José Antonio Rojas Nieto
Primera lección de economía
La primera advertencia de mis maestros de economía -de los siempre recordados Ruy Mauro Marini y Eduardo González, y de los brillantes Juan Castaingts, Jaime Puyana, Alberto Spagnolo, Carlos Toranzo y José Valenzuela entre otros- la primera sí, fue que el movimiento de la economía era cíclico. De ahí su insistencia permanente a observar con cuidado la industria moderna, su movimiento en etapas, fases y periodos diferenciados. Algunos de ellos se caracterizan por un estado de reposo; otros manifiestan creciente animación; unos más una evidente prosperidad aunque, en ocasiones, una compleja y a veces incomprensible sobreproducción. Todos nos exigían observar los indicadores para identificar las fases en las que hay muestras -a veces no tan evidentes- de crisis, en cuyo marco era preciso identificar lo que se llama tocar fondo y, desde luego, los periodos de estancamiento y reposo en los que, inevitablemente, la economía debe resarcirse para dar lugar a nuevos estados de creciente animación. Nos obligaban a ser precavidos en los juicios sobre la situación económica, y a no hacer demagogia de ningún tipo, independientemente de la matriz teórico-ideológica que nos motivara. Absoluto respeto a la sociedad. Nada más y nada menos.
Se trata de una de las más importantes lecciones de economía, que acaso el mismísimo David Ricardo ya nos proporciona al advertirnos la necesidad de diferenciar el precio natural del precio de mercado. No siempre el precio de un bien reivindica exclusivamente los costos o dificultades de producción, es decir, la cantidad comparativa de trabajo necesario, llamado precio natural por el brillante inglés. Es preciso reconocer las desviaciones accidentales y temporales que registran los precios y que dan origen a precios reales o de mercado. Ricardo ya esboza, sin duda, una clara idea del movimiento cíclico de una economía cuyo funcionamiento descansa en un intercambio de bienes y servicios que no siempre garantiza, ya no digamos una tasa de rentabilidad creciente, sino, ni siquiera, los costos de producción. De aquí -qué duda cabe- la brillante reflexión ricardiana sobre la elevación y el descenso de las utilidades, y sobre el mayor o menor estímulo al capital para que continúe o abandone la esfera de producción en la que opera; o para que luego de abandonada, retorne cuando el mercado, de nuevo, le reivindique utilidades. Movimiento cíclico de la economía y tendencia a la igualación de la rentabilidad general son legados ricardianos incuestionables, que Marx retoma, cuestiona y completa con su propuesta. Hay una tendencia a la caída general de la rentabilidad en virtud de una inevitable sobreacumulación de activos en las esferas productivas, que se deriva del cambio técnico y de la lucha por el incremento continuo de la productividad. Es la forma de abatir costos e incrementar excedente, en este caso explicado como trabajo no pagado, como plusvalor, tantas veces logrado con la intensificación y el alargamiento de la jornada laboral, y con el pago de bajos salarios. El ciclo, para Marx, tiene que ver con la explotación y la sobrexplotación de la fuerza de trabajo. De aquí el repudio y el rechazo continuos a su teoría. Ciclos largos, ciclos cortos indica Kondratiev. Pero no sólo los clásicos y sus críticos formularon esta visión cíclica de la marcha de la economía. Ahí están, como prueba, los modelos de crecimiento de Harrod y Domar; las respuestas neoclásica y postkeynesiana que dieron origen a la polémica de Cambridge sobre la determinación de la tasa de utilidad; y, sólo para dar otro ejemplo, las contribuciones de Minsky y muchísimos más a este debate.
Por eso, a esta lección básica que trata de mostrar la complejidad del análisis siempre seguía la recomendación: nunca hagan demagogia ni con el crecimiento ni con la crisis. No sean catastrofistas, pero tampoco demagogos con el crecimiento. Acaso, y una vez más, como dice el Evangelio, siempre astutos como las serpientes... siempre prudentes como las palomas.