jueves Ť 2 Ť agosto Ť 2001
Adolfo Sánchez Rebolledo
Creencias y linchamientos
Lo peor que podría pasarnos es comenzar a consentir los excesos del fanatismo tratándolos como episodios aislados, y por lo mismo extraordinarios, de los que nadie puede sentirse responsable. Mucho menos pueden justificarse en nombre del México profundo creencias que llevan, bajo ciertas condiciones, al linchamiento purificador. El último episodio de venganza colectiva realizado contra un ladrón de imágenes en un pueblo de Tlalpan tiene que verse en su real crudeza como lo que es verdaderamente: un asesinato tumultuario sin atenuantes de ninguna especie.
Las autoridades religiosas fijaron su postura ante los hechos de Magdalena Petlataco por voz del arzobispo primado de México, quien al respecto dijo: "la arquidiócesis rechaza toda violencia, yo creo que es violencia todos esos robos, pero una violencia más criminal es asesinar a una persona. La Iglesia de ninguna manera puede aceptar eso". No obstante esa condena inobjetable, el prelado no quiso quedarse en ella sin aprovechar la oportunidad para aminorar el peso de la carga religiosa del crimen, convirtiéndolo, y cómo no, en un acto de "desesperación de los fieles" ante las omisiones de la justicia. El sofisma completo recogido por distintas versiones periodísticas dice así: "Yo creo que los feligreses expresaron algo en lo que no encontraron eco en la justicia humana", afirmó.
El cardenal Rivera falsea la verdad cuando dice que el crimen se explica por la omisión de la justicia, pues, al menos en este caso, la violencia no es la aplicación de un recurso atroz potenciado por la ausencia de la autoridad, ya que los policías encargados del orden público estaban allí impotentes para frenar a los iracundos vecinos que golpearon al hombre amarrado a un árbol hasta matarlo. ƑO será una manera de manifestar la creencia de que la ley no alcanza para castigar a quien se atreve con la religión y sus símbolos?
Echar el bulto sobre "la justicia humana", como hace el cardenal, es un subterfugio para desviar la atención sobre los peligros de ese fanatismo secular, tantas veces tolerado cuando no asumido por las autoridades eclesiásticas (y algunos compañeros de viaje) como expresión legítima de la religiosidad popular.
Menos entendibles resultan todavía las declaraciones del jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, quien se limitó a señalar que el episodio "es resultado del México profundo y arraigado en tradiciones, con las cuales no hay que meterse, por respeto y para evitar problemas". Esta idea del "México profundo", convertida en trillado lugar común para explicarse lo inexplicable, nada tiene que ver con el alegato de Guillermo Bonfil y sí, mucho, con las justificaciones elaboradas por el clero desde la Colonia hasta nuestros días para mantener la vida de los pueblos en torno a la Iglesia católica.
Si no es posible justificar ningún asesinato en nombre de las creencias tampoco se puede considerar un robo vulgar sólo desde el punto de vista religioso, como un ataque a las creencias, aun si éste se comete contra el muy respetable patrimonio de los templos y sus objetos de culto, ofendiendo gravemente los legítimos sentimientos de los fieles. Ya la Iglesia sabrá condenar el pecado si el delincuente es creyente, pero en todos los casos, el castigo de los delitos, cualesquiera que sean sus propósitos y resultados, corresponde a las autoridades judiciales y bajo ninguna circunstancia debería justificarse -en nombre de una costumbre ancestral- la aplicación de la ley de Talión. ƑNo es eso de alguna manera lo que también plantean los que piden la pena de muerte para combatir el delito? ƑAlguien creyó que el tema del laicismo era asunto superado? Por favor...