Elba Esther Gordillo
Escuchar al campo
De nueva cuenta el campo mexicano expresa de distintas maneras los saldos del abandono, problemas antiguos que se acumulan y agravan, el atraso y la pobreza, y peor aún, la sensación de que no hay alternativas en el corto plazo.
Los acontecimientos de las últimas semanas en el estado de Sinaloa con los productores de maíz, en el centro-sur del país con los cañeros, y los conflictos y protestas que se asoman en otros cultivos y regiones están poniendo de relieve los problemas estructurales de las relaciones de intercambio: entre sectores de la economía, el campo y la ciudad, los productores y los comercializadores agrícolas, el mercado interno y los mercados internacionales.
La dura situación en el campo constituye una llamada de conciencia a la moral social -como la que tuvimos el primero de enero de 1994 con la revuelta indígena-, porque representa un enorme obstáculo para la transformación productiva, económica y social del país y constituye un riesgo para la preservación de la paz y la estabilidad.
Algunos datos ilustran el drama del campo mexicano: a) El gasto en el sector agropecuario se redujo de 6.4 por ciento en 1995 a 2.9 por ciento en 2000; b) de 21.3 millones de habitantes del campo, 70 por ciento, es decir, casi 15 millones, ya no tiene trabajo en la actividad agropecuaria; c) en 1999 el precio del maíz presentó un deterioro de 45 por ciento en términos reales con relación a los tres años anteriores; en abundamiento, los precios de los insumos se han incrementado: el costo de las semillas aumentó en 63 por ciento y el de los fertilizantes en 52 por ciento, y d) hay campesinos que no llegan a un salario de diez pesos al día.
Por otro lado, México experimenta una creciente dependencia alimentaria que está directamente relacionada con la reducción de la producción interna, tendencia que aparece en la década de los setenta y que se profundizó en los años noventa.
En el último lustro del siglo se redujo la producción de frijol, trigo, arroz y soya, y la de maíz sólo creció 1.94 por ciento. Como consecuencia, entre 1994 y 1998 aumentaron las importaciones de maíz en 94 por ciento, en 73 por ciento las de trigo y en 50 por ciento las de soya, y en este año se importarán 6.1 millones de toneladas de maíz.
Los conflictos (abiertos o latentes) en diferentes regiones, las movilizaciones de productores y trabajadores agrícolas, el reagrupamiento de las organizaciones campesinas y los llamados a acciones de fuerza para los primeros días del mes que está por comenzar constituyen un llamado de atención para el gobierno, para los actores económicos y para el conjunto de la sociedad.
Es imprescindible prestar la mayor atención a las voces que vienen del campo y hacer el mayor esfuerzo posible para integrarlo de una vez por todas al conjunto de la dinámica nacional.
Es claro que las transformaciones que ha experimentado el país en otros ámbitos y en el medio urbano no acaban de llegar a las áreas rurales, las más pobres y marginadas, donde se observa, por lo general, mayor desigualdad y falta de oportunidades.
Es urgente atender las diferentes causas y circunstancias que explican su apremiante situación; las estructurales y las de coyuntura; las internas y las que nos unen al mercado internacional; las productivas y las de carácter político.
En este sentido, hay que revisar a fondo la manera en que la economía nacional se vincula con la economía agrícola y particularmente imaginar y poner en marcha medidas que enfrenten con inteligencia y eficacia los efectos adversos que generará en el sector primario la entrada en vigor de distintos acuerdos en materia agropecuaria del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, a manera de estar en condiciones de encarar los vencimientos futuros de los plazos de gracia acordados.
Se requiere escuchar sin dilación porque las voces que provienen del campo demandan su lugar en el país.