martes Ť 31 Ť julio Ť 2001
Marco Rascón
Globalización bananera
La promesa de la modernidad se deshace entre las manos de los mexicanos, al igual que la de millones de seres humanos en el mundo. Democracia, prosperidad, igualdad de oportunidades, consumo y libertad total como sinónimo de lo moderno se van pervirtiendo antes de alcanzarse, pues el peso de la incertidumbre, la pobreza y el deterioro de la condición humana van creciendo en el individuo como en la sociedad.
Trágico es descubrir que soñamos ser una república moderna y próspera mientras somos cada vez más una caricatura de la democracia estadunidense: una república bananera que vive controlada por unas cuantas familias, que renuncia continuamente a la explotación de sus propios recursos y prefiere la renta para que otros nos saqueen. Nos hemos convertido en un país pequeño y tonto, robado una y mil veces por la misma oligarquía corrupta e inepta que sólo sabe vivir del parasitismo financiero y del rentismo.
Para ilustrar nuestra desgracia nacional, basta pensar que el escandaloso negocio fraudulento de la fusión Citicorp-Banamex tuvo como origen la disputa del envío de remesas de los trabajadores mexicanos de Estados Unidos a México, los cuales producen más de 50 por ciento del PIB equivalente al que se crea en nuestro país. La oligarquía global quiere también estos fondos.
La recesión de Estados Unidos aceleró el darwinismo neoliberal convirtiendo a los países y sus sistemas de gobierno en repúblicas bananeras dominadas por una pequeña oligarquía dueña de todo. Sólo quedó el Banco de México para determinar la paridad monetaria del peso bananero frente al dólar global.
Nos vendieron una globalización bananera que desorganiza el país a favor de los intereses económicos hegemónicos, que ya no necesitan de la política, sino únicamente de los medios de comunicación para controlar y eliminar cualquier fuerza o liderazgo de cambio.
Esto redujo a los partidos y al conjunto del sistema político a grupos cerrados que viven de las prerrogativas, coadyuvantes del escepticismo popular, pues no aportan nada al país ni contribuyen a crear referencias alternativas ni a que los ciudadanos formen opinión y generen presión sobre el poder. La política de profesionales se transformó en una corte en torno del poder, con derecho de crítica, pero sin posibilidades de desobediencia, pues todos se han convertido en parte del poder y de la gobernabilidad bananera.
La globalización bananera, además de dividir el país en norte y sur con el Plan Puebla-Panamá, destruirá los últimos vestigios de federalismo, no sólo en la forma de centralismo despótico que hemos conocido, sino que también pondrá en crisis la posibilidad de soberanía local de los estados federados. Estamos en los tiempos del fin del federalismo y vamos hacia nuevas formas de estructura política; el centro de las decisiones ya no estará en territorio nacional, sino en la metrópoli teutona; a gran velocidad se sustituye el pacto federal por la suma de regiones económicas conformadas desde el exterior bajo la necesidad de los mercados globales.
El bananerismo político es resultado de una relación colonial, de un protectorado, disfrazado de una supuesta democracia con equilibrio de poderes, pero todos subordinados a los ritmos, auges y recesiones del imperio, que es el que se beneficia con la debilidad de las naciones. Un virreinato, un procónsul, resultarían modernos y complejos frente al bananerismo que crearon la globalización y el desarrollo tecnológico de las comunicaciones, porque poseen toda la información para gobernar y no necesitan de la plaza pública ni de la opinión popular, pues los ciudadanos han pasado a ser simples consumidores, y la sociedad civil un simple bloque de demandantes insatisfechos. En el alma de este país, determinado por la globalización bananera, sólo hay cabida para tres escándalos semanales y un campeonato de futbol por quincena.
Esta globalización bananera ha demostrado que la democracia pura estadunidense no era sino una patraña fraudulenta de las trasnacionales, porque en Estados Unidos ni siquiera existe ni se aplica la defensa de los derechos humanos, ya que ésta sólo es para las repúblicas bananeras del sur, donde la ley y los tribunales son increíbles.
Esta república bananera se convirtió en refugio de criminales de la guerra fría y las dictaduras, por eso aquí vinieron a hacer negocios, entre otros, Ricardo Miguel Cavallo, el torturador argentino, y se otorgó una diplomacia como premio a Gary Prado, uno de los asesinos del Che en Bolivia. Un país con memoria lo habría expulsado de inmediato.
Aquí se acabó la separación entre Iglesia y Estado, y la felicidad de los reyes basta para que todos seamos felices. ƑQué queda de México? Sólo el instinto de sobrevivencia y nuestra cultura. No más. Es mucho y es nada. Sólo una ruptura desde abajo, popular, nos haría recobrar la memoria y las aspiraciones.