martes Ť 7 Ť agosto Ť 2001

José Blanco

Argentina entrampada

Julio María Sanguinetti evocaba no hace mucho la clasificación anónima jocoseria según la cual hay cuatro categorías de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón, que nadie se explica por qué es desarrollado (una isla sin recursos naturales, con una estructura social tradicional basada en una rígida estructura familiar y un gobierno de "viejos"), y Argentina, que nadie sabe por qué es un país subdesarrollado (un excelente territorio con todos los climas, recursos naturales notables, desde gas y petróleo hasta ríos y tierras, una población con un nivel cultural promedio elevado, espíritu de iniciativa, inquietud social: la llama ardiente de Nietzsche del espíritu europeo de la modernidad).

El propio Sanguinetti recupera el dato de Mario Grondona, quien ha recordado recientemente que en 1908 la Argentina tenía un producto per cápita superior al de Alemania, Japón, Francia, Suecia, Holanda y, por supuesto, muy superior al de Italia o España; sólo siete países encabezados por Gran Bretaña y Estados Unidos la superaban. Todavía en 1928, en la antesala de la Gran Crisis, Argentina se ubicaba en el duodécimo lugar, todavía muy por encima de Japón, Suecia, Austria y, desde luego, Italia y España. Si la Argentina, concluía Grondona, siguiera en el puesto duodécimo de aquel 1928, tendría hoy un producto per cápita de 26 mil dólares, y no el de 7 mil 500 que hoy posee.

Hoy Italia rebasa los 20 mil dólares de producto por habitante, y España se acerca a los 15 mil. Argentina fue un país miembro del club de los ricos y dejó de serlo. El fulgor del oro de la ganadería y los cereales quedó atrás con el desarrollo de las manufacturas y de la alta tecnología en el que devendría primer mundo, y con la cadena interna de horrores tejida alrededor del populismo peronista, la violencia guerrillera y la violencia del Estado militarista.

En medio de la patología social y política proveniente de ese fondo histórico, Argentina fue pillada por la globalización, cuando recobraba sus mecanismos democráticos en 1983. Pero sobre ese fondo histórico, la democracia rediviva pronto mostró una endeblez manifiesta, como lo evidenciaron los últimos tiempos de ingobernabilidad alfonsinista, que pesaron decisivamente en la derrota del candidato radical Angeloz y el ascenso del inefable peronista Carlos Saúl Menem.

La herencia de la economía de los militares y de la guerra sucia fue un terrible desastre que Alfonsín no pudo superar. Luego se agregó la trampa mortal del programa menemista, cuya peor herencia fue el garlito del nuevo sistema monetario de Cavallo. Fue la soga al cuello con apariencia de acierto, dado el efecto de corto plazo en el control de la espiral hiperinflacionaria. A pesar de ese efecto, la coalición de Unión Cívica Radical (UCR) y el Frente País Solidario (Frepaso) ganó las elecciones de octubre de 1999; lo hizo con un programa que proponía mejorar la calidad de la vida democrática, en especial el combate a la corrupción, y atacar de fondo la herencia menemista del deterioro socioeconómico y el aumento acelerado de la desocupación y la pobreza extrema.

En realidad el desastre económico de las dos últimas décadas, ya en el marco de la globalización, no fue principalmente una herencia de Alfonsín y Menem, sino de los organismos internacionales, destacadamente el Fondo Monetario Internacional (FMI), y del gobierno de Estados Unidos. Después de diez rescates financieros por el FMI desde 1983, la situación ha empeorado sistemáticamente y la eficacia de sus decisiones está a la vista. Algo similar ocurrió en México, en donde desde el inicio de los años 80, gobierno mexicano, organismos internacionales y gobierno estadunidense ensayaron una y otra vez cómo insertar a México en la globalización, dando palos de ciego también una y otra vez. En Argentina los alcances de los programas del FMI fueron más graves, dada la trampa en que fue metido con su sistema monetario. Fue un experimento internacional con un altísimo costo social que ahora a todos afecta y que no parece tener salida.

Pero en el marco de la globalización, ahora Argentina está atada a Brasil -como Brasil a Argentina- y, al parecer, no podrán salir sino en un programa conjunto, sostenido por los países desarrollados. Argentina debe abandonar su sistema monetario. Hasta ahora el mundo desarrollado y el FMI han continuado sosteniendo ese sistema monetario porque no han hallado la vía para minimizar el impacto del alto costo internacional que conllevará su abandono, amén del costo devastador que tiene para los argentinos. En el 2002, sin embargo, con más de 15 por ciento de desocupación y sus casi 200 mil millones de deuda externa (52 por ciento del PIB) Argentina enfrentará una obligación de vencimientos y pagos de intereses, que probablemente la llevará a declararse en insolvencia. El costo internacional ya no podrá ser pospuesto.