jueves Ť 9 Ť agosto Ť 2001

Sergio Zermeño

ƑUsos y costumbres?

Se ha provocado una confusión peligrosa con motivo del lamentable linchamiento en el pueblo tlalpense de Magdalena Petlacalco. Jefes de la policía y autoridades políticas del Distrito Federal recurrieron en las horas posteriores al frustrado robo de la Virgen del pueblo y su valioso atavío, a la figura de los usos y costumbres para justificar de alguna manera la imposibilidad de las fuerzas del orden ante la masa enardecida: "no hay que meterse con el México profundo y arraigado en tradiciones", dijo López Obrador, sin duda precipitado por las circunstancias.

La confusión consiste en lo siguiente: no es que el ejercicio de los usos y costumbres justifique un acto de barbarie como el linchamiento, sino que la violencia extrema, en lugar de ser un ejercicio de los usos y costumbres, puede ser un acto desesperado y extremo para preservar de alguna manera un tipo de orden y de cohesión que se está viendo amenazado; puede resultar el último recurso para preservar los referentes culturales (las costumbres) de una colectividad.

En una sociedad como la nuestra, sometida a una dinámica y a un desordenamiento brutales, que ha pasado en sólo 30 años de ser campesina a maquilera, de la marginalidad rural a la marginalidad urbana, del sur al norte, nos hemos acostumbrado irremediablemente a un entorno de precariedad, de desorden, de desolación, de extremos, todos desconfiando de todos. Ahí donde se conservan algunos referentes comunitarios vemos que, en ocasiones, tienden a organizarse bandas de autodefensa, como sucedió en Iztapalapa no hace mucho con grupos de vecinos cerrando las colonias y haciendo rondines nocturnos. Pero en el caso de los pueblos de Tlalpan estamos hablando de comunidades que habían conservado sus tradiciones fuertemente arraigadas, aunque a punto de venirse abajo debido a la invasión de la mancha urbana, de los fuereños, avecindados de todas partes, de los grandes capitales comprando tierras, de despojos a la luz del día, del alcoholismo, la inestabilidad familiar y los cambiantes roles de género, de la destrucción ecológica, los pleitos por el control del agua, los grupos juveniles al borde de la delincuencia o de plano adentrados en el terreno del tráfico y el consumo de drogas, etcétera (es más, la mayoría de los piperos que surte de agua los asentamientos del Ajusco viven en la Magdalena vive en la amenaza permanente del desempleo debido a la apertura inminente del acuaférico).

En tales condiciones los miembros de la comunidad se encuentran en peligro de desatar la violencia entre ellos mismos (pleitos juveniles o entre mujeres del barrio, que en otras condiciones animarían actividades solidarias). La comunidad está propensa, entonces, a la búsqueda de chivos expiatorios, víctimas relativamente indiferentes, "sacrificables", que permitan desfogar hacia el exterior de la comunidad una concentración de violencia que de otra manera amenaza con descargarse entre sus propios miembros, con la secuela de las venganzas (René Girard, La violencia y lo sagrado).

Esto se agrava porque prácticamente desaparece la posibilidad de recurrir a un árbitro exterior que haga justicia, son terrenos de los que el Estado se ha desentendido dejando a unas policías enredadas en la delincuencia, el chantaje y la extorsión.

Sabemos lo difícil que es reconstruir la organización comunitaria para contrarrestar estos impactos desorganizadores sin contrapeso enmedio de la globalización salvaje. Los pobladores tienden a hacerse justicia por propia mano, expulsando la mayoría de las veces a los propios cuerpos policiacos y buscando a ciegas, por la vía de la violencia tumultuaria (anónima), la preservación de una identidad, de un "nosotros" que nos redima, que nos dé cierta compañía, alguna forma de confianza, comunión, solidaridad, aunque sea a través de un acto horrible: la camaradería de la sangre y de la muerte.

Estamos hablando, pues, de la destrucción de los usos y de las costumbres y no de su ejercicio: de lo que tendríamos que tener pavor no es de una ley indígena que tiende a preservar tales referentes de cohesión, de orden, de solidaridad y de respeto (habida cuenta de las desigualdades de género y de otras costumbres cuestionables), sino de las tendencias de destrucción social y humana en que está inscrito nuestro país, de las ideologías de la "salud" macroeconómica que siguen afirmando que la enfermedad social, la violencia y los linchamientos encontrarán solución gracias a las inversiones extranjeras y a una tasa de crecimiento superior a 4 por ciento.