lunes Ť 13 Ť agosto Ť 2001

Elba Esther Gordillo

Inconformidad social

Es un hecho que la sociedad mexicana está inconforme. Muestras de ello las hay en todos lados e involucran a personas de diferentes estratos económicos, niveles de ingreso, sexo, edad y ocupación, basta con poner un poco de atención para encontrarlas sin tener que esperar a que grandes contingentes se manifiesten en las calles o a que grupos más radicales empleen otros medios para hacerlo notar.

Eso es muy importante resaltarlo. Si bien los reclamos que carecen de organicidad pasan con frecuencia desapercibidos, la "inteligencia" del poder debe ser aquélla que se base en la sensatez para identificar los síntomas de pocos, previo a que se conviertan en enfermedad de muchos.

Cuando el sistema político mexicano alcanzó su etapa de mayor efectividad y pertinencia, que sin duda tuvo y por largo tiempo, fue porque sabía identificar y resolver los problemas antes de que se generalizaran, y a que realizaba una adecuada interlocución con diferentes segmentos de esa sociedad que no utiliza pancartas o petardos para expresarse, pero que siempre lo hace. Obvio es decir que su eficacia decayó cuando pretendió sustituir el diálogo, la concertación, la negociación, por ecuaciones incapaces de objetivizar el ánimo social, de suyo subjetivo.

El destinatario de dicha inconformidad es, por supuesto, el gobierno que tiene no sólo la obligación de hacerle frente, sino que de ello dependerá su pertinencia y aun su permanencia. ƑLas causas? Son múltiples y van desde la inseguridad pública que prevalece y que de tiempo en tiempo adquiere dimensiones de ingobernabilidad, hasta la falta de expectativas en el desempeño de la economía que sigue sin aportar los tan esperados y diferidos beneficios.

Hay quienes con razón afirman que no se puede responsabilizar a un gobierno, que apenas empieza, de problemas que datan de mucho tiempo atrás, pero ese argumento sólo evade el problema, no lo resuelve. La sociedad está inconforme porque no se le ha cumplido lo prometido en los tiempos y alcances ofrecidos, y si bien el bono democrático es uno de los mayores activos del gobierno, también le genera obligaciones que no podrá diferir, mucho menos eludir.

Junto con la Declaración del Sur, que se hizo patente en las calles de la ciudad la semana pasada cuando miles de campesinos decidieron reclamar de viva voz, y la reactivación de la guerrilla urbana con acciones no tan violentas por el momento y que se redujeron a petardos de pólvora blanca y unas pintas apresuradas en tres sucursales bancarias, hay una sensación cada vez más generalizada de que no sabemos adónde vamos, que la estabilidad pende de alfileres, que no hemos sabido aprovechar la enorme oportunidad que nos brinda este cambio de era y la transición democrática que los mexicanos construyeron en las urnas.

Cerca ya del primer informe de un gobierno surgido de las elecciones más democráticas en la historia nacional, del segundo periodo ordinario de un Congreso que expresa una pluralidad y equilibrios nunca vistos, con elecciones estatales que ratifican la pluralidad que la sociedad ya había decidido el 2 de julio, los problemas siguen ahí, agravados, desbordados. Pareciera que la política goza de una salud envidiable, sólo que permanece al margen de los grandes problemas nacionales. Con resultados tan pobres en el desempeño político, no nos quejemos después de quienes optan por otras vías para arribar al tan ansiado cambio. Ť

 

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