Guillermo Almeyra
Argentina: la protesta y la esperanza
La magnitud de las movilizaciones contra la política del gobierno argentino, o sea, contra la de los banqueros e importadores y la del capital financiero internacional, es muy grande y seguirá creciendo. Esas movilizaciones son respaldadas por la Iglesia católica y otras confesiones, y la protesta contra los cortes de salarios abarca incluso sectores policiales y hasta el ejército, el cual además se siente ofendido por el retiro de las bases argentinas en la Antártida, cediendo a una exigencia del gobierno de Tony Blair, muy de "tercera vía", pero igualito al de la Thatcher en su imperialismo y en muchas cosas más.
Las marchas, movilizaciones, cortes de carreteras, huelgas tienen como característica principal la activa participación en ellas de sectores, incluso muy jóvenes, estudiantiles o populares, y el papel protagónico de los trabajadores organizados, desocupados o no, y de algunas organizaciones sindicales, como la Corriente Clasista Combativa (CCC) y sobre todo la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), papel que obliga incluso a las burocracias sindicales más corrompidas, como la CGT, a sumarse a algunos paros nacionales.
Pero carecen de referentes o aliados partidarios en las Cámaras, aunque en dichas movilizaciones participan activamente muchos grupos de izquierda, no coordinados entre sí, y algunos sectores partidarios, como el ARI, que encabezan la diputada Elisa Carrió y dirigentes socialistas, y aunque el ex presidente Raúl Alfonsín y sus seguidores de la Unión Cívica Radical se oponen a Domingo Cavallo coquetean con las protestas.
El acuerdo con Cavallo, el FMI y toda la banda de saqueadores radicales y peronistas unidos, mayoritarios en las Cámaras y agarrados al poder, no sería un obstáculo decisivo si el bloque social y nacional que se expresa en las movilizaciones (desocupados, trabajadores que luchan por mantener sus salarios, estudiantes y maestros, clases medias rápidamente pauperizadas, pequeños y medios comerciantes, industriales y agricultores, sectores de la Iglesia y hasta algunos sectores exportadores al borde de la quiebra por la sobrevaloración del peso) superase el nivel de las protestas y tuviese un programa alternativo común, un proyecto de país diferente.
Es decir, posiciones comunes sobre qué hacer con la deuda externa (más de 130 mil millones de dólares en un país cuya población llega apenas a un tercio de la de México y a un quinto de la de Brasil), sobre cómo recomponer el Mercosur en beneficio de los trabajadores y no de las grandes empresas, cómo reconstruir el mercado interno, la educación, las finanzas, incluso la esperanza. Porque para un cambio no basta la protesta, sino que se necesita la esperanza.
La resistencia podrá crecer y alentar la moral de los golpeados por la crisis, pero debe trascender y convertirse en proyecto alternativo si no se quiere que otras fuerzas recojan el gobierno con la fuerza de los manifestantes. O que, como alternativa, la descomposición social, reflejada hoy mismo en el aumento de la delincuencia y la emigración, lleve a una implosión de "suma cero", a una solución que no será tal, al caos social. Sobre todo porque las reservas en divisas siguen huyendo del país, porque la recaudación impositiva se achica al mismo ritmo de la desocupación y de la caída del mercado interno, porque los capitales huyen de los "países emergentes" o no llegan sino en pequeña cantidad.
La posibilidad cada vez más real de una moratoria en la deuda externa argentina aumenta la desesperación de vastas capas de pequeños productores y de la clase media (endeudadas en dólares) y, también, la agresividad y la voracidad de los golden boys ligados al capital financiero.
El choque entre las clases se hace más feroz cada día. Todos, incluso en los cuarteles, están en estado de asamblea y las deliberaciones políticas se hacen también y sobre todo fuera de las Cámaras, en el seno de los factores de poder. Es necesario, por lo tanto, un plan de salvación nacional y de economía de guerra que reconstruya el poder adquisitivo de los trabajadores y el mercado interno, y frene la desindustrialización. Un plan que expropie a los ricos y devuelva a los pobres y al país lo que les ha sido robado; un plan que encuentre aliados en los trabajadores de los otros países del Mercosur para poder enfrentar la inevitable presión de Estados Unidos una vez que el país, inevitablemente, declare ya pagada la mayor parte de su deuda externa (si no es que toda) y destine al desarrollo los recursos que van hacia afuera (más de la mitad del producto interno bruto sirve para pagar los servicios de una deuda superior a cuatro años de producción nacional).
Ese plan mínimo debería ser defendido por
una alianza social que dé forma política al bloque opositor
que hoy protesta y se manifiesta. Argentina necesita una alternativa, una
esperanza. Ť
galmeyra @jornada.com.mx