SPUTNIK
¡Gorko!
Ť Juan Pablo Duch
Moscu, 3 de agosto. ¡Gorko!, pronunciado con la letra "o" final como si fuera "a" y que significa en español amargo, se grita aquí con júbilo para pedir a los recién casados un beso. Sucede, una y otra vez, a lo largo de un día que por lo común termina entrado ya el si-guiente, después de cada brindis -y son tantos, que es imposible llevar la cuenta- por la felicidad de la pareja.
Forma parte de un ritual arraigado durante siglos, pero nadie sabe todavía si el primer ruso que gritó ¡gorko! ?las crónicas no registran cuando comenzó la tradición, probablemente porque el cronista acabó dormido debajo de la mesa? lo hizo por el sabor que le quedó en el paladar tras el vodkazo de rigor o se refería al conyugal destino del flamante marido.
Por lo mismo, se desconoce el momento exacto en que, aquel histórico día, los re-cién casados respondieron con un beso a la espontánea exclamación. La hipótesis más creíble apunta que, tras horas de felicitaciones y buenos deseos, fue una forma de recordar a los invitados que, a ese ritmo, en lugar de noche de bodas tendrían mañana de cruda.
Ahora los novios no se sienten obligados a presidir la mesa hasta que se caiga el más aguantador de los invitados y se empieza a gritar ¡gorko! apenas el juez del registro civil, intercambiados anillos y un primer (¿?, bueno, para ese día, primer) beso, entrega a la pareja el respectivo certificado matrimonial.
Sobre la banqueta, frente a la puerta de la oficina del registro civil, se descorcha la primera botella de champaña local, buena y barata, o sea, doblemente buena, y el grupo de sonrientes personas, tras el inaugural buche, se rompe la garganta para que se es-cuche la amarga invocación en medio del tráfico y demás ruido de la calle.
Consumado el beso, que suele acompañarse del conteo de los segundos que dura la labial succión, a modo y semejanza de como corean los fanáticos del box la involuntaria siesta del noqueado, los novios arrojan contra el piso las copas de cristal. Los invitados guardan sus vasos de plástico, pues todavía servirán camino a la casa o restaurante, donde será la fiesta.
Antes de instalarse frente a una mesa, que poco le falta para venirse abajo de tan generosamente servida que está, esposos e invitados, en un cortejo de coches adornados para la ocasión, visitan algunos emblemáticos sitios. Por ejemplo, muchas no-vias suelen depositar su ramo de flores en la Tumba del Soldado Desconocido, junto a las murallas del Kremlin.
También es frecuente hacer una escala en el mirador de las Colinas de Lenin, ahora llamadas Voroviovy Gory (Colinas de los Gorriones), o en el Parque de la Victoria. En ambos lugares, todo está dispuesto para facilitar el festejo: hay fotógrafos ambulantes, orquestas que tocan piezas pa-ra bailar, vendedores de botellas de champaña y hasta señoras que alquilan unas pa-lomas que los recién casados lanzan al aire en señal de amor (como los sábados son muchas las parejas que quieren soltar a las blancas aves, la más emprendedora de las señoras explica que decidió amarrarles en las patas unos 10 metros de hilo resistente para evitar que se escapen y contrató dos ayudantes que, tomadas las fotos que in-mortalizan el momento, sujetan a las palomas, como si fueran papalotes).
Luego, lo dicho. Ya sea en una casa o restaurante, brindis y besos, besos y más brindis, hasta que los recién casados em-prenden su viaje de luna de miel, mientras los invitados se acaban la bebida y la co-mida. Algunos rusos también se casan por la Iglesia, pero normalmente lo hacen no antes de vivir como marido y mujer un año. De ese práctico modo, se evitan tener que estar gestionando anulaciones con los burócratas del patriarcado de la Iglesia ortodoxa.
Así son, detalles más, detalles menos, las bodas rusas. Hace poco, sin embargo, un beso, tan apasionado como sólo puede ser-lo cuando una mujer está realmente enamorada de otra mujer, selló la unión matrimonial de una pareja de lesbianas, la primera ceremonia de esta naturaleza que tiene lugar en este país.
En Rusia, a diferencia de Alemania, cuya comunidad lésbico-gay está de plácemes por la entrada en vigor de una ley que autoriza el registro oficial de parejas de un mismo sexo, este tipo de matrimonios ca-rece de reconocimiento legal. Por eso, la boda de las dos Yulias, una rubia y morena la otra, tuvo como escenario un club y una amiga de la pareja ofició de juez del registro civil y expidió el certificado, más simbólico que matrimonial.
Pero la verdadera sorpresa de la noche fue la siguiente boda, verificada en el mis-mo lugar. Y no es que sea más raro que, esta vez, los novios hayan sido homosexuales. Lo poco común es que contrajeron matrimonio tres gays, uno de ellos vestido de mujer, formando no una pareja, sino más bien un trío nupcial.
A partir de ahora, la esposa, que responde al nombre de Misha, diminutivo de Mi-jail, tendrá dos maridos y no uno. Dice que quiere a los dos por igual y que, ante la disyuntiva de tener que entregar su amor a uno solo, les propuso un menage a trois que, al parecer, resultó convincente.
Quizás pasará mucho tiempo para que los matrimonios entre parejas de un mismo sexo sean reconocidos en Rusia, pero -por lo pronto- sigue haciendo mucho calor y este Sputnik, por razones de veraniego so-brecalentamiento, dejará de emitir señales durante dos semanas. Volverá a ser puesto en moscovita órbita el 25 de agosto.