Lunes en la Ciencia, 30 de julio del 2001
Retos y desilusiones que enfrentan los jóvenes doctores al regresar a México Retorno al purgatorio Miguel Angel Barrón Meza Un amigo me propuso que escribiera sobre las diversas situaciones que enfrentan los nuevos doctores cuando, cargados de planes e ilusiones, regresan del extranjero después de tres o más años de estancia en alguna universidad del primr mundo. Según apunta Mario Bunge en su obra Ciencia, Técnica y Desarrollo, de manera natural la mayoría intenta seguir trabajando en el mismo tema de su tesis de doctorado. Un puñado de afortunados encuentra en la institución de adscripción la infraestructura y los apoyos económicos requeridos. Otros optan por solicitar un proyecto de instalación al noble Conacyt, pero este tipo de proyectos requiere que la institución del solicitante aporte 30 por ciento de los recursos. Si el flamante doctor consigue 30 por ciento de los recursos internos requerido por el Conacyt, su proyecto de instalación estará prácticamente asegurado, de lo contrario se le negará el apoyo (si la propuesta es buena, no alcanzo a entender por qué Conacyt no aporta 70 por ciento que le corresponde sin importar que la institución de adscripción apoye o no). Algunos nuevos doctores hacen temporalmente a un lado su orgullo y, tal vez cambiando de línea de investigación, se meten bajo el paraguas de algún investigador consolidado (es decir, con cierto prestigio y mucho dinero para proyectos) con el fin de publicar y empezar a tejer su propia red de futuros colaboradores. Sobra decir que por lo general el investigador consolidado aparece en primer lugar en las publicaciones aunque rara vez se le vea en el laboratorio, y es quien varias veces al año viaja al extranjero -con todo pagado, por supuesto- a presentar las ponencias en congresos cuyas sedes son lujosos hoteles de cinco estrellas. Muchos recién doctorados se frustran o caen en apatía cuando no encuentran a su regreso toda la infraestructura y el apoyo que tenían en el extranjero. Mi amigo fue contratado en un conocido instituto gubernamental de investigación, y pasó sus dos primeras semanas de trabajo de pie o caminando porque no había ni un escritorio disponible. Después fue enviado a una antigua bodega sin electricidad que fue habilitada como oficina, donde se le asignó un escritorio desvencijado y una computadora a punto de obsolescencia. En ella apiñaron a unos 20 empleados, entre los cuales hay una colega que se cree María Callas y practica a pleno pulmón sus lecciones de ópera sin rubor alguno y otro que mantiene el radio encendido a alto volumen durante toda la jornada. Cuando al fin conectaron la electricidad mi amigo se dio cuenta de que su computadora carecía de software, cosa que pudo solventar sin dificultades con la no tan desinteresada ayuda del capitán Garfio. Clamando piedad a los dioses y maldiciendo su destino, mi amigo jura que tomará la primera oferta de empleo que le hagan en el país donde se doctoró. Hay quienes al ver cerrada la posibilidad de hacer investigación de buen nivel o bien reconociendo con honestidad que el talento es escaso, se lanzan a la búsqueda obsesiva de puestos administrativos en sus instituciones, o bien a la grilla política en los sindicatos universitarios. Llegan a jefes de departamento, o se les nombra coordinadores de cualquier cosa, tal vez los eligen líderes de cierta sección y se apartan de la investigación, con el consiguiente despilfarro de recursos para el país. Cuando quieren retomar la investigación les resulta bastante difícil hacerlo ya que sus conocimientos no están actualizados, pues perdieron la disciplina y el hábito de mantenerse al día, de escribir o incluso se les olvidó el idioma. La frustración es mayor cuando tampoco les va bien en sus aventuras político-administrativas. Para sobrevivir algunos se adhieren a mafias académicas con el fin de controlar algún comité y beneficiar de la manera que se pueda a sus amiguetes. Otros arman pequeños cacicazgos regionales, en los que pueden hacer y deshacer a voluntad: editan alguna pequeña revista, organizan algún congreso regional anual con apoyo del gobierno y de industrias locales, o fundan una desconocida sociedad científica en la que se rolan con sus cuates los cargos de presidente, secretario y tesorero. Una reducida fracción de los noveles doctores, llena de talento e iniciativa, tendrá éxito personal. Como dice Bunge, publicarán en revistas internacionales de prestigio, y formarán equipos de trabajo de alto nivel que contribuirán de manera decisiva en el desarrollo de la comunidad científica nacional. Supongo que el sueño de todos los jóvenes doctores es el de formar parte de esta selecta fracción. Bienvenidos al purgatorio. El autor es profesor-investigador del Departamento de Materiales de la UAM, unidad Azcapotzalco |