Jornada Semanal,  29  de julio del 2001 
Retablo a la memoria de Ramón López Velarde

José Juan Tablada

1

 
Consagro a su memoria este Retablo:
un lucero nos guía hasta el establo
donde su numen –Niño Dios de cera–
junto al asno y al buey del Nacimiento,
que humildad y potencia diéranle con su aliento,
de Reyes y pastores los tributos espera.

Pues las dádivas de monarcas y zagales
que timbraron sus versos, adornan su cuna:
joyas y flores, oro y marfil, mirra y panales
hechos de sol y magas perlas hechas de luna.


2

 
Leyenda del Retablo: "No se ha visto
poeta de tan firme cristiandad.
Murió a los treinta y tres años de Cristo
y en poético olor de santidad."

"Fue en la vida el agreste actor de pastorela
que canta villancicos, todo música y miel,
y al fin, cambiado en ángel, sobre el torvo Luzbel,
con un verso de oro entre los labios... vuela."
"La belleza le dio un ala; la otra el Bien.
¡Viva así por los siglos de los siglos! Amén."


3

 
Hermano cuyo éxtasis venero
cobijados bajo tu gran sombrero
negro y tímidamente mosquetero.

El olor de azahar y los cocuyos
dentro de las magnolias fueron tuyos.

Y tus metales que juzgaron vanos,
como engendros de luna, los insanos,
cuajaron oro virgen en mis manos.

Y tu poesía que dijeron rara,
rezumando emoción es agua clara
en botellones de Guadalajara.

(Pues con sudor de su barro mortal
cuaja el Poeta prismas de cristal
para que el vulgo vea al triste mundo
irisado, misteriosos y profundo.)

Fue tu barro también un incensario
ante Xochiquetzal; mas tu fervor
católico, ciñó el escapulario
y a la par desgranabas un rosario
perfumado con ámbares de amor...

Tus júbilos ingenuos sobre la pena están
cual sobre negro lucen, ardientes y sencillas,
azules amapolas y rojas maravillas
las jícaras que bruñe Michoacán.

Así en la laca nítida y brillante
de tus cóncavos versos turbadores
bebiendo el agua zarca, entre las flores,
mira su propio rostro el caminante.


4

 
Poeta municipal y rusticano,
tu poesía fue tu Aparición
milagrosa en el árido peñón,
entre nimbos de rosas y de estrellas,
y hoy nuestras almas van tras de tus huellas
a la Provincia en peregrinación...


5

 
¡Gracias!... Porque alargaste hasta la cuna
rústica y pobre tu rayo de luna...
y le pusiste letra al pertinaz
cántico de la fuente abandonada
que sintió los enigmas de tu faz
en su propio misterio reflejada.

(La fuente: compotera de azulejos
del silencioso patio de las monjas,
que los limones guarda y las toronjas
en dorada conserva de reflejos...

Y donde aún, tal vez, alma beata
pero siempre golosa, en la oportuna
medianoche, hurga mieles con la plata
cómplice de los rayos de la luna.)

Porque brillo de séricos mantones
de Manila tendiste en los balcones
de la natal casona, pobre y fea,
al paso de las lentas procesiones.

Y en la plaza polvosa de la aldea
despertaste un nidal de ruiseñores,
entre ígneas corolas de oro y plata,
dejando oír tu honda serenata
y encendiendo tus luces de colores.

Pues florece en jardines de esperanza
de la patria la gran noche sombría,
cuando en ardiente cornucopia lanza
tu cohete su luz de pedrería...

Y el clamor de la gente pueblerina
que anhelados prodigios adivina,
oros llueve, como si desde el cielo
por darnos luz, el padre Ilhuicamina
arrojara los astros a su duelo.

Por los poemas que con miel de flores
amasó tu alma –monja en penitencia–
y como los monjiles alfajores
huelen a mirra y saben a indulgencia.

Por tus poemas tan sabrosos como
las mulitas del Corpus, que en el lomo
llevaron hasta nuestra niñez, en sus huacales,
fragantes y jugosas las primicias frutales.

Porque entre albas cortinas y entre flores
de tu jardín y germinada chía,
y naranjas con oros voladores,
encuadras tu sentida poesía
en un altar de Viernes de Dolores.

Porque en tus versos armonizas y unes
con el afán de indígenas telares
copal de misas, ocios de San Lunes
y aromas de verbenas populares.

Porque colgaste de tus rimas rudas
y con pólvora sabia, hasta la escoria,
quemaste a la Retórica, ese Judas,
en jubiloso Sábado de Gloria...

Porque vestiste tu ímpetu de charro,
y de china poblana tu alegría,
y a nuestra sed, en tu brillante jarro
de florecido y oloroso barro,
brindabas inebriante poesía...


6

 
Jaculatoria
Un gran cirio en la sombra llora y arde
por él... y entre murmullos feligreses
de suspiros, de llantos y de preces,
dice una voz al ánimo cobarde:
¡Qué triste será la tarde
cuando a Méxsico regreses
sin ver a López Velarde!...