lunes Ť 6 Ť agosto Ť 2001
Armando Labra M.
Sexenio corto, pobreza larga
Todos los indicadores, como quiera que se miren o se construyan, señalan que la pobreza, lejos de aminorar, crece en México. Muchos que no lo eran, ahora son mexicanos pobres y los que siempre lo fueron ahora lo están más. No sólo hay pobreza sino empobrecimiento. No se necesita ir lejos para probarlo y comprobarlo.
De nada sirve echar la culpa por el hombro hacia el pasado. Si en efecto el combate a la pobreza ha sido bandera izada por todos los gobiernos recientes con mayor o menor éxito, el hecho es que por encima del afán de abatir o mediatizar la condición de los pobres, la política económica que los genera en abundancia lacerante ha sido y sigue siendo, más, mucho más poderosa. Por eso es pobre la mayoría nacional.
De poco sirven los piders, sams, pronasoles, progresas, procampos o el changarrismo ranchero -de suyo cada vez más ralos, dadivosos, paternalistas y focalizados- si las decisiones económicas están en la cima, en las prioridades de gobierno y son precisamente las que provocan el desempleo, subempleo o eliminación de sectores enteros, como sucede ahora con los campesinos del país. No sólo a los cañeros y maiceros del norte, a todos.
Es claro que se justifica luchar por una política social efectiva y justiciera, mas si no se ataca y supera el origen económico de la pobreza, seguiremos fomentando un país de miserables sin capacidad de compra, pero con gran capacidad de irritación explosiva. Y siendo los gobiernos los generadores de la política económica sería ingenuo suponer que por meras razones morales habrían de cambiarla. Y menos un gobierno de empresarios para empresarios como el que nos ha dicho el presidente Fox que tenemos.
Quedando clara la respuesta ideológica fundamental a la cuestión de para quién trabaja el gobierno y más claro aún que no es para los pobres ni para la mayoría no empresarial del país, nadie duda que sea inconcebible esperar que el gobierno asuma una política social de fondo a costa de un proyecto económico heredado, impulsado desde afuera y que no alcanza a comprender.
Y como no se puede esperar que tal insólito acontezca, aunque esté pulcramente expresado en la Constitución que se juró cumplir, aunque tal sea la esperanza de la mayoría de los mexicanos que son pobres y aunque así lo anhele la minoría que votó por el actual gobierno, uno se pregunta con prudente angustia, Ƒqué es lo que sí podemos esperar?
La respuesta es igualmente clara: si usted no es empresario, nada. Para los que no tenemos ese privilegio, no resulta sensato esperar ni es deseable esperar, sino actuar. Está en manos de nosotros, la sociedad, exigir las reivindicaciones que se desean, claman o necesitan y para hacerlo la acción individual aislada es inútil. Y tanto lo es que por eso se auspicia la idea de que la participación democrática consiste precisamente en eso, en acciones de individuos aislados que llenan una papeleta para el Plan Nacional de Desarrollo. Con eso ya cumplimos, šya tenemos democracia!
La realidad apunta por otro lado. Es la participación de individuos, pero organizados en torno a asuntos colectivos, lo que construye una verdadera democracia, y además es la forma en que predominantemente responden los mexicanos, en especial ante la adversidad. Y es así, de forma organizada, sea en partidos, ONG, ANP, como usted guste, como debemos hacerlo ya, y no para esperar o plantear sino para exigir.
ƑPor qué? ƑPor qué no dar más tiempo a que se consolide el gobierno, a que cumpla su curva de aprendizaje, a que tome las riendas, a que los secretarios entiendan? Por la simple y sencilla razón de que este sexenio ya se acabó. Somos testigos del sexenio más corto de la historia.
La experiencia reciente nos muestra que los sexenios concluyen ya no por la extinción de un lapso legal, sino por el agotamiento en la capacidad de imaginación, realización y cumplimiento del quehacer público, concebido a partir de compromisos entre gobierno y gobernados. Cuando, como ahora, declara el Presidente que los compromisos del poder son sólo entre empresarios, el gobierno ha concluido. Ha abdicado de su misión histórica y del mandato constitucional. Se ve que no basta jurar, sino que es necesario leer la Constitución, no digamos entenderla. De otra forma, no se le jura, se le abjura.
Dramáticamente el sexenio de siete meses, el más corto, se enfrenta a la pobreza más larga y profunda que han vivido los mexicanos en décadas. Pero también a una dependencia extrema de la economía de Estados Unidos, cuyos repuntes son inciertos; a una economía interna en declive y a erupciones políticas por doquier que reclaman, ante la abdicación oficial, una respuesta comprometida, inteligente, constructiva y contundente de la sociedad organizada.
Si no somos capaces de asumir esa responsabilidad, no tendremos cara para reclamar. El balón está de este lado de la cancha por decisión del equipo adversario. Si no lo jugamos perdemos al partido. Y el país.