sabado Ť 18 Ť agosto Ť 2001

Alberto J. Olvera

Elecciones locales y cultura política

Los recientes procesos electorales estatales han puesto de manifiesto algunos de los enormes obstáculos que bloquean el cambio político en México. Con la excepción de Yucatán, y parcialmente de Aguascalientes, en todos los estados el partido gobernante ha ganado los procesos electorales. La alternancia debe ser vista como un fenómeno de excepción, resultado de elecciones "plebiscitarias", y no como una regla democrática ya instalada en la cultura política del país. Por el contrario, la fragilidad de los partidos como instituciones y del voto como expresión libre de la voluntad ciudadana ha quedado demostrada.

El caso de Yucatán fue excepcional en el contexto nacional por tratarse de un ajuste de cuentas entre una sociedad agraviada por 10 años de un cacicazgo premoderno y un PRI incapaz de abrirse a nuevas fuerzas y liderazgos. En Yucatán el PAN se constituyó en alternativa porque cuenta con una diversidad de dirigentes creíbles y una cierta institucionalidad, además de una base de apoyo real en las ciudades. Ello le permitió remontar el impresionante dispositivo clientelar creado por Cervera. En cambio, en Tabasco el PRD se enfrentó al problema de no tener dirigentes visibles propios, los pocos existentes han sido alienados en sucesivas purgas interpartidarias, mientras su líder único se iba al Distrito Federal. La alianza con los políticos priístas desafectos al cacique local, única alternativa dadas las circunstancias, no funcionó en Tabasco como antes había funcionado en Tlaxcala y Zacatecas debido a que el control del aparato del partido oficial estaba firmemente en manos de Madrazo. En cambio, los priístas que se pasaron al PRD no tenían bases de apoyo propias ni control sobre las bases del partido oficial, como en cambio sí lo había tenido Monreal en Zacatecas años atrás.

En Chihuahua, Oaxaca y Zacatecas, los resultados de las elecciones ratificaron el control de los gobernadores sobre el escenario político estatal y la debilidad de los partidos de oposición. Monreal demostró que es un político pragmático que sabe manejar las tradiciones políticas corporativas en su estado, donde buena parte del viejo PRI se transformó en el "nuevo" PRD. En Oaxaca la debilidad creciente del PRD, afectado por sus tradicionales divisiones internas, se expresó en su paso al tercer lugar de las preferencias, perdiendo incluso el control de algunos distritos y municipios que eran sus plazas fuertes. El PAN tampoco pudo superar sus divisiones y escándalos en la ciudad de Oaxaca, si bien pasó al segundo lugar general, muy lejos de un apabullante PRI, que se fortalece en el estado más indígena del país. En Chihuahua, el gobernador Patricio Martínez ha demostrado una vez más que puede derrotar a un PAN afectado todavía por las divisiones internas generadas en la pasada contienda por la gubernatura, las cuales dañaron seriamente su credibilidad.

El caso de Aguascalientes ratifica, al igual que en los casos anteriores, que el efecto Fox fue pasajero, limitado a una elección fundacional, y que la política cotidiana se mueve en los carriles definidos por factores locales. Un mal desempeño del gobernador panista y una selección pobre de candidatos, así como una inteligente política priísta centrada en la coptación de nuevos cuadros entre las clases medias y los pequeños empresarios (puesta en práctica también en Chihuahua), explican la recuperación del PRI en una entidad en la que había sido arrasado. Guardadas las proporciones, este caso es el único de los aquí analizados en el que el PRI se moderniza relativamente, en buena medida gracias al vacío interno creado por su abrumadora derrota previa.

Todo lo anterior indica que estamos aún muy lejos de tener una vida política sustancialmente diferente de la anterior. El viejo régimen vive en la cultura política clientelar y corporativa y en la centralización del poder en los ejecutivos municipales, estatales y federal. Los partidos en general dependen mucho de los hombres fuertes a nivel local y estatal y tienen poca fuerza propia. Tenemos una mayor pluralidad política y una sana competencia electoral, pero el sustrato cultural en que se mueven los actores políticos y sociales es aún, en lo fundamental, el mismo de antes. Mientras no se avance en materia de transparencia en el ejercicio del gobierno, creación de espacios públicos de debate político, auténtica pluralización y libertad de prensa a nivel local y estatal, fortalecimiento de los poderes legislativos estatales y municipales, y autonomización de los partidos políticos respecto de los distintos niveles del Poder Ejecutivo, no se podrá cambiar la cultura política dominante ni transformar las prácticas basadas en la dependencia personal y colectiva de los ciudadanos respecto a los partidos y al gobierno.