JUEVES Ť 2 Ť AGOSTO Ť 2001

Luis Angeles

Desaceleración

Los indicadores reales de la desaceleración económica se han mostrado más pronunciados que en las estimaciones previas, y los pronósticos han debido ser revisados una y otra vez en lo que va del año.

Como todos los fenómenos sociales, es más fácil conocer de éste su naturaleza ex post. Más cuando se trata de un acontecimiento recurrente como la presente desaceleración económica, que por segunda vez no sucede a finales de un sexenio, sino a principios. Esta desaceleración muestra más diferencias que semejanzas con los pasados ciclos, y cuya peor parte ha quedado seguramente atrás, manteniéndose ahora en estancamiento y avizorando una ligera recuperación hacia comienzos del cuarto trimestre del presente año, si antes se recupera el mercado estadunidense.

Muchas son las diferencias de este fenómeno con respecto a los ciclos sexenales anteriores. Como ha sido reiterado, deriva de la desaceleración de la economía de Estados Unidos y de la propia incapacidad de la economía mexicana para sostener altas tasas de crecimiento. Lo que se ha analizado menos, es que se ha producido una alineación de las variables: disminución en las tasas de interés debido a la baja en las cotizaciones del tipo de cambio y al mejor comportamiento histórico de la inflación, lo que redunda en una mayor calificación de riesgo y valor de las acciones bursátiles, lo que a su vez atrae más ingresos de recursos externos a nuestro mercado de capitales.

Por otra parte, tenemos la convergencia de una serie de fenómenos negativos: fuerte caída en el PIB industrial y en el agropecuario; sostenimiento de los niveles de consumo interno y reducción en las ventas al exterior y en las utilidades de algunas empresas, lo que ha obligado a paros escalonados en industrias automotrices con el propósito de no acumular inventarios indeseados y compensar el bajo volumen de exportaciones, principalmente a Estados Unidos. Además, es sistemática la disminución de los ingresos públicos que, aunada a la incertidumbre sobre la reforma fiscal, está obligando a sucesivos ajustes en el gasto del gobierno.

La alineación y la convergencia de unos y otros fenómenos económicos nos presenta una coyuntura ciertamente menos vulnerable a la contaminación externa de mercados especulativos de corto plazo, pero nos sigue mostrando nuestra acentuada subordinación a la dinámica de Estados Unidos y a las dificultades estructurales de la expansión de nuestra propia economía.

Otra diferencia importante con respecto a las crisis recurrentes del último cuarto de siglo es que la economía y la política son ahora variables menos interdependientes de lo que eran en el pasado reciente. También es cierto que hoy es menor la responsabilidad atribuible al gobierno, acaso porque se consideren disminuidas las funciones económicas del Estado o porque se conoce mejor la dinámica global.

Aunque se ha vendido bien a las corredurías internacionales el "bono democrático" y con ello conseguido elevar el grado de inversión en nuestro país, todo mundo sabe que la persistencia de una tendencia económica terminaría por influir sobre la política, y que la perseverancia de un fenómeno político acabaría más pronto que tarde por afectar a la economía.