sabado Ť 4 Ť agosto Ť 2001

Ilán Semo

Diario metropolitano

Lunes. UNAM. Facultad de Historia. Me habían pedido que hablara sobre la historia del escepticismo. ƑQué puedo decir? Una ocurrencia que termina en un dilema. ƑCómo se transforma la duda en un acto afirmativo? La duda escéptica; la palabra en alemán Zweifel (duda) contiene la raíz zwei (dos), que denota multiplicidad. Es un procedimiento que permite que dos convicciones choquen entre sí. Si este choque logra que cada una de ellas ceda suficientemente el individuo puede escapar de ambas: šdivide et fuge! No convenzo a nadie. Discutimos entonces si la bondad o la generosidad pueden ser más relevantes que la inteligencia. Pienso que sí. Súbitamente todas las miradas se volvieron escépticas.

También en la UNAM, una exposición de instalaciones inspiradas en la película Crash. ƑAmor y mutilación? La entrada es elocuente. Dos hombros gigantescos con un ombligo volteado, hechos de un material que da la impresión flácida de un pulpo. Lo demás nada en especial, con excepción de una figura aislada de un plástico gris. Puede ser un muchacho o una muchacha sentada que se lleva las manos a la cara. La luz intensa aumenta su soledad, también su tranquilidad. Detrás de una mampara, la misma figura enjuta y deformada ha envejecido ad sumum. Se me hace un nudo en la garganta. No pude dormir bien.

Martes. La Esmeralda. Proyección y discusión de dos cortos de Erwin Zweck: La imagen sin atributos. Es un arte de la frustración, aunque Zweck nunca pierde el sentido del humor. Los tonos son grises y rápidos. A veces asoma el azul, un azul metálico. Después Zweck detiene las imágenes en medio de la nada; recuerda a Eisenstein. La época en que el cine quería competir o departir con la pintura: una imagen detenida en el tiempo. Hay una escena en que el protagonista, antes de ir a recoger las cenizas de su madre, hace una parada en una calle de Berlín donde hay peep shows. Se abren unas ventanillas donde asoman rostros y partes aisladas de cuerpos femeninos, incomprensibles, a veces hilarantes. Pero nadie ríe. La atmósfera es más bien de descomposición. Esa atmósfera triste que acompaña a veces al arte contemporáneo. Pienso que Fassbinder sabía cómo lograr el mismo efecto sin el ánimo de fracaso. Pero Zweck es de una precisión aritmética. Todo está ahí: el parking place del deseo, la comedia urbana, la interrupción aleatoria del sentido, el supermercado de la imagen. Hay una frase de Houllebecq que describe este contraste sin ninguna mediación: "el arte contemporáneo me deprime; pero me doy cuenta que representa, con mucho, el mejor comentario reciente sobre el estado de las cosas". Se ha pensado al arte como un ejercicio de transformar lo cotidiano en un estado de excepción. Pero reflexión inversa es más elocuente.

Miércoles. Cenidiap. Presentación de la revista virtual del Centro de las Artes. Algunos curiosos y un grupo duro de internautas. El esfuerzo es admirable. Meses de trabajo en un sitio que conjuga arte e hipertexto. La pantalla permite un nuevo género: la ópera o la opereta textual. La puesta en libro de un texto con sus imágenes se transforma en una escenificación: música, ritmo, movimiento, imágenes, textos. La noción de "revista virtual" es perturbante. Una revista era hasta hace poco un conjunto de volúmenes aislados que ostentaban su propia individualidad. En la red, todo queda concentrado, en un solo "sitio", un texto que crece y se multiplica por sí mismo, como un extraño ser con vida propia. El hipertexto es un texto en crecimiento perpetuo. Después tuve el siguiente sueño. Una biblioteca en la que salen ramas de los libros que a su vez son libros, y así sucesivamente. Pero iban acompañados de una música alegre. La discusión versó sobre un hecho elemental: cada medio de producción textual parece revitalizar a los más antiguos. Seguimos haciendo inscripciones sobre piedras, sólo que ahora como obras de arte.

Jueves. Acompañé a Hans Jurgen Steinitz al museo Tamayo. Estuvo en la ciudad un par de días para asistir a no sé qué comité de "historiadores globales". Se detuvo frente al cuadro Sol por la tarde. Sonrió y dijo que le recordaba su niñez en Holzweg, Alemania. Por primera vez, después de 10 años de conocerlo, me atreví a preguntarle por qué todas y cada una de sus clases de historia terminaban invariablemente en alguna evocación de la segunda Guerra Mundial. Podría hablar de Séneca o de la civilización china, pero siempre aparecían los fantasmas de los años cuarenta. Tenía tan sólo 22 años cuando ingresó al ejército. Me respondió que el trauma de la guerra había sido suficientemente vasto para ocupar toda su vida. Lo demás había pasado como un espectáculo ajeno.

Steinitz ha escrito tres versiones sobre el mismo hecho: la forma como el fascismo se apoderó gradualmente de las almas de los habitantes de Holzweg -Ƒel trauma?-. Cada una es distinta. Tal vez ha querido demostrar que la historia es una continuación de la memoria con las armas de la subjetividad individual. Pero hay una cuarta que le escuché en Francfort, y que aún le queda por escribir. Concluye así: "He dicho todo lo que podía decir sobre Holzweg. Y ahora sólo quiero llorar".