JUEVES Ť 9 Ť AGOSTO Ť 2001
Olga Harmony
Forever
La tercera incursión de Arturo Ripstein en la dirección teatral (la anterior y muy recordada fue El beso de la mujer araña, en 1983) es con un texto de Rafael Buñuel y dos de los mejores actores de su generación. El drama de Buñuel no es muy original, repite el esquema de los juegos de representación de diferentes personajes por los dos protagonistas, lo que deja una sensación de algo ya visto. El final es un tanto sorpresivo, porque no se han dado los elementos necesarios para configurarlo, con lo que se pierde tensión dramática y recuerda aquella obra del chileno Juan Radrigán El loco y la triste, que vimos hace un puñado de años en algún festival. Pero, a diferencia de Radrigán, Buñuel no apuesta por el miserabilismo, lo que es una de sus virtudes.
A pesar de las debilidades arriba apuntadas, Forever resulta un texto dramático interesante, pleno de ambigüedades, de datos entrecruzados a modo de piezas de un rompecabezas que puede o no ser, pero que nos deja un diseño general de pasión y ternura, de verdadero amor entre dos seres marginados que tienen la gracia de no compadecerse. Los momentos que podrían ser de extrema sensiblería, sobre todo en el personaje femenino, son dados en un tono de melodrama telenovelero que mueve a risa. El diálogo chispeante, pleno de ingeniosidades, con algunas alusiones cultas ("Troilo ama a Crésida" es la inscripción en un baño público, la cita de Homero o la escena de celos del hombre a raíz de encontrar un pañuelo), hasta el melancólico final, que si bien insisto no se preparó a lo largo de la trama, en cambio es enternecedor y nos regresa a una de las ficciones que se cuentan los personajes, la de la herencia del tío rico.
El mayor logro del dramaturgo es pintarnos, a través de historias inventadas, la realidad de sus dos personajes, tercamente reacios a reconocerse marginados. Situada la acción en algún lugar estadunidense (ƑNueva York?) en pleno invierno, con muchos elementos de mal llamado absurdo, las posibles historias del hombre sin casa y la mujer con los sueños rotos se van delineando a través de las hilarantes ficciones de ambos, que nos hablan de lo que son y de lo que hubieran querido ser, a pesar de la ambivalencia acerca de un conocimiento previo, o un equívoco motivado por las fantasías de la mujer, y a las que el hombre se deja llevar.
La escenografía de Osami Kawano consiste en un cuarto, quizás excesivamente grande a lo largo pero muy bien ambientado, que nos habla de pobreza, desorden y una femineidad decadente; casi podemos oler a perfume barato. En este espacio, Ripstein logra un trazo tan limpio que casi no se percibe la mano del director, por otra parte famoso por sus innovaciones en las secuencias cinematográficas; es un raro ejemplo entre nosotros que aplica a cada lenguaje la técnica correspondiente. Además, sigue siendo un excelente director de actores y debe agradecérsele que imponga una siempre realista actuación (excepto en los momentos en que la mujer se deja llevar por su vena melodramática y parodia los más anticuados modos actorales) a pesar de las cercanías con el llamado teatro del absurdo que tiene el texto. Esto último es importante porque la mayoría de los directores intentan la estilización escénica sin contrastes con la estilización del contenido.
Los dos personajes, con sus transiciones, sus momentos que pueden ser verdaderos en medio de la más desbocada de las ficciones, se prestan para el lucimiento de actores auténticos. Afortunadamente Patricia Reyes Spíndola y Alvaro Guerrero lo son y pueden ir y venir de las escenas más graciosas a otras de auténtica emotividad.
Desearía, ya en otro contexto, expresar mi pena por el fallecimiento de Octavio Trias, miembro importante de Al borde Teatro de Ciudad Juárez y parte significativa de la comunidad teatral mexicana.