MIERCOLES Ť Ť AGOSTO Ť 2001

Ť Recreó temas viejos y no tanto con la marca de su pasión por Stravinsky y Jobim

De deslumbrante califican el recital del brasileño Egberto Gismonti en Buenos Aires

REUTERS

Buenos Aires, 31 de julio. Una guitarra de 10 cuerdas, un piano de cola y la sencillez de una voz inconfundiblemente brasileña para acompañar, en coro, sus inalcanzables dedos, crearon la magia con que Egberto Gismonti deslumbró a quienes lo vieron y escucharon en Buenos Aires.

El versátil músico brasileño volvió a la capital argentina tras cinco años de ausencia con un recital deslumbrante en el que lo acompañaron su hijo Alexandre, en la guitarra, y Zeca Assumpeso, en el bajo.

El salón del hotel en el que el trío se presentó el fin de semana se cubrió con la magia de una música que a fuerza de romper y conjugar estilos que van desde el clásico, la bossa nova, el jazz y los sonidos de la expresión indígena desborda cualquier intento por encasillarla en un tipo rígido.

Gismonti embruja la guitarra con la misma destreza que el piano y con el mismo talento, originalidad y sentimiento con los que afila el lápiz para componer sus obras, dueñas de una expresión única en el campo de la música popular y contemporánea.

El músico, que en 54 años de vida lleva editados igual cantidad de álbumes, recreó en Buenos Aires temas viejos y no tanto con la marca de su pasión por Stravinsky o Tom Jobim, y en los que los sonidos de la naturaleza proponen cambiar el escenario de la gran ciudad por la selva amazónica.

Una extraordinaria destreza le permite a Gismonti superar la capacidad de las cuerdas de su guitarra y crear expresiones nuevas que hacen renacer el instrumento.

Con esa misma habilidad, el músico carioca pasa de una butaca a otra para encarar las teclas del piano y le da autGismontionomía a cada una de sus manos para que bailen su propia fiesta sobre el teclado.

Gismonti tiene la rara cualidad de hacer vibrar dos instrumentos con técnicas diferentes, además de componer sus propias obras, complejas en su sintaxis tanto como profundas, serenas y desbordantes de energía en la armonía del conjunto.

"Hago una música maluca, difícil de tocar, no doy con el estereotipo brasileño y, sin embargo, lo soy", dijo en una entrevista publicada por el diario Página 12.

Autor de la música de películas como El viaje, del argentino Pino Solanas, o La fábula de la bella palomera, de Ruy Guerra, Gismonti arrastra consigo la preciada carga de una obra fecunda y variada en la que destacan las orquestaciones para discos de Naná Vasconcelos.

Entre sus propios discos sobresalen Danza das cabezas y Duaz vozes dos dúos, con Vasconcelos, tanto como Sol do meio dia y Mágico.

La generosidad musical de Gismonti se extiende también a sus compañeros de escenario, los que brillaron con luz propia cuando el hombre de largo pelo cano y gorro tejido a tono los dejó solos frente al público, a cada uno en su momento, para que revelaran con libertad las piezas que conforman el trío.

Gismonti llegó a Buenos Aires tras un paso por la norteña provincia argentina de Chaco, donde tocó en el marco de un proyecto denominado Tocar la vida.

Primero deslumbró con la orquesta de Cámara Mayo y luego con el Quinteto Vila Lobos en lo que considera un territorio más afín al suyo que la capital argentina, a la que ve como un país extranjero dentro de otra nación latinoamericana.