JUEVES Ť 2 Ť AGOSTO Ť 2001
Olga Harmony
La vida no vale nada
La parte mexicana del proyecto del grupo quebequense Ensemble Sauvage Public, Migrations/ migraciones (que entiendo ya se presentó en Quebec, por lo que esta escenificación lleva el número 2, y que seguirá un periplo de encuentro de culturas en Moscú, Malí y la parte anglófona de Canadá) correspondió a Teatro de Arena con la dramaturgia de Luis Mario Moncada y la dirección escénica de Martín Acosta. Es un arriesgado experimento en tres idiomas aunque en la acción mayoritaria es el inglés, la lengua extranjera más hablada entre nosotros, la que contrasta con el español. Y aunque se nos diga en el programa de mano que los canadienses no entienden nuestro idioma, esto se desmiente por las irreprochables actuaciones de Cecilia Pizarro y Cécile Lasserre en la parte mexicana y porque es el trío de actores quebequenses el que tradujo al francés y al inglés el texto de Moncada escrito en español.
De cualquier manera, la malicia autoral del dramaturgo hace que se entienda el meollo de la obra, dividida en cuatro partes -dos para el norte y dos para el sur- y 26 cuadros. Las partes del norte, separadas por tres años una de otra, complementan la historia de los personajes quebenquenses aunque nunca se nos diga el destino final de Pierre, que sin duda cumplirá su búsqueda en los otros países en que se dé el experimento.
En cambio, las dos partes mexicanas transcurren en una noche, con las historias de extraños encuentros de Pierre -y que se siguen ya sin éste-, quien llega impulsado por una madre y una novia impositivas y, sobre todo, por lo que le dijo una adivina. El paso de Pierre por los laberintos nocturnos más peligrosos del Centro Histórico de la capital se ven signados por el entrecruzamiento con otros migrantes, algunos extranjeros, otros de diferentes estados que han llegado a la capital en busca de mejores horizontes, excepto el Padrote, del que nunca se nos da su origen y Quinceañera, la jovencita urbana que pretende huir hacia Tijuana y de ahí cruzar la frontera, lo que la convierte también en migrante. Está el Mariachi pueblerino, que todos los días tiene que hacer un viaje desesperanzado hacia Ecatepec y de regreso; el Mariachi, con su acción desesperada, se convierte en apoyo de Quinceañera y de esa extraña prostituta francesa que cita a Hamlet y que es salvada dos veces del suicidio, una por la Evangelista, turista canadiense. El Chambelán, de San Luis Potosí, y el Taxista embelesado con la turista son otros de los personajes que van desarrollando una trama hecha por Luis Mario a base de equívocos por el idioma, pero también de dos constantes que los extranjeros encuentran en nuestro país, como son el desprecio por la vida -que no vale nada- y cierto elemento mágico que se dará en el encuentro final entre Pierre y Quinceañera.
Con una escenografía de Mauricio Elorriaga consistente en dos paredes que hacen las esquinas que el texto va pidiendo y tres cajones, con el excelente vestuario de Martín López, la iluminación de Alexandre Brunet y el diseño sonoro de Michel Frigon, Martín Acosta dirige a un grupo de buenos actores que doblan papeles, excepto Martin Choquette como Pierre Green y Carmen Mastache que hace una deliciosa Quinceañera. Acosta traza escénicamente con la imaginación a que nos tiene acostumbrados usando ya sea el espacio vacío, ya los cajones convertidos en el taxi o en asientos. Al mismo tiempo, mantiene el difícil ritmo que ameritan los sucesivos cuadros, muy diferentes en unos y otros, y las transiciones de sus actores, algunas muy inmediatas, como las de los mexicanos Bruno Castillo, que encarna al Chambelán y al Mariachi, y Marco Pérez como el Padrote y el Taxista, algunas más mediatas, como las de Marcela Pizarro como la Madre quebequense y la puta francesa y Cécile Lasserre como la novia de Pierre y la Evangelista en México.
La presentación de la parte mexicana de Migration se complementa con una mesa redonda que se efectuará hoy, después de la función especial en donde se tratará el problema de los migrantes.