lunes Ť 13 Ť agosto Ť 2001

 Sergio Valls Hernández

El deber del trabajo

Los cuerpos colegiados tienen -entre otras- la particularidad de que quienes los integran puedan desarrollar para sí y entre sí una relación humana fresca, tal vez una franca camaradería y hasta una sincera amistad, que a algunos de sus integrantes nos pueden hacer regresar a los inolvidables tiempos estudiantiles de la juventud.

Efectivamente, en el caso del Consejo de la Judicatura Federal, los miembros de la actual integración, con excepción del presidente, arribamos juntos y en la misma fecha al inicio de nuestro encargo -cual si fuera el inicio de cursos- el 15 de julio de 1999, cuando fuimos recibidos por el pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y posteriormente, también juntos, comenzamos formalmente nuestras actividades el primer día hábil del segundo periodo ordinario de sesiones del mismo año, el primero de agosto.

Así, prácticamente nos conocimos los tres compañeros consejeros designados por el pleno de la Corte, los dos nombrados por el Senado de la República y por el titular del Ejecutivo federal. Siguiendo con el símil de la época estudiantil, desde el primer día de labores escogimos los que habrían de ser nuestros lugares fijos, tanto en las sesiones del pleno, como en las correspondientes de comisiones permanentes, que es la forma como funciona este órgano colegiado.

Así, también juntos, fuimos adquiriendo y desarrollando el orgullo y el privilegio de servir al Poder Judicial de la Federación -sentido de pertenencia-, y un deber y principio de lealtad para con el propio poder y para con nosotros mismos -sentido de congruencia.

El compañerismo genera solidaridad y ésta, normalmente, hace nacer el noble sentimiento de la amistad. En estas circunstancias tuve el honor de conocer y de hacerme amigo de Enrique Sánchez Bringas.

Son muy amplios los horizontes de la vida colegiada, auténtico seminario de fraternidad. Fraternidad de por vida, en la vida y que puede trascender la vida -como es el caso de la lamentable ausencia de Enrique- porque los muertos no mueren por completo cuando mueren; largo tiempo permanecen, largo tiempo flota entre los vivos que los quisieron algo incierto de ellos. Están dentro de nosotros, hacen en nosotros su morada y nos dejan en herencia su henchida mochila de virtudes.

Como dijera Ortega y Gasset: "conforme va el hombre viviendo múdanse sus pensamientos, quiébranse sus proyectos, entran otros en su lugar, llegan y pasan bramando las pasiones, trastócanse mil veces las ambiciones, mueren los amigos y los hermanos, sobreviven otros amigos y otros hermanos, todo se estremece y oscila, se trasmuda y huye, se renueva y cambia. En tanto una sola realidad permanece, una sola cosa está sentada a nuestro lado tácitamente y si caminamos hace vía con nosotros: el Deber, pardo, vulgar personaje sin historia... el deber del trabajo".

Enrique cumplió de manera permanente e invariable con ese deber sin flores y de frutos invisibles, que es el deber del trabajo y fue un tesonero trabajador sobre la realidad para construir su idealidad. No voy a hacer un recuento de las obras que nos dejó, tantas y tan variadas. Quiero recoger lo mucho que queda de él en el aire y de esta forma revivir sus virtudes.

Enrique válida y legítimamente puede decir, como Goethe:
 
 

Yo un luchador he sido

Y esto quiere decir que he sido un hombre.

A la memoria de Enrique Sánchez Bringas. Ť

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