Sin prejuicios ni perjuicios
Las actitudes, creencias y conocimientos sobre la sexualidad han cambiado muchísimo con el tiempo y varían de una sociedad a otra. Sin embargo, cada sociedad cree que sus normas son universales y, por tanto, "naturales", cuando en realidad la sexualidad es un hecho biológico y sociocultural a la vez.
Años atrás se pensaba que la sexualidad era algo pecaminoso, perverso e indecente. Se consideraba que la única sexualidad "natural" y por lo tanto aceptable, era la relación entre hombre y mujer, dentro del matrimonio y para tener hijos. Era mal visto --sobre todo para las mujeres-- buscar la satisfacción y el placer sexuales por sí mismos.
Actualmente se sabe la importancia que tiene la sexualidad en el desarrollo de la personalidad y en el bienestar de las personas de todas las edades. En muchas partes del mundo la masturbación ha dejado de ser un tabú y también se admite que las personas mayores siguen teniendo vida sexual. Además, las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo ahora se reconocen como una realidad social. De la misma manera, el uso del condón y otros métodos de planificación familiar se ha vuelto una necesidad para la salud, tanto para protegerse del VIH/sida y otras infecciones de transmisión sexual, como para decidir responsablemente cuándo procrear o no un hijo o hija.
Sin embargo, aún existen personas e instituciones
que siguen condenando estas formas de vivir la sexualidad, llamándolas
"anormales" y "antinaturales". En nombre de la moral (su moral)
y de la "naturaleza humana" reducen la sexualidad a una sola forma: la
relación entre hombre y mujer, dentro del matrimonio y únicamente
para procrear. Peor aún, censuran a las personas que no se ajustan
a ese comportamiento. Como resultado, muchas personas se sienten a disgusto
con su vida sexual porque, según esta definición restringida,
casi nadie tiene gustos ni prácticas sexuales "normales", lo que
produce sensaciones de culpabilidad y vergüenza; pero no son las prácticas
ni los gustos los que crean culpas, sino los prejuicios de la sociedad.
Es por eso que es tan importante tener una educación sexual libre
de prejuicios que fomente el respeto y la equidad entre hombres y mujeres,
entre personas de edades y preferencias sexuales diferentes, así
como el derecho a decidir sobre su propio cuerpo y la responsabilidad de
cada quien de cara a sus propias decisiones y actos.
Tomado del libro Somos diferentes, somos iguales, de la Fundación Puntos de Encuentro para transformar la vida cotidiana, 1998, Managua, Nicaragua.