viernes Ť 17 Ť agosto Ť 2001

Jorge Camil

Justos y pecadores

El ejemplar correspondiente a julio/agosto de Foreign Affairs incluye un artículo de Henry Kissinger titulado: "On universal jurisdiction" (sobre jurisdicción universal), que sólo percibirán en sus verdaderas intenciones quienes hayan leído el reciente libro de Christopher Hitchens, The trial of Henry Kissinger (el juicio de Kissinger). De lo contrario, el motivo primordial de la publicación pudiese pasar inadvertido, pues Kissinger es, después de todo, un académico con muchísimas obras sobre política internacional, y el tema, aunque más propio del derecho internacional, tiene alguna relación con las ciencias políticas, que es la especialidad del autor. El momento pudiese parecer también consecuencia natural de los acontecimientos que culminaron con el sainete londinense de Augusto Pinochet y el encarcelamiento de Slobodan Milosevic. Pero la clave de los motivos está en el libro de Hitchens, que ha desatado un verdadero furor entre ciertas ONG sobre la posibilidad de elevar cargos por violación de derechos humanos contra el antiguo secretario de Estado.

El desprecio de Hitchens por su personaje se pone de manifiesto a partir de la fotografía escogida para la portada, que muestra a un Kissinger avejentado, con la palidez de la muerte en el rostro, que ya parece estar en el banquillo de los acusados o bajo los reflectores policiacos. (Después lo describe en forma nada halagüeña como el vanidoso socialite y oportunista consultor de negocios que casi nadie identificaría con el "responsable de la muerte de civiles, el asesinato de políticos incómodos y el secuestro y desaparición de militares, periodistas y clérigos que obstaculizaban su camino".) Para Hitchens, como para William Shawcross, autor de Sideshow (tras bambalinas), este displicente alemán, que fungió durante la debacle de Richard Nixon como presidente de facto de Estados Unidos, es el principal responsable de la guerra secreta que él y Nixon, sin conocimiento del Congreso, libraron contra Laos y Camboya, mientras públicamente pretendían defender a Vietnam del Sur. En un momento culminante del texto, Hitchens revela cómo Nixon y Kissinger sabotearon las pláticas de paz de París en 1968, prometiendo a Vietnam del Sur mejores condiciones si los republicanos ganaban las inminentes elecciones presidenciales. A pesar del triunfo, Nixon y Kissinger habrían de esperar cuatro largos años para firmar la paz en las mismas condiciones ofrecidas por los demócratas. Durante esos años, sin embargo, 22 mil jóvenes estadunidenses y miles de laosianos, camboyanos y vietnamitas habrían de perder la vida en los conflictos armados del sureste de Asia.

Lleno de sofismas y medias verdades, Kissinger pretende denunciar el reciente movimiento internacional para perseguir y enjuciar criminales de guerra y genocidas, porque entraña el supuesto riesgo de arrancar el manejo de la política internacional de las manos de los gobiernos nacionales para entregarlo a la "tiranía" de jueces sobre quienes no tenemos frenos ni contrapesos democráticos. No olvidemos, advierte sin morderse la lengua, que las "dictaduras de los justos sólo han conducido a inquisiciones y cacerías de brujas". Y a propósito del tema, Kissinger acusa a Baltasar Garzón (a quien jamás menciona por nombre) de šrobarle al Estado chileno la oportunidad de lograr la reconciliación nacional! Garzón, que en opinión de Kissinger pretendió injustamente y en forma extraterritorial "someter crímenes locales" (šlas triviales transgresiones del general Pinochet!, supongo) a la justicia universal, estaba obligado a otorgar a los chilenos la misma oportunidad que los españoles tuvieron con el Pacto de la Moncloa para sellar la transición democrática. En su ataque contra la "justicia universal" Kissinger lamenta, usted perdone, que los genocidas estén sujetos al mismo procedimiento de extradición que los criminales "comunes y corrientes". Y concluye recomendando que cualquier futuro sistema de justicia universal habrá de incluir, ciertamente, castigos para los pecadores, pero también la posibilidad de contener los excesos de los justos.

Mientras tanto, Kissinger continúa visitando la antigua Indochina y haciendo redituables negocios; compañías petroleras y de gas natural, minas de oro y de cobre buscan su valiosa y bien remunerada asesoría. Pero su aparente tranquilidad tiene que haber sido sacudida recientemente por el inusitado arresto de Slobodan Milosevic y la no menos sorprendente instalación del tribunal camboyano para los crímenes de guerra del khmer rouge.