viernes Ť 3 Ť agosto Ť 2001

Horacio Labastida

Fracasos y esperanzas

las esclarecientes disertaciones del musicólogo Wendell Kretzschmar, que de vez en cuando atraían aficionados del pueblo germano Kaisersaschern, donde Nikolaus Leverkühn tenía su célebre casa de instrumentos musicales, alcanzaron sin duda muy altos grados de excelencia el día en que ante Adrian Leverkühn, su amigo Serenus Zeitblom y el escaso público que concurría, habló emocionado sobre cómo la música, aun la más compleja, sutil y sofisticada, esconde en su propia naturaleza una "capacidad de empezar de nuevo en todo momento, de descubrir y de volver a crear otra vez, partiendo de la nada, lo que ha sido logrado en el curso de una historia de siglos de cultura. Al intentar hacerlo, vuelve a atravesar las fases de primitividad de sus comienzos históricos y puede alcanzar... maravillosas cimas de la más peregrina belleza", mostrando de este modo que en el arte de Juan Sebastian Bach hay un movimiento cíclico de retorno al origen no para repetirse, sino muy principalmente para hallar en las fuentes motivos de creaciones innovadoras que permitan explicitar más y mejor los secretos de la estética.

Ahora bien, si se dedica alguna atención a las reflexiones de Kretzschmar, que tanto influían en el Adrian Leverkühn de que nos habla Thomas Mann en Doctor Faustus, es relativamente fácil ver que el ritornelo con saltos cualitativos que el musicólogo atribuía al arte de Euterpe, no es exclusivo de la sinfonía, pues la historia también regresa creativamente a los ideales que la inspiran, sobre todo al tomar conciencia de las categorías en que sustenta la marcha al porvenir, ritornelo social y político que ocurre en la medida en que el proyecto prístino falla y estimula así el regreso a los ideales del punto de partida, remodelándolos al propiciar su transformación en hechos concretos. Y precisamente el reculamiento a lo primero y el impulso a un nuevo progreso explica el optimismo del hombre en la grandeza de la utopía.

El primer perfil de la nación deseada adquirió trazos definitivos en la insurgencia de Morelos, al delinearse los contenidos con que tendría que edificarse el Estado mexicano, elementos nítidamente explícitos en tres ideas centrales. La primera señala un México dueño de soberanía absoluta y no relativa, para dejar bien claro que ante los poderes extranjeros, la soberanía de México es un derecho insubordinable y jamás sometido al capricho amenazante de las superempresas. La segunda idea se expresó en los términos de república popular, con el fin de acentuar una democracia que supusiese armonía entre la voluntad del pueblo y las decisiones de la autoridad. En 1813 no se quería para México ni la democracia empresarial oculta en la doctrina independentista de 1776, que separó al actual Estados Unidos de su matriz inglesa, ni la democracia burguesa en que concluyó la revolución francesa de 1789. No, Morelos en Chilpancingo habló de una democracia de todos los mexicanos y no de democracia de las elites. Y la tercera idea es la justicia social: los insurgentes afirmaron desde nuestros orígenes que por igual la soberanía absoluta y la democracia tendrían que sustentarse en una equidad material y cultural que garantizara la vida digna de todas las familias. Y esas tres ideas son las que han permeado los movimientos estelares de nuestra historia. Santa Anna hizo fracasar las proclamas de la insurgencia y de los federalistas de 1824, aunque no en términos definitivos.

La revolución de Ayutla y el reformismo de 1857 y 1859 retomaron el pensamiento de la insurgencia y echaron definitivamente del país al conservadurismo de Lucas Alamán y Santa Anna, sin que triunfaran las doctrinas de Melchor Ocampo, Francisco Zarco El Nigromante, Juárez, Lafragua y Barreda, entre otros, ante el militarismo que con Porfirio Díaz se entronó entre 1877 y 1911, año este en que renace la autopía morelense: otra vez los revolucionarios ponen en práctica la soberanía absoluta, la república popular y la justicia social, en el artículo 27 constitucional, alma del levantamiento iniciado en 1910.

Sin embargo, la revolución torcida y olvidada en los últimos 84 años, incluyendo el presente, por los gobiernos que han avasallado al país con la lógica neoliberal del capitalismo trasnacional, gestando la dependencia que lo empobrece y asfixia, parece resplandecer nuevamente en los síntomas de un ritornelo redentor de justicia y libertad que abre horizontes esperanzadores al plantear un cambio de la lógica de opresión por la lógica de liberación.