LUNES Ť 6 Ť AGOSTO Ť 2001
Ť León Bendesky
Flema británica
La nueva flema británica representada por el primer ministro Tony Blair parece de una estirpe muy distinta del prototipo de tantos personajes políticos y literarios. Hay como un reblandecimiento del carácter que tuvieron otros gobernantes como Disraeli, Churchill o la señora Thatcher o de tipos como Smiley o Holmes. Se extraña una manera más firme de abordar la política, el planteamiento de ideas que exprese una convicción, la que sea, o incluso la fuerza para imponer hondas reformas a la sociedad. Es ya cansado el estribillo de la globalización que se repite en todos los lugares y en todas las circunstancias.
Blair pasó por Argentina y respaldó el pesado plan de ajuste de De la Rúa-Cavallo que prolongará la agonía de la sociedad y la economía de ese país, mientras los inversionistas en los mercados internacionales de capitales siguen obteniendo grandes beneficios y se preparan para especular con la crisis. El primer ministro debería ir más al cine y ver las espléndidas películas que se han hecho recientemente en su país sobre las repercusiones del thatcherismo sobre la clase obrera, como The Full Monty, Soplando al Viento o Billy Elliot que tratan de las dificultades de los obreros y trabajadores en los centros industriales de esas ciudades inglesas con ya más de dos siglos de historia. Y eso que es líder del laborismo británico que finalmente terminó con 20 años de gobiernos conservadores, los mismos que prepararon a la Gran Bretaña para la globalidad de la que él es ahora uno de los principales promotores en el mundo. De veras que es curiosa la política, sobre todo cuando se vuelve plana, sin bordes ni perspectivas.
Blair pasó por México sin consecuencias, vino para decir aquí lo mismo que se dice y, sobre todo, se ejecuta desde Los Pinos y que es una réplica del pensamiento único que se propaga por todas partes. ƑQué dice la lección que todos deben aprender? Pues que la globalización es lo que el mundo necesita; la apertura de las economías es lo mejor para la gente porque amplía las oportunidades; el mercado es el instrumento idóneo para propagar el bienestar y todo lo que hay que hacer es preparar a las poblaciones para vivir en este nuevo mundo feliz. No resistan, es el mensaje. Seguro que Huxley y Orwell revisarían sus obras para acomodar a los profetas del capitalismo actual. Qué limitada se ha vuelto la política cuando es incapaz de proponer siquiera algo que resulte interesante para una sociedad global cada vez más dividida entre la riqueza muy restringida y la pobreza muy abundante. Qué difícil se ha hecho pensar. Ya tenemos aquí también el aval de primer ministro y seguro que se espera que sea efectivo entre los inversionistas europeos para poner algo de su capital en México.
Pero algo más debe estar pasando en la Gran Bretaña, precisamente con el pensamiento. La propuesta de la tercera vía ha tenido muy buena publicidad, como corresponde a un producto que se precie de serlo en un mercado global. Pero o Tony Blair no es un buen vendedor o lo que quiere vender no da para mucho en el mundo mágico de la oferta y la demanda, cuando menos entre la masa de los consumidores, de los cuales, al final, depende que todo esto funcione. Anthony Giddens, quien ha formulado dicha propuesta, ocupa en la sociología británica un lugar sin duda especial; hay quienes lo consideran como el mayor heredero de Diderot por sus análisis de las prácticas sociales y la manera en que se construye la autocomprensión del individuo, reconocido estudioso de Durkheim y de la teoría social en el capitalismo moderno. Pero no parece ser lo mismo el pensamiento crítico como una forma de la construcción de la conciencia, que las propuestas prácticas para intentar domar un sistema económico y social que se desboca y que de modo creciente fragmenta la realidad de la existencia y la imagen que los individuos tienen de sí mismos. Esta socialdemocracia que se quedó sin un referente en el socialismo tiene muchas dificultades para retener la atención más allá de los discursos políticos que se hacen entre políticos o en las reuniones académicas, no llega a los diversos grupos sociales como base de una nueva forma de organizarse y de participación.
La prueba final de la eficacia de un sistema económico es el bienestar y la calidad de vida de la población. Ese es el referente último de todos los debates sobre la eficiente asignación de los recursos, el aumento de la productividad o la mayor competitividad. Y no es suficiente que ello se alcance en un sector, sino que tiene que abarcar a la economía y a la sociedad en su conjunto. El capitalismo global, tal y como se ha ido configurando desde hace ya un cuarto de siglo, no está pasando esta prueba en términos generales y menos aun en países atrasados como México. Esa limitación práctica se expresa de modo muy claro en términos del quehacer político.