EL FANTASMA DE LA GUERRA SUCIA
Los
recientes atentados contra tres sucursales de Banamex, reivindicados por
las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo (FARP), y la posterior captura
de cinco personas acusadas de haber participado en esos ataques, obligan
a evocar las épocas amargas en las que varias organizaciones político-militares
declararon la guerra al Estado y éste, a su vez, respondió
con una estrategia delictiva de asesinatos, desapariciones, torturas y
violaciones sistemáticas a los derechos humanos de los implicados
y, en muchas ocasiones, de sus familiares, vecinos y personas que no tenían
ninguna participación en la lucha armada.
Pero para buscar antecedentes preocupantes sobre los desvaríos
de un poder público descontrolado no es necesario remontarse a los
años setenta del siglo recién pasado: hasta el último
año del zedillismo --es decir, hasta hace unos meses-- se mantuvo
vigente en Chiapas, Oaxaca y Guerrero una política de contrainsurgencia
violatoria de los derechos humanos, como lo documentaron y denunciaron
organizaciones humanitarias nacionales e internacionales. Amnistía
Internacional, por ejemplo, caracterizó al último gobierno
priísta como una "catástrofe" en materia de derechos humanos.
En el delicado momento presente, cuando la plena democratización
en el ámbito federal no se ha traducido en una variación
de la política económica neoliberal y cuando el entorno democrático
da pie a un contrasentido político tan grave como la aprobación
de una ley indígena insatisfactoria y regresiva, salta a la vista
la necesidad de no olvidar esos precedentes nefastos.
Para que la institucionalidad y la legalidad vigentes
no se conviertan en un remedo y una simulación de Estado de derecho,
es necesario que las autoridades judiciales y las corporaciones de seguridad
pública operen, ante las manifestaciones de descontento armado,
en el más estricto respeto a las garantías individuales y
a los procedimientos establecidos por la ley.
La vigencia democrática no garantiza, por sí
misma, tal conducta por parte de los distintos niveles de gobierno. En
distintos momentos de la historia la Cuarta República Francesa emprendió
una guerra sucia contra los independentistas argelinos y la democracia
no fue obstáculo para que en el gobierno de Felipe González,
en España, se organizaran escuadrones de la muerte para asesinar
etarras o supuestos etarras.
Se requiere, pues, de una clara voluntad política
por parte del gobierno actual para preservar, en la circunstancia presente,
el Estado de derecho y para eludir las tentaciones de ofrecer a los grupos
guerrilleros como las FARP una respuesta meramente policial, militar o,
peor aún, paramilitar.
Es necesario ir a la raíz de los descontentos y
atacar de frente los rezagos antidemocráticos --que en diversas
entidades se traducen en formas específicas de opresión política--
y las cada vez más injustificables y lacerantes desigualdades económicas
y sociales.
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