Al rescate de la grandeza*
Respetable señor Presidente y respetable señor gobernador; honorables miembros del presidium y distinguidas señoras y señores.
Hace casi cuatro decenios recordé a mis compatriotas que cuando la capital de la Nueva España ya tenía en una sola calle la primera universidad, la primera imprenta y la primera Academia de Bellas Artes del Continente Americano, los búfalos pastaban con desenfado en Manhattan.
Sostuve lo obvio: que la calle de La Moneda ?cualquiera que sea el nombre que le hayan dado las autoridades sucesivas? era la aorta del corazón de la capital de la Nueva España al desembocar en nuestra espaciosa Plaza Mayor y receptáculo de nuestra historia.
Devolver la grandeza y el rango cultural que ostentó nuestra ciudad capital no era un suspirillo exangüe lanzado por un pálido esteta frente a las cuatro oleadas destructivas que ha padecido nuestra capital desde el último tercio del siglo XVIII hasta el segundo tercio del siglo XX.
Se trataba de una propuesta perfectible y abierta a discutirse por la opinión pública. Esta respondió en forma espontánea y poco usual. Lo hizo a través de un par de centenares de artículos, suscritos por plumas muy acreditadas en el campo de la cultura superior, de la banca y de los hombres de negocios. La mayoría de las clases populares veían el rescate urbano con simpatía.
La copiosa respuesta a la sugestión presentada careció de precedente. La prensa diaria y semanaria la difundió con entusiasmo y desinterés ejemplar. Lo significativo era que la profusión de tantos artículos no costó un solo centavo a la Nacional Financiera, donde trabajé 30 años, desde su fundación hasta jubilarme.
Mi propósito llevaba consigo crear un centro de poderosa atracción turística mediante el cual obtendría el país parte del dinero fresco necesario para financiar nuestro desarrollo socioeconómico y cultural sin vernos obligados a vender al exterior recursos naturales no renovables y cuya carrera alcista de precios será indetenible en pocos años.
México debe vender paisaje y cultura, que nos dan prestigio y moneda fuerte. No recursos agotables.
Para rescatar el Centro Histórico urge fraguar un plan ?susceptible de ajustes? que tenga en cuenta el repertorio de problemas prácticos que habrán de resolverse, no siguiendo un plan rígido convertido en cárcel, sino concretando planes coyunturales apropiados a la realidad socioeconómica de los últimos siete lustros, tan llena de movilidad y mutaciones que no se somete a camisa de fuerza alguna.
Esa realidad es terca y rejega. No es de plastilina.
Por eso el jefe del Estado y el gobernador de nuestra entidad han confiado esa tarea a personas muy experimentadas que trabajarán para devolver al Centro Histórico su vida mutilada.
Esta tarea, pospuesta varias veces, se logrará con el apoyo y colaboración entusiasta de las autoridades y la sociedad civil.
Representa una fundada esperanza que el presidente Fox y el gobernador López Obrador hayan coincidido en su deseo de rescatar la grandeza de lo que fue la antigua capital de la Nueva España, nuestra entrañable Patria Chica para los capitalinos, y el cogollo espiritual, económico y político de toda la nación.
El acuerdo de tan altas autoridades nos hace ver en él la aurora de una concordia nacional y el ocaso de una discordia que varias veces encogió el mapa de la República.
Sí, señoras y señores: yo advierto en ese acuerdo el principio de un proceso de entendimiento inspirado en el patriotismo y la buena fe de corrientes políticas que parecían excluyentes.
Simbólicamente el rescate y la remodelación del Centro Histórico pueden ser y serán la cura ?¿por qué no?? de lo que México ha padecido tanto en sus 180 años de vida autónoma.
*Discurso inaugural en la instalación del Consejo Consultivo para el Rescate del Centro Histórico, del cual el autor es presidente honorario.