jueves Ť 16 Ť agosto Ť 2001

Soledad Loaeza

Matrimonialismo

La opinión pública mexicana ha mostrado una sorprendente tolerancia a actitudes, comportamientos y declaraciones de Marta Sahagún de Fox que habrían sido severamente reprochados a la esposa de cualquier presidente priísta. Desmemoriados que somos, hemos olvidado que una de las pocas virtudes que se les reconocían a De la Madrid, Salinas y Zedillo era la discreción de sus respectivas esposas. Confiada en que puede convertirse en una presidenta de corazones, la señora Fox ha enfrentado las feroces críticas, algunas de ellas particularmente sangrientas que, sin embargo, se han publicado en la prensa, con una sonrisa mucho más amplia que la que ostentaba cuando era vocera de la Presidencia. También ha lanzado una astuta contraofensiva desde la trinchera de las revistas del corazón que hablan de las vidas ejemplares de las celebridades, en las que se le trata con benevolencia y ternura.

La estrategia de la señora Fox la ha colocado en un espacio entre la vida pública y la vida privada que podría conducir a una regresión que combinaría el activismo y los abusos de las esposas de los presidentes Echeverría y López Portillo, beneficiarias del matrimonialismo. Esta forma de ejercicio del poder consiste en la extensión a los cónyuges del poder patrimonialista que ejercen gobernantes autoritarios que utilizan las prerrogativas del puesto que ocupan para dispensar arbitrariamente favores personales. Sin dudar de las buenas intenciones de la señora Fox, cuando promete "hacer historia", cuando reparte tarjetas de presentación -con números de teléfono- y ofrece resolver problemas tan personales como la necesidad de un abogado defensor o un médico, está abriendo la puerta al ejercicio de la influencia indebida, del privilegio inmerecido, y al crecimiento de un entorno de favoritos y favoritas que tendrían derecho de picaporte en Los Pinos, gracias a su relación con la esposa del Presidente. Todo esto de manera inevitable nos hace recordar las innumerables anécdotas que corrían de boca en boca en los años setenta, cuya protagonista era la consorte del presidente. En sentido estricto no violaba ley alguna, pero actuaba al favor de la debilidad de las instituciones, de la ausencia de contrapoderes y de tantos otros elementos que en México propiciaron la personalización de la autoridad y la confusión entre lo público y lo privado. Peor todavía, había casos en que la esposa del primer mandatario dictaba órdenes a funcionarios pasando por alto jerarquías administrativas, provocando desorden, confusión y conflictos entre autoridades. Uno puede imaginar la angustia de un funcionario de segundo o tercer nivel que recibe presidencialazos que se contradicen con las indicaciones de los secretarios de Estado. En la actualidad todos estos efectos agravarían el ya de por sí incomprensible organigrama del gobierno foxista.

Las mujeres, no por serlo, somos ajenas a la concupiscencia del poder, y ésta tampoco es una exclusiva de un partido político, es un tema que atañe a la naturaleza humana. De ahí que cuando se habla del restablecimiento del Voluntariado Nacional habría que recordar las razones por las que se suprimió al inicio del sexenio de Ernesto Zedillo. Los argumentos eran sólidos: duplicación de funciones con el DIF, desorden administrativo, desperdicio de recursos, falta de control, autoridades informales y, por lo mismo, irresponsables, para no hablar de oficinas y personal asignados a las Damas del Voluntariado. Ante el curso que había tomado este proyecto, originalmente generoso, lo más sabio era poner en orden las cosas sometiendo recursos y acciones a las reglas e instituciones de la administración pública correspondientes y sugerir a las voluntarias que así lo desearan sumar su buena disposición a los esfuerzos oficiales.

Se ha dicho que la señora Fox tiene como modelo la personalidad electrizante de Evita Perón. Bueno. Pero tampoco habría que olvidar que Evita no era precisamente una buena persona: era ambiciosa y podía ser vengativa, intransigente y una enemiga feroz que podía recurrir a instrumentos nada democráticos para alcanzar sus objetivos. Todos estos rasgos le restan atractivo, pese a que gracias a Eva Perón los mexicanos pudimos disfrutar de Libertad Lamarque, quien había sido su rival en el radio y que salió corriendo de Argentina porque Evita -cuentan- le había dado de fuetazos y había mandado matarla.

Un problema adicional del protagonismo de la señora Fox reside en su efecto multiplicador. Normalmente, el estilo de la esposa del Presidente es fielmente reproducido por las esposas -y los esposos- de los miembros del gabinete, quienes, a su vez, sientan el ejemplo a los cónyuges de sus subalternos y sucesivamente hasta quizá el cuarto o quinto nivel de la administración pública. Así, habrá que precaverse del surgimiento de numerosas Evitas y Evitos -Ƒpor qué no?- que también querrían poner su vocación al servicio de la patria.