DOMINGO Ť 29 Ť JULIO Ť 2001

Ť Carlos Bonfil

El círculo

En el marco del 8 Festival Cinematográfico de Verano de la Filmoteca de la UNAM se presenta esta semana en la sala Julio Bracho, del Centro Cultural Universitario, la cinta más reciente del realizador iraní Jafar Panahi, El círculo, ganadora del León de Oro en el pasado Festival de Venecia. De Panahi se conoce en México su primera cinta, de 1995, El globo blanco. En 1999, Panahi realizó una película estupenda, El espejo, cuyo tema, una niña perdida en el caos urbano, guardaba semejanzas no sólo con su cinta anterior sino con buena parte de la producción fílmica local. Abordar experiencias infantiles, explorar estados de ánimo cercanos a la desolación, ha sido para muchos cineastas iraníes un modo oblicuo y prudente de elaborar una crítica social en un país donde aún predomina la censura. El espejo señalaba, sin embargo, un ligero contraste con las demás películas de tema infantil, en particular con las de Abbas Kiarostami: de modo discreto introducía una cuestión del género con la negativa de su pequeña heroína de abordar un autobús por la puerta trasera, única entrada permitida a las mujeres en el país que describe Panahi.

Dos años después, lo que fue insinuación se convierte en punto de vista, en postura crítica de coherencia notable. El círculo tiene como tema central la discriminación cotidiana contra las mujeres en Irán, y de modo sintomático, en toda la cultura islámica. La cinta no denuncia barbaries sexistas como las de Afganistán, donde fundamentalistas pueden disparar a quemarropa contra una mujer al volante, por el simple hecho de llevar descubierto el antebrazo. Su señalamiento sortea los obstáculos de la censura a través de una narración elegante y certera, que a la manera de su título va uniendo en una ronda de revelaciones casi simultáneas las experiencias de seis mujeres en una ciudad iraní, a lo largo de un solo día. El círculo narrativo es sugerente. Inicia, de modo perturbador, con los gritos de una mujer en off mientras corren los créditos. Lo que sigue de inmediato es el rostro angustiado de una madre, cuya hija, contra toda expectativa, acaba de dar a luz a una niña, razón por la cual será rechazada por la familia de su esposo. Transición. Tres mujeres, recién salidas de la cárcel, se enfrentan a todo tipo de discriminaciones y al pavor de ser capturadas de nuevo por la policía o el ejército. Viñeta. Una de ellas, encinta, establece un extraño vínculo de solidaridad con otra mujer, a quien la miseria le obliga a abandonar a su hija de cinco años en la calle.

De las tres ex presidiarias, Nargess, la más joven, es quien domina la cinta. A los dieciocho años no está autorizada a comprar un boleto de autobús foráneo, a menos de ir acompañada por un varón. La situación, absurda, es sólo una muestra de los numerosos reglamentos discriminatorios que confinan a la mujer a una condición de fantasma en los países musulmanes. Un símbolo obsesivo en la cinta es la restricción en el atuendo. El chador, suerte de túnica negra destinada a cubrir incluso la mitad del rostro, es prenda de porte obligatorio en muchos lugares públicos, y para las protagonistas representa al mismo tiempo la opción del anonimato, su modo ideal de pasar desapercibidas frente a la policía.

El director Panahi disemina así códigos de conducta, alude a tabúes religiosos, y señala restricciones culturales de carácter misógino, como el impedimento de fumar en público, el más conspicuo entre tantos otros. A esta discriminación le opone actitudes de desafío o franca rebeldía: una mujer persigue, para golpearlo, al hombre que acaba de acosar a su amiga; una prostituta enciende con desenfado un cigarrillo en el furgón que la conduce a la comisaría, otra más busca practicarse un aborto, para evitar justamente tener que abandonar a un niño en la calle pocos años después. En la narración de Panahi, una experiencia femenina se enlaza inevitablemente, de modo casi fatal, con otra similar, hasta formar una red de complicidades, una cofradía casi clandestina, el anillo de revuelta soterrada que se opone, desafiante, al círculo vicioso de la tiranía religiosa. Es por ello que, muy por encima del fresco social pesimista, se afirman con vigor inusitado las imágenes libertarias: el afán en cada protagonista de encontrar una expresión propia, el gesto con el que una prostituta encubre la huida de otra mujer arrestada por la policía, el reto continuo a esa figura de autoridad patriarcal presente en cada escena (soldado, policía, padre de familia, hermano, profeta). Una constatación ineludible: el círculo que describe Panahi no se limita al Irán contemporáneo, ni siquiera al conjunto de la cultura islámica. Abarca también territorios nuestros más cercanos, aquellos donde el fundamentalismo moral se esfuerza hoy en imponer su ley y sus absurdos. De lo mejor en el Festival Cinematográfico de Verano.