MARTES Ť 7 Ť AGOSTO Ť 2001
Ť Teresa del Conde
La ciudad, a debate
Es positiva la idea del doctor Enrique Semo, actual director del Instituto de Cultura de la Ciudad de México, de convocar a mesas de debate que se han agrupado de acuerdo con supuestas especialidades. Digo supuestas porque en algunos casos ciertas personas hubieran funcionado mejor en un grupo que en otro.
El jueves 2 de agosto tuvo lugar la mesa de debate sobre las artes plásticas en el Museo de la Ciudad de México, enunciada con un título que no satisfizo a ninguno de los ponentes convocados: Fotografía, pintura y red. La subversión de la imagen. Algunos participantes: Cuauhtemoc Medina, José Miguel González Casanova y yo llevábamos la ponencia por escrito y la habíamos trabajado con la idea de que el tiempo disponible resultaría suficiente. No fue así, porque de la noche a la mañana el número de participantes se duplicó. Eso nos obligó a restringirnos e incluso a apresurarnos. Aunque en lo personal yo no objeto en lo absoluto la presencia de ninguno de los ponentes, sí me parece desatinado y hasta irrespetuoso haber atiborrado lo que fue concertado en los inicios de su planteamiento como un foro concentrado, serio, destinado a dar a conocer a fondo las intervenciones y a establecer diálogo con el público. Nada que tuviera que ver con la improvisación y el populismo.
Salvo una de las intervenciones, que pretendió ser didáctica, que resultó ser como de escuela primaria, y que desató bostezos, todas las demás fueron útiles, aunque entrecortadas. En esta nota me referiré sólo a la que inició el debate, que con gran brío protagonizó Raquel Tibol.
Ella señaló carencias que a su criterio el propio instituto debe subsanar si ha de cumplir en forma mayormente efectiva sus funciones. Entre éstas, la principal está en torno a la administración económica que requiere de un profesional en la materia y que no se equivale con la función del promotor cultural, aunque este último pueda encontrarse versado (siempre versado a medias) en asuntos presupuestales. Tibol asegura que la actividad del promotor cultural requiere de una licenciatura que profesionalizaría a quienes ahora desarrollan esta actividad colateral.
Quienes la hemos desempeñado (y seguimos de algún modo desempeñándola), lo hemos hecho colateralmente a nuestras profesiones y aprendiendo las cosas sobre la marcha. Tal licenciatura, que a juicio de Tibol podría integrarse a la oferta de la Universidad de la Ciudad de México, tendría un programa académico que no se equivale, sino en forma excesivamente sesgada, con el que proporcionan carreras como la de historia del arte de la Ibero, las de historia o filosofía en la UNAM, las diversas opciones de las licenciaturas en comunicación...
Señaló el empirismo que ha privado en este campo. Yo recuerdo que esta inquietud perseguía a uno de los pioneros de la promoción cultural, don Víctor Sandoval, desde los años sesenta.
El principal interlocutor que tuvo Raquel Tibol respecto de esta propueta, fue Cuauhtemoc Medina, quien con seriedad señaló los obstáculos y las limitaciones que supondría el diseñar el programa para una carrera que incluiría la formación de curadores.
Al escuchar la discusión que se estableció entre ambos, estuve en parcial acuerdo con los dos. Me explico: por una parte asentí con Tibol sobre la conveniencia de que fuera precisamente la nueva universidad la gestora de profesionales de la promoción cultural, percibiendo al mismo tiempo que eso podría resultar en vilo entre lo que ofrecen ciertas Finishing Schools for Young Ladies y las carreras de turismo. Por otra me pareció que Medina está en lo cierto cuando se pregunta sobre los posibles docentes en las actividades curatoriales, cuya formación, insistió, debiera ser internacional.