domingo Ť 29 Ť julio Ť 2001

José Agustín Ortiz Pinchetti

La izquierda mexicana, destino y raíz

La transición de México hacia la de-mocracia es un proceso singular. No partió de un acuerdo entre las fuerzas políticas sobrevivientes a la caída de un sistema autoritario ni parece poder culminar en un pacto para garantizar el cambio institucional.

Los acuerdos han sido implícitos y las fuerzas políticas, los partidos y sus jefes se están reacomodando sin que nadie sepa cómo va a terminar todo esto. Nadie puede negar que el personaje protagónico en el escenario es un núcleo conservador, compuesto por: a) con tensiones y contradicciones, el PAN, el viejo partido democrático de derecha moderada; b) una conformación sin límites precisos, que convenimos en llamar "amigos de Fox"; c) el Presidente y su equipo, y d) la tecnocracia conservadora que se apoderó del sistema presidencialista hasta agotarlo, pero que todavía está hoy en el poder tan campante. El recambio en los mandos medios y superiores en los gabinetes económico, social y financiero ha sido insignificante. Es decir, los neoliberales "priístas" permanecen sólidamente incrustados en la maquinaria del Estado.

Si juzgamos las decisiones de política económica más importantes del nuevo régimen, observamos que la doctrina neoliberal no sólo no ha dejado de tener vigor, sino que es parte sustancial del nuevo proyecto. La orientación es privatizadora y empresarial y otorga clara prioridad a los equipos de interés, negando el interés de la mayoría, sin capacidad para reconocer los pésimos resultados obtenidos en el plazo de la última generación.

El fracaso del modelo económico vigente es tan obvio que casi no valdría la pena detenernos en descripciones. En el plano interno la "apertura" destruyó la industria nacional, volvió inviables a las pequeñas y medianas empresas, las principales generadoras de empleo, incapaces de competir frente a los grupos de interés que fueron en gran medida los patrocinadores de la campaña de Fox. El modelo desdeñó como "populistas" aquellas políticas públicas que atendían a las necesidades de la sociedad en su conjunto y empleó recursos masivos para rescatar empresas privadas quebradas, inclusive el sistema bancario, sin exigir la rendición de cuentas a los políticos y empresarios irresponsables.

Nadie puede negar (las estadísticas oficiales no lo hacen) que ha crecido la desigualdad objetiva que caracteriza al país en términos de ingresos, educación, propiedad de la tierra, infraestructura, acceso a los servicios de salud y oportunidades laborales. El desempleo es un problema real que no puede ser ocultado por la estadística cosmética. El rezago educativo abarca a 36 millones de mexicanos y es producto de una política educativa antipopular de los últimos 30 años.

Estos déficit deberían abrirle el terreno a una fuerza política que ofreciera alternativas, que sería inevitablemente una propuesta de izquierda moderada. Esta fuerza tendría la oportunidad histórica de captar lo honesto y sólido de las corrientes progresistas del PRD y del PRI. Consolidar el proceso democrático con la justicia social. Dotar de una función social y positiva al mercado, eliminar las prácticas monopólicas y oligopólicas asegurando un crecimiento equilibrado. Redistribuir el rédito entre la población, reconstruir las capas medias, actualizar programas para que la población tenga prestaciones mínimas, jubilación decente, educación básica y superior, acceso a un sistema de salud amplio, transporte seguro y de calidad, etcétera.

Otra tarea prioritaria sería recuperar la autodeterminación y el poder de negociación de México frente a potencias extranjeras, lo que incluiría una relación digna y equilibrada con Estados Unidos.

Hasta hoy ha sido imposible completar un pacto nacional que culmine con una verdadera reforma integral del Estado. Si somos realistas, lo máximo a que podemos aspirar es a una reforma de las leyes electorales y en algunos otros ordenamientos en materia de políticas secundarias. Si los dueños de los grandes medios electrónicos lo permiten podría aspirarse a una reforma del derecho de información.

Sin embargo, no hay nada en el horizonte que nos haga pensar en un proyecto integral de reforma institucional, en una nueva Constitución o una reorganización de la Constitución vigente. Los conservadores en el poder difícilmente promoverían estos cambios. He aquí otro campo abierto para una fuerza renovadora.

La existencia de un nuevo polo de centro izquierda compensaría el escenario político hoy desbalanceado a favor de la derecha dura, su presencia se arraigaría profundamente en las tradiciones históricas de México.

Releamos por enésima vez La crisis de México de Daniel Cosío Villegas, recordemos las metas principales de la Revolución Mexicana, que fueron contundentes. Una propuesta democrática: condenaba el control del poder por parte de un hombre o un grupo. Una propuesta social: la suerte de los más debe privar sobre la de los menos y el gobierno tiene que convertirse en elemento activo de esa transformación. Una propuesta patriótica: el país tiene intereses y características propios que deben prevalecer sobre los extraños.

Estas propuestas que fueron novedades en su tiempo atendieron, genuina y hondamente, las necesidades que se vivían a principios del siglo XX, y responden, todavía, a las que se viven hoy. La aparición de un partido de izquierda tendría el sano efecto de hacer reaparecer los partidos históricos, circunstancia que impidió el autoritarismo posrevolucionario y que hoy es, por fortuna, enteramente viable.

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