El pasado 19 de
junio cumplimos ochenta años sin Ramón López Velarde,
y Vicente Quirarte afirma que "elegir tal día para hacer entrega
a Hugo Gutiérrez Vega del Premio Iberoamericano de Poesía"
que lleva el nombre del zacatecano, "nos coloca en la venturosa obligación
de mirar los caminos paralelos, las rutas fraternas que siguen ambos poetas".
En estas líneas donde conviven la memoria puntual y el deslumbramiento
frente a lo indispensable de la poesía, "que no se vende porque
no se vende", Quirarte marca las rutas del mapa literario en el que se
muestran los puntos de contacto entre nuestro padre soltero y Gutiérrez
Vega. El galardonado agradeció la distinción con el discurso
que presentamos a nuestros lectores, en donde este lopezvelardeano fidelísimo
enumera sus muchos encuentros con el jerezano, entre los que destaca su
"Poema hablándole de usted...", uno de los textos donde mejor se
aprecia la justicia de que el director de este suplemento haya recibido,
como Cabral del Hoyo, Arreola, Martínez, Chumacero y Bonifaz Nuño,
el premio de poesía que lleva el nombre del padre de todos ellos.
Hugo Gutiérrez
Vega
y Ramón
López Velarde
Vicente Quirarte
Para
celebrar el trigésimo aniversario del Premio de Poesía Aguascalientes,
don Víctor Sandoval concibió la idea feliz y comunitaria,
como todas las suyas de convocar en el centro emotivo y geográfico
de México a los poetas que hubieran recibido la mayor distinción
que nuestro país otorga a sus malas conciencias. El discurso principal
estuvo a cargo de Hugo Gutiérrez Vega, quien se había hecho
acreedor al Premio en 1976 por el libro
Cuando el placer termine.
Con voz bien temperada, el poeta hizo gala de la oratoria clásica,
esa que golpea con la contundencia de los argumentos y el poder de las
palabras, no la que se vale de expresiones efímeras para el consumo
inmediato. En el teatro que sirvió de foro a la Convención
Revolucionaria de 1914, Hugo Gutiérrez Vega reivindicó a
Ramón López Velarde padre soltero de la poesía mexicana.
En efecto, el jerezano inaugura entre nosotros el
linaje del hombre solo, el mendigo cósmico que en fugaz comunión
con la poesía, la mujer o la tierra, logra mitigar el desamparo
del animal humano que renuncia al Contrato Social. Judío errante
sobre sí mismo, tigre que hace ochos en el piso de la soledad, López
Velarde nos enseñó además a desconfiar de las palabras
y nos dejó la tarea de transformarlas en incendios que duraran más
allá del artificio.
Ramón López Velarde abandonó
este mundo hace ochenta años, el 19 de junio de 1921, el mismo mes
en que apareció su poema "La suave Patria" y la prosa que lo vertebra,
"Novedad de la Patria". Elegir tal día para hacer entrega a Hugo
Gutiérrez Vega del Premio Iberoamericano de Poesía Ramón
López Velarde nos coloca en la venturosa obligación de mirar
los caminos paralelos, las rutas fraternas que siguen ambos poetas uno
en la inmortalidad, otro en el presente en esta "heroica insania de hablar
solo".
¿En qué consisten sus afinidades electivas?
¿Qué une al primer poeta moderno y al que comienza a cantar
en el instante en que se cumple la profecía de Rimbaud de que estamos
en el verdadero tiempo de los asesinos? López Velarde confesó
su temor y su esperanza de conocer el mundo por un solo hemisferio. Salió
de casa, estuvo sólo en algunos rincones de México, pero
los hizo ingresar en una imagen del mundo, como después lo harían
Carlos Pellicer, Agustín Yáñez o Juan Rulfo. Desde
su natal Jalisco, donde también prosperan un cielo cruel y una
tierra colorada, y sus padres lo recibieron como el "don de febrero",
Gutiérrez Vega salió para recorrer el planeta y en su poesía
dar testimonio de sus peregrinaciones.
En 1921, México vivía la realización
de su utopía. Álvaro Obregón era el consumador del
movimiento revolucionario, como Porfirio Díaz lo había sido
de la Segunda Independencia. Dos años antes había muerto
Amado Nervo. El gobierno le había dispensado funerales tan fastuosos
como los que había tenido Víctor Hugo en Francia. La Revolución
consumada buscaba su poeta y expulsaba a los que consideraba contrarios
a su marcha triunfal. En las páginas, humildes, de tipografía
apretada, de la revista El Maestro, apareció un poema titulado
"La suave Patria", firmado por Ramón López Velarde, poeta
y abogado, autor de dos libros de versos. En un concurso convocado para
celebrar el centenario de la consumación de la Independencia, el
poetastro Carlos Barrera había escrito el poema "La ciudad de los
cinco lagos muertos", antecedente del "México, creo en ti" y otros
poemas lamentables que han hecho del Civismo la más inverosímil
de las materias. En cambio, "La suave Patria" formulaba una nueva manera
de hablar de nuestra tierra, nuestro cielo, nuestros héroes, para
que cada una de estas palabras abandonara el nicho del lugar común
y se transformara en "combustible de nuestra fantasía". Del mismo
modo en que Baudelaire había hecho andar sus pasiones en los rieles
de la prosa y de la poesía, López Velarde formula que no
explica la tesis de su poema en el ensayo "Novedad de la Patria", y desarrolla
su tesis de la épica sordina que se impone para hablar, desde lo
más profundo, de un tema tan difícil con el amor, y más
particularmente, del amor a la patria. Un amor que le habla de tú
a sus próceres, que toma del talle a sus vendedoras de chía,
que toma las palabras de la tribu para perturbarlas, azuzarlas, quitarles
el sueño.
Hijo del padre soltero Ramón López
Velarde, Hugo Gutiérrez Vega comienza a escribir bajo el imperio
de una nueva utopía. Sus primeros poemas de amor, bajo el ala poderosa
y transparente de los poetas del 27, se transforman radicalmente cuando
la rebeldía de su juventud se enfrenta al verano del 68, con sus
antecedentes y consecuencias. Viajero temprano, desde la distancia siente
el desmoronamiento de un anhelo colectivo:
Apunto estas cosas una
tarde de 1968.
El año en que los ángeles
terribles
dejaron sus alas en las bodegas
de cielo.
Uno de los mayores logros de la magia lopezvelardeana
consiste en que sus poemas dan la impresión de estar escritos en
lo que él llamaba la rápida prosa del vivir. Uno de sus poemas
tempranos comienza con una frase que parece surgida de una conversación
familiar: "Mi madrina invitaba a mi prima Águeda a que pasara el
día con nosotros", la cual es rescatada mediante el vuelo estremecedor
y enigmático de los versos "y mi prima llegaba con un contradictorio
prestigio de almidón y de temible luto ceremonioso". Nuestro poeta
era aún seminarista, "sin Baudelaire, sin rima y sin olfato". Nunca
leyó a los poetas de lengua inglesa en su idioma original, pero
su genial intuición lo llevó a adivinar los nuevos senderos
por los que debía transitar la poesía. En ese espejo se reconoció
Gutiérrez Vega. Como otros poetas de su generación, se valió
de un lenguaje conversacional para explorar los misterios de siempre con
la voluntad de encontrar lo nuevo. La implacable autocrítica, el
sentido del humor, se combinan con una admirable capacidad para hacer de
cada una de sus visiones una manera distinta de contemplar el mundo. López
Velarde transformó una caminata por la Avenida Madero en emblema
de la exploración que un hombre hace de sí mismo en el corazón
de la ciudad. Gutiérrez Vega concibe que cada trayecto que nos es
concedido es una peregrinación donde es preciso descifrar todos
los misterios. Londres, Plasencia, Samarcanda, son más que pretextos
para el texto. Son ritos de iniciación donde el poeta descubre sus
innumerables rostros.
Hugo Gutiérrez Vega cree en la amistad, la
más difícil de las relaciones amorosas, ésa que prospera
más allá de la muerte. Varios de sus poemas están
dedicados a dar testimonio de la fraternidad de los otros, del modo en
que nos construyen. La más próxima de sus querencias es José
Carlos Becerra, dos años menor que él, y muerto en Brindisi
en 1970. López Velarde tuvo en el pintor Saturnino Herrán
el espejo que necesitaba para contemplar su destino. En la "Oración
fúnebre" en memoria del hermano que lo antecedió en la partida,
el jerezano hace un retrato del que se va pero también un autorretrato
del que se queda. En sus elegías a Becerra, Gutiérrez Vega
ha dejado uno de los mejores retratos del poeta tabasqueño que ha
trascendido la leyenda para dejarnos el misterio tangible de su poesía.
Otro de sus hermanos es Ignacio Arriola. En un poema en prosa titulado,
lacónicamente, "Oración por Ignacio", toma por el otro la
pluma en el andén donde todos estamos esperando y escribe: "Se van
los días de la primera lectura de libros que nos acompañan
por toda la vida; la candorosa fascinación ante el misterio de lo
femenino; las aventuras políticas nunca contaminadas por la impudicia
del triunfo; las trémulas aproximaciones a la metafísica;
la música escuchada por primera vez y convertida en una segunda
naturaleza... en fin, todo aquello que forma el cuerpo de la juventud y
que, más tarde, los años van liquidando con la acuciosidad
de un relojero."
Que la evocación de Becerra y Arriola no despierte
"el desaseo de la muerte" sino dé nueva luz animal inagotable de
la vida. Hugo Gutiérrez Vega conversa frecuentemente con sus amados
fantasmas, los reivindica como ángeles custodios de su vida y renovadores
cíclicos de las palabras de la tribu. Por eso siguen vivos, como
vivo está el corazón de López Velarde en la palpitación
de los hechos de cada día. Todos ellos están presentes cuando
Hugo Gutiérrez Vega recibe el Premio Ramón López Velarde
en reconocimiento a la valentía con que ha representado y defendido
a México, a su poesía, a su sed viajera, a las páginas
que abre a los jóvenes y a las peregrinaciones que realiza especialmente
para conocerlos en los rincones más alejados de la suave patria.
Gracias a él, la poesía demuestra una vez más que
es una tarea necesaria, que no se vende porque no se vende y que hace de
Hugo Gutiérrez Vega un árbol sólido, como en su tiempo
lo fue el zacatecano, "hondamente clavado en el corazón de la vida".
Mis
encuentros
con Ramón
López Velarde
Hugo Gutiérrez
Vega
Vida
y poesía están unidas indisolublemente y, con frecuencia,
la más clara biografía de un escritor se encuentra en las
distintas etapas, en los ascensos, en los descensos y en el transcurrir
mismo de su camino por el territorio de la poesía.
Mi primer encuentro con Ramón López
Velarde se dio a través de la lectura de la obra de González
León, el poeta de Lagos de Moreno, así como del prólogo
escrito por el jerezano para su libro Campanas de la tarde. En él
llama poeta consanguíneo al boticario de Lagos, así como
"monje de emociones intermedias". Nos habla de "una sencillez con paréntesis
laberínticos" y reafirma su credo simbolista al decir que "la única
originalidad poética es la de las sensaciones" y, por lo mismo,
"la originalidad es el sexo mismo del poeta". De esta manera me permitió
comprender en toda su profundidad humana la imagen sobre los labios de
la monja que enaltecían y perturbaban las miradas de González
León. Fue así como entré al mundo poético de
López Velarde y ya nunca me alejé de sus fronteras.
En 1977 escribí el prólogo e hice la
selección de la poesía de López Velarde para el número
49 de la colección "Material de Lectura" de la unam. Al trabajar
en esa hermosa empresa comprendí que lo importante en la biografía
de un poeta es lo que subyace en el fondo de su existencia y de sus quehaceres,
aquello que le permite lograr la unidad plástica de la vida creativa
y hacer que las palabras, especialmente los adjetivos novedosos, se sostengan
por su propia esencia lírica. En el caudal de su poesía latían
las dualidades funestas y sus talentos se gastaban en la lucha de la Arabia
feliz con Galilea. En su personal zodiaco se enlazaban el León y
la Virgen, lo asfixiaban "Ligia, la mártir de pestaña enhiesta
y de Zoraida la grupa bisiesta"; y lo iluminaba dándole un permanente
asombro la "criatura pequeñita y suprema, adueñada de la
cumbre del corazón". Xavier Villaurrutia, Allen Phillips, Arturo
Rivas Sáenz y Octavio Paz alumbraron algunas zonas de la poesía
de López Velarde que para mí aún permanecían
en la tiniebla, y me dieron un conjunto de gozosas certezas y de nuevas
perplejidades.
El siguiente encuentro se dio en un texto que escribí
en 1997 y titulé: "Poema hablándole de usted a Ramón
López Velarde, padre soltero de la nueva poesía mexicana".
Así lo hice por la sencilla razón de que en nuestras regiones
a los padres se les habla de usted, mezclando el respeto con la ternura.
Así dice el poema que, al final, resultó un poco velado por
las lágrimas:
El jadeo, los silencios,
el aire que no llega,
la enfermedad, su máscara
morada...
Los minutos finales, la presencia
de fantasmas amados
y la vida pasando ante sus ojos
ya mirando la forma de la muerte
Mi señor Don Ramón,
el primero
en dar su forma a la poesía
nueva,
el siempre joven, el que en la
palabra
encontró los misterios de
la vida
el inédito rostro de la
muerte.
De sus manos salían los adjetivos
flores nacidas el día de
la creación;
de su alma y de las sensaciones
nacía cada palabra inaugurando
el mundo, el día, la pena
y los amores.
Esposo sin esposa,
deseoso de la vida y sus emblemas,
la soledad lo cubre, el tiempo
que no existe,
el candor y la sangre del poema
lo defienden de todo.
Todo lo empezó usted,
padre, maestro, joven de soledad
y de palabras. Veo su fotografía,
su serio traje, el bigote triunfal,
los ojos derrotados.
En el puño esquelético
de la cruel madrugada
se van desdibujando
las letras de su nombre.
Tanto en "La suave Patria" como en el ensayo "Novedad
de la Patria", López Velarde nos revela los aspectos más
entrañables y verdaderos de los pueblos, aquellos que los demagogos
manchan con su baba de mala retórica y que los políticos
desfiguran con su afán de poder, su ánimo corrupto y la horrenda
certeza de ser los dueños absolutos de la verdad. La patria profunda
tiene "estatura de niño y de dedal"; en su seno, y bajo el trueno
del vendaval, crujen los esqueletos en parejas, el bravío pecho
de las cantadoras empitona las camisas y hace la lujuria y el ritmo de
las horas. En ese viento compuesto de sensaciones mayores giran nuestras
vidas, las pupilas se abandonan y el ser recorre su porción de tiempo
en la carreta alegórica de paja.
El último encuentro se da en esta noche y
en el momento en que la generosidad de varias instituciones y de los jurados
me entrega el premio que lleva el nombre de Ramón López Velarde.
Se lo agradezco con toda el alma. En mi ánimo hay más dudas
que certezas respecto a mi obra y no me había dado cuenta del significado
de este premio hasta que su anuncio incrementó mi capacidad de autocrítica
y puso en alerta a los malquerientes.
Hace ochenta años, en la madrugada del 19
de junio de 1921, murió el padre soltero de nuestra poesía
moderna. Lo veo en su alcoba submarina, precariamente instalado en "el
perímetro jovial de las mujeres". Es la misma en la que no se celebraron
las nupcias con Fuensanta y por ella flotan la flexible Sara, las náyades
arteras, las jerezanas institutrices de su corazón, María,
la de los "ojos inusitados de sulfato de cobre" y todas las virtudes del
mujerío de esta patria humillada, ofendida, miserable y engañada,
pero siempre "impecable y diamantina".
lustraciones
de Gabriela Podestá
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