Ť León Bendesky
Calificación
Las finanzas internacionales cumplieron un papel central en la organización económica de la parte final del siglo XIX y la primera parte del XX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Las principales compañías que se encargaban de mover y colocar los capitales en el mundo operaban de manera independiente, aunque muy cercana, de los gobiernos nacionales y de los bancos centrales. Así, participaban de modo muy activo en la promoción de los intereses coloniales e imperialistas de las naciones más poderosas y en la extensión territorial de la producción de las grandes industrias, lo que constituía un gran negocio, y al mismo tiempo ejercían gran influencia en los gobiernos de los países más pequeños. La concesión de préstamos y su renovación dependían del crédito que esos gobiernos tuvieran, y éste, a su vez, de su buen comportamiento, expresado en la gestión de las finanzas públicas y en el mantenimiento del valor de sus monedas; todo ello significaba la aplicación de políticas que conservaran el equilibrio presupuestal. Este precepto se volvió una regla de comportamiento que operaba en torno del llamado patrón oro que conservaba los márgenes de fluctuación de las monedas en límites estrechos.
Hoy no existe el patrón oro y, sin embargo, el papel del flujo de los capitales, la extensión del espacio de la actividad productiva y ahora también de los servicios y, sobre todo, las reglas de comportamiento que se aplican a los deudores no parecen ser muy distintas. Concentrémonos en el caso del crédito, es decir, en las condiciones en que se conceden y se renuevan los préstamos denominados soberanos y que se conceden a los gobiernos en el mercado internacional o, deberíamos decir ahora por corrección política, global. Esto tiene que ver con los denominados ratings, que podríamos traducir como una clasificación que se hace conforme a un cierto grado o rango y hasta como una especie de avalúo de las condiciones de cobro de un préstamo.
El patrón oro funcionaba como una especie de indicador automático del rating de los créditos soberanos, y los acreedores privados respondían a los desequilibrios fiscales y monetarios que surgían de las prácticas dudosas de gestión presupuestal de los gobiernos deudores. Ahora hacen lo mismo aunque la regla la aplican mediante la compleja red institucional de revisión y vigilancia que forman principalmente las instituciones financieras internacionales como el BM, el FMI, el Banco de Pagos Internacionales. Además, hoy existen fuentes especializadas, entre las que destaca Standard and Poor's, que elabora los ratings que indican a los acreedores la situación financiera de un país y la calidad de los créditos que colocan en ellos. Este tablero de calidad del crédito se ha vuelto una referencia importante para el movimiento de los capitales y una fuente de preocupación para los gobiernos que temen ver cómo su calificación disminuye y con ella su credibilidad eterna, y también interna. De ella depende, igualmente, la situación económica de millones de personas en las llamadas economías emergentes que, bien a bien, no se sabe de dónde y hacia dónde emergen, pues las dificultades financieras han sido recurrentes en las últimas tres décadas.
Hoy la calificación de los créditos en Argentina fluctúa entre un pobre B- y C para deudas en pesos y en moneda extranjera, y que se consideran entorno negativo; vaya, dicho simplemente, reprobado. Esto debe compararse como la mejor calificación posible que es AAA. La posición de esa economía, como se sabe, se ha deteriorado rápidamente en el último año y hoy sólo una intervención política, que no financiera, puede mantener a flote la situación, aunque no la resolverá por un plazo duradero. Sí, efectivamente, la intervención es política, pues cuando la economía se deteriora fuertemente el mal rating tiende a paralizar el mercado de capitales. Hoy se necesita del visto bueno del gobierno de Estados Unidos para que el FMI y las otras instituciones movilicen los recursos para dar un respiro al gobierno de De la Rúa y a su ministro Cavallo.
Ese visto bueno es esencial para Argentina, pero tiene parados de puntas a los gobiernos de Brasil y de México por temor a que se extienda el contagio de la desconfianza financiera y afecte la precaria estabilidad que mantienen; en el primer caso usando el recurso de la devaluación del real y en el segundo apreciando a contracorriente al peso. La calificación de la deuda brasileña está en el rango BB- a BB+ y la de México entre A-2 y B, bastante mejor que Argentina, pero nada sobresaliente, pues se acompañan de la descripción del entorno como estable. Este es el eufemismo para decir que son economías con un alto grado de vulnerabilidad con respecto a lo que ocurra en el exterior, aunque los mismos inversionistas que usan el rating de Standard and Poor's saben que la situación interna es también precaria. Pero en el mercado financiero es más lo que se sabe que lo que se dice y esto es aún más que lo que se acepta como la realidad del mercado al que todos apelan como juez último de sus acciones. Y se acepta poco de manera abierta, porque el asunto para las empresas financieras es colocar créditos, tratar de renovarlos y seguir cobrando los intereses y ello aunque sea apenas por encima de sus competidores y llevando el riesgo al máximo nivel posible.
Los gobiernos de Cardoso en Brasil y de Fox en México -a los que se suma el de Aznar en España, por las cuantiosas inversiones de sus empresas- han organizado un intenso cabildeo con el Tesoro y la Reserva Federal de Estados Unidos para sostener la economía y al gobierno de Argentina. Esto responde a algo evidente y es que su caída los va a arrastrar y esto provocará fuertes tensiones financieras que van a comprometer la estabilidad. También indica que saben bien que dicha estabilidad es frágil por razones eminentemente internas, entre las que destacan dos principales: la gran debilidad fiscal y la enorme pobreza. Si estas dos condiciones se calificaran de modo tan metódico y fueran tan creíbles como los ratings de la deuda, seguramente sería evidente que las políticas económicas no obtendrían más que un mínimo C, que indica que se ha traspasado el riesgo sustancial, que la situación es excesivamente especulativa y que hay alta posibilidad de incumplimiento, o incluso una D, indicador de que la deuda está incumplida