domingo Ť 19 Ť agosto Ť 2001

José Agustín Ortiz Pinchetti

Acertar en el centro

El establecimiento del Consejo Consultivo para el Rescate del Centro Histórico de la ciudad de México dio de lleno en el blanco. Es un acierto político y cultural. Aunque sólo el tiempo podrá decir si cristaliza y se mide su impacto. El consejo inauguró sus trabajos en el hermoso salón de la tesorería del Palacio Nacional, el que es a su vez centro del centro de nuestra historia.

Un intento de una justa reparación a una gran ciudad agredida y ante quienes en el pasado intentaron inútilmente la desfiguración de su grandeza.

Se propone el rescate del corazón de la ciudad más original y grandiosa de toda América, de un tablero de palacios, plazas, templos y calles viejas que sirven de núcleo a la ciudad y a la nación entera.

El centro ha sufrido graves asaltos: las inundaciones de los siglos xvi y xvii lo convirtieron en una ciénaga y a la Catedral, en una isla de perros. El estilo neoclásico de los Borbones atacó a la ciudad barroca. Al triunfo de la Reforma se intentó extirpar la raíz y fue invadida por un estilo europeizante. La Revolución de 1910 descuidó la riqueza virreinal que había quedado y se lanzó por el camino de la modernidad más mediocre con edificios sin estilo, diseñados con el propósito de aumentar las rentas con la menor inversión posible. Pero la riqueza es tan enorme que ni la usura, la incuria y ni un estúpido "modernismo" la han podido aniquilar.

Para recuperar el tesoro que quedaba, en 1964 don José Iturriaga presentó un proyecto de rescate muy completo que pretendía no sólo la restauración de los edificios más importantes, sino la creación de una zona de desarrollo inmobiliario y turístico. Su viabilidad estaba garantizada por un estudio financiero que atrajo a los banqueros más importantes de la época. El proyecto fue abortado por los celos políticos de Ernesto P. Uruchurtu, cuyo modelo de capital fue una Dallas del tercer mundo.

Los terremotos del 19 de septiembre de 1985 parecieron dar el tiro de gracia. En 1992 se logró que el Centro Histórico fuera declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad, distinción que no hemos honrado. A principios del siglo xxi el casco de la ciudad de México se ve decadente, abandonado, maloliente.

Hoy reaparece y se aviva la preocupación por el centro de la ciudad. Coincide con la etapa final de su emancipación política que le fue negada durante 70 años. Hay que aprovechar una nueva coyuntura histórica y política: el triunfo de la democracia y el inicio de la transición. Parte del afán renovador puede convertir al Centro Histórico en un símbolo de múltiples acuerdos y rescates implícitos.

El proyecto da de lleno en el blanco de la política. Atrae la voluntad de las autoridades locales y nacionales. Se concibe como la recreación de un espacio apetecible para la inversión privada y como una alternativa para el desarrollo económico, social y cultural. El convenio fue firmado por el jefe de Gobierno de la capital, Andrés Manuel López Obrador, y el presidente de la República, Vicente Fox. Se puso en manos de Carlos Slim, un personaje que no es un líder político ni cultural, sino un empresario rico y poderoso y probablemente el más creativo de su clase. Esta decisión pragmática es un acierto y lo es también la generación de la oportunidad para acuerdos futuros entre quienes representan dos fuerzas. El apretón de manos entre Fox y López Obrador produjo un aplauso general que yo llamaría cargado de alegría y de esperanza.

Sin embargo no nos podemos hacer ilusiones. Carlos Monsiváis previene contra la falsa esperanza. La tarea implica una inversión de mil millones de pesos, pero además la superación de las codicias privadas y de las mediocridades públicas. No será fácil hacer perseverar una empresa tan ambiciosa en una época de grave decadencia económica. Como dijo Carlos Monsiváis, el proyecto no va a funcionar si no se recupera una dimensión utópica de la ciudad: la que va acompañada no sólo por el crecimiento económico, sino por el comienzo de un proceso de redistribución del ingreso. No podemos aspirar al surgimiento de una isla urbana maravillosa en una entidad en la que casi la mitad de sus habitantes viven en la miseria. Ť