Lunes en la Ciencia, 30 de julio del 2001
Equilibrio de la inversión académica en México Posgrado, Ƒpara qué? Horacio Rivera Ya que los esfuerzos del gobierno federal en ciencia y tecnología han resultado en un mayor número de posgrados y de estudiantes, es pertinente preguntarse acerca del beneficio real de esa inversión académica, puesto que parece muy difícil que los egresados de tales programas encuentren trabajo en el campo de su formación, o al menos las datos de nuestro posgrado en genética humana así lo indican. En el periodo 1990-2000 se formaron en este programa 31 estudiantes mexicanos con el grado de maestría, de los cuales 5 han obtenido el grado de doctor en ciencias de la salud y 3 en genética humana (ingresos de 1990 a 1996). De estos 31, 10 han logrado un puesto de trabajo afín a su formación, ya sea en una universidad nacional o en el Centro de Investigación Biomédica de Occidente del IMSS; 6 regresaron a su institución previa y realizan actividades propias o relacionadas con la genética humana, y 15 están desempleados o con un trabajo ajeno a su posgrado (varios de estos 15 se encuentran en proceso de obtener el grado de doctor). Aunque es cierto que 6 de 7 doctores han conseguido trabajo (otro más regresó a su institución), también es cierto que 3 de ellos ingresaron a este posgrado en 1990 y que 4 maestros igualmente lograron un empleo; es decir, no se puede atribuir la obtención de un trabajo solamente al grado de doctor. Subrayo además que la contratación de estos jóvenes académicos ha sido "circunstancial" en cuanto que en primer lugar ha dependido del poder e influyentismo del tutor o jefe ante las autoridades correspondientes; en otras palabras, tales contrataciones han servido para fortalecer planes personales de crecimiento y en general no han resultado de convocatorias o concursos. Así pues, los datos mencionados indican que la tasa de desempleo para egresados de este posgrado (50 por ciento) es más que alarmante y tiende a aumentar, por ejemplo, de la generación 1997-2001 hay ya 6 estudiantes con maestría y naturalmente sin trabajo. Toda proporción guardada y a pesar de las obvias diferencias, la experiencia en EU indica que una producción de académicos excesiva para los puestos de trabajo disponibles resulta contraproducente. A este respecto, G. Vassiliou subraya que tal sobreproducción de jóvenes científicos es meramente un signo de una falla fundamental del sistema; el meollo es la manera en que se reconoce y recompensa a los líderes de grupo. La productividad aparente de un grupo se mide por el número y el impacto de sus publicaciones; a mayor número de publicaciones mayores apoyos, recursos que sirven para admitir más estudiantes y generar más publicaciones. La consecuencia inevitable de este círculo vicioso es el exceso de jóvenes investigadores y su devaluación al ser considerados como mano de obra barata. Otras manifestaciones de la misma enfermedad son el nepotismo, las autorías "honorarias", el bloqueo de proyectos o publicaciones de los competidores, el abuso de poder, e incluso el fraude científico. Por consiguiente, Vassiliou propone que los financiamientos académicos deben considerar la "efectividad" de un grupo o individuo en el sentido que en nuestro medio J. Muñoz ha señalado: atender a la productividad (relación producto/inversión) y no a la producción bruta. Más aun, la gravedad de las consecuencias mencionadas en EU ha llevado a la drástica propuesta por el National Research Council de no incrementar el número de estudiantes de posgrado particularmente en las ciencias de la vida. Quiero mencionar aquí otra consecuencia negativa que parece adquirir cada día mayor relevancia e incluso se practica ya en nuestro medio pues es redituable: la ciencia de periódico. Esta estrategia consiste en presentar de manera sensacionalista los resultados de "investigaciones científicas" en medios de comunicación masiva sin tener el respaldo de la publicación válida correspondiente en una revista científica. En México nos encontramos en la doblemente difícil situación de incrementar la matrícula en los posgrados y al mismo tiempo crecer sustancialmente el número de puestos de trabajo. Si estas metas son casi imposibles de lograr conjuntamente, más difícil aún resulta mejorar la calidad de los posgrados y de los investigadores. En otras palabras, la inclusión de un posgrado en el padrón de excelencia de Conacyt no garantiza la calidad académica (y mucho menos la ética) de ese posgrado, de la misma manera que el pertenecer al SNI o a la AMC no necesariamente implica que todos los ahí incluídos hayamos hecho o vayamos a hacer contribuciones científicas relevantes. Más bien, estas distinciones indican que nuestros currículos se ajustan a los criterios de evaluación, particularmente en cuanto al número de citas y artículos, al escaso afán de discernir la contribución genuina de cada investigador en cada una de "sus" publicaciones, y al número de estudiantes "formados". El autor es coordinador del posgrado en Genética Humana de la Universidad de Guadalajara-Instituto Mexicano del Seguro Social, en Jalisco
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