LUNES Ť 6 Ť AGOSTO Ť 2001
Ť José Cueli
Los inválidos
os novilleros seguían con paso lento a los novillines a los que les flaqueaban las patas y temblores ligeros agitaban sus contraídos músculos, en su caminar cansino en la arena. Desgarbados los "matadores" se les encimaban, en la versión del derechazo destoreado. šVer para creer! Y la mole de cemento -La México- les contestaba con el silencio. Por supuesto.
La desesperación, de los contados aficionados es ya agónica, en discordante coro de bostezos, ronquidos, y maldiciones, por la impotencia de ver que no aparecen los novillos y novilleros ƑDónde se hallarán perdidos? Los llamados novilleros oían el rumor sordo de los tendidos, como el zumbido de un enjambre de abejas. Citaban bravucones como si fueran toros enteros, a los novillines, entre gesticulaciones sobre actuadas, de presunto temor, presagio de muerte, viajes a regiones desconocidas y misteriosas. šSi como no!
Los novilleros Vela, Sanz, fríos y Serrano, bullidor simplemente sobaban a los novillines de Rafael Mendoza, que salían al redondel ya dominados por el sobrepeso y la falta de casta, presos de visiones terribles, sintiendo que eran lanzados al vacío, y caían y caían, sin caer nunca, mientras, los torillos, hacían como que hacían y que gracias a las domadoras telas rojas de los novilleros, los borreguillos se entregaban a sus mandos, pese a que torear, eso que se llama torear, era imposible.
Eso sí, Pepe Serrano ejecutó un estocadón, que hizo recordar tiempos idos.