MARTES Ť 31 Ť JULIO Ť 2001
ZIG-ZAG
El desencanto
Ť Mauricio Ortiz
CAUTIVADOS POR UN cielo esplendoroso, cómo se ilusiona la familia entera por el día de campo. El abuelo piensa en su tequila a la sombra del árbol, la abuela y la madre piensan en el almuerzo, y el padre piensa en el dinero, el coche y el derrotero. Cada muchacho piensa en su juego y revisa el balón, la pelota de volley, las manoplas; la más pequeña piensa en su clásica muñeca y la oveja negra, un adolescente con la cabeza en las nubes, sólo piensa en escapar de la bulla familiar, subirse a un pino o trepar a una roca y ponerse a leer su Sandokán.
EN LO QUE a nadie se le ocurrió pensar, siendo época de aguas, es que seguramente llovería por la tarde y podría arreciar temprano. El abuelo lo advirtió, pero no estaba seguro si en voz alta o para sus adentros. Apenas iba prendiendo el anafre cuando llegó la ráfaga de viento y cayeron las primeras gotas. Los niños no se quieren meter al coche, y el agua a cubetadas; la madre y la abuela piensan en el almuerzo y en la ropa mojada; el abuelo sólo calla y el padre, al contrario, no da pausa en proferir sus leperadas. Con la misma facilidad con que se gestó, se deshizo el encanto.
EL DESENCANTO ACARREA frustración, enojo, disputas, pesimismo. Todos se echan la culpa de todo y las cosas más elementales carecen de solución. Por principio de cuentas de quién fue la maldita idea. Bajo la lluvia torrencial, el regreso será puros silencios y regaños.
"EN LA NOCHE del 20 de diciembre de 1849 un violentísimo huracán azotaba Mompracem, isla salvaje de siniestra fama, guarida de temibles piratas situada en el mar de Malasia, a pocos centenares de kilómetros de las costas occidentales de Borneo."
AUNQUE SE LE parece mucho y lleva los mismos ingredientes, el desencanto no es lo mismo que la desilusión. En este caso no llovió, pero nada salió como se esperaba. Al abuelo se le olvidó el tequila, la pelota estaba ponchada, el coche se paró a las afueras de la ciudad.
HAY DOS CAMINOS posibles tras la desilusión y el desencanto, males de nuestra época: la amargura o el disparate. El amargor es una mueca de disgusto, un gesto de superioridad hacia la vida. El disparate permite reírse de sí mismo y del mundo; se mantiene la sobriedad y lucidez del desencanto, pero se cambia la mala leche por ironía y sentido del humor hacia las cosas, de todos modos absurdas, de la vida.
"CUALQUIER OTRO HOMBRE que no fuera indio o malayo se hubiera roto las piernas al dar ese salto. Pero Sandokán era duro como el acero y tenía la agilidad de un mono. Apenas tocó tierra, se puso en pie y empuñó el kriss en actitud de defensa. Por fortuna, allí estaba el portugués."