cultiva el racismo a la vuelta de cada esquina, escaño o curul de la democracia en estreno.

De todo eso se trata, aunque no solamente, la seguridad interior de la nación y del Estado, pero sus órganos se mantienen en la informalidad, la carencia de transparencia procesal y jurídica, y han puesto de nuevo a la opinión pública ante un escenario de incertidumbre lamentable, que no hace otra cosa que ampliar la inseguridad ambiente. Los núcleos de inteligencia pueden seguir especulando con sus "bandas" de seguridad, que les permiten tener todo bajo un control siempre especulativo y conjetural, pero los hechos y las detenciones, junto desde luego con las declaraciones de triunfo de los responsables directos de la hazaña instantánea de la inteligencia política y militar nacional, no producen otra cosa que desconcierto, desconfianza renovada en la acción de la justicia y, de nuevo, daños morales inaceptables a la Universidad Nacional.

En medio del champurrado, no podía faltar el verbo de las cavernas: "Nada ha cambiado", "se inicia otra guerra sucia", "todas las formas de lucha son legítimas". De nuevo, como ocurrió cuando la guerra sucia se tiñó de rojo, los aparatos se dan la mano. Por ahora sólo de voz, pero las fronteras entre el dicho y el hecho violento siguen porosas.

El EPR y las FARP parecen haberse convertido en coadyuvantes del Ministerio Público: uno informa de padres militantes de su organización que tienen que huir y dejan a sus hijos al amparo de la persecución, sin deberla ni temerla. Las otras desconocen la membresía de los arrestados y hasta la autoría de los petardos que ya se habían previsto, salvo tal vez en la hora de su activación. Pero el ministerio está más bien dedicado a contarnos historias de misterio, de espías y vaqueros, de cuán bien se la llevan con la inteligencia del Ejército y de cómo gozan el intercambio de ingenios con los del Cisen.

Con broche de oro se cierra la operación: todos a una señalan a la UNAM como "semillero" de guerrilleros, seguramente como resultado del tedio que produce en los jóvenes el marxismo adocenado que quedó por ahí, y advierten sobre la inminente ampliación de las investigaciones respectivas. ƑY por qué no extender la pesquisa a Neza, o Iztapalapa, o San Nicolás de los Garza, Corea del norte o del sur? ƑPor qué singularizar la categoría ciudadana, pero delictiva, de universitario? Por desgracia, hasta el honorable Canal 11 en su ejemplar noticiario se dejó llevar por los ecos del triunfo magistral y se dedicó a preguntar el jueves pasado si se "creía o no" que la universidad era el semillero descubierto por el estudio de marras.

Qué gran golpe... pero sobre el propio rostro del Estado. Ť