domingo Ť 29 Ť julio Ť 2001
Rolando Cordera Campos
La globalización en las cavernas
"Globalización, el camino 'correcto', se obstina el G-8". Esta es, según La Jornada (23/07/01, p.1), la ruta de los poderosos del mundo, a pesar de las enseñanzas de la batalla de Génova. Una suerte de necedad global, un bloque de contumacia plutocrática que no oye, ni ve, ni siente, mucho menos se conmueve, ante los reclamos de quienes se asumen como los excluidos de esa ruta única cuyos timoneles asisten a la represión imperturbables.
Las escenas de Génova permiten esos relatos y muchos más, pero éstos no auspician una reflexión sobre los mensajes emitidos en las calles del viejo puerto que se traduzca en política y propuestas para una opción a la del núcleo duro de los siete más uno. Tampoco nos lleva muy lejos esa suerte de neopensamiento único vernáculo, que amparado en la "defensa" de la democracia condena sin apelación posible todo aquello que huela a movilización social, confrontación con el poder establecido y búsqueda de alternativas.
Ver las tendencias y cambios encontrados que resumimos en el vocablo globalización, como un producto de la voluntad obstinada de unos cuantos, es ver muy poco y mal. Resignarse ante la fuerza de esos fenómenos y negar la posibilidad de opciones y hasta de alternativas a la forma concreta como se nos presentan y afectan las vidas cotidianas de miles de millones de terrícolas es igualmente mistificador, sobre todo cuando esa aceptación proviene de posiciones políticas e intelectuales comprometidas con el progreso y el bienestar sociales, con la equidad y la construcción de democracias productivas. Esta última versión del seudo debate en torno a Génova es, para decirlo pronto, la contraparte servil del pensamiento único que todavía colea, aunque las crisis de fin de siglo le hayan dado a su vez más de un severo coletazo. Forma parte de las fantasías de la globalización, en este caso urdidas desde las cavernas del privilegio del Tercer Mundo, o desde las periferias arrogantes del primero.
En rigor, proponer sin más que hay alternativas a la globalización es la otra cara de insistir, sin más, en que no hay otra que aceptarla tal y como hoy se nos presenta. Son ideas que congelan porque polarizan, y dejan de lado la historicidad de las mudanzas mundiales. También hacen caso omiso de los esfuerzos que en el mundo "globalifóbico" se hacen por tejer opciones de política e introducir modificaciones al proceso que irrumpió brutalmente hace casi 30 años.
Tal vez esta doble negativa a buscar formas renovadas de hacer y pensar la política, a través de una nueva ronda de reformas, se exacerbe en países como el nuestro, donde las fuerzas sociales son débiles en extremo y la fragilidad de la economía se vuelve el sustento de las posturas más fatalistas ante el cambio del mundo. Una suerte de diario homenaje al mito de un Moctezuma rendido ante el mandato de sus astros.
La discusión sobre el sentido y la calidad de esas mutaciones planetarias no ha concluido, menos ahora en que el "Consenso" de Washington anda en desesperada búsqueda de reformas de tercera o cuarta generación. Se abre así la posibilidad de que sin ilusiones ni remedos utopistas, sin bravatas de prestado (los de Génova se dieron hasta con la cubeta con la policía, pero la calidad de su representación global está por verse y entenderse), en México y América Latina inicie un recorrido mental y social que aterrice en una política a la altura de estos tiempos posmodernos, donde sin duda nos falta un Chaplin que nos haga reír en serio en medio de la tragedia. Hasta hoy, en este lado del globo, sólo nos queda el dudoso consuelo de una jocosidad pueril, de chiste grueso y fácil, a la que todos los días dedican buena parte de su tiempo los jerarcas de la "clase política".
La recesión ha sido por fin aceptada como parte de nuestra realidad, pero no ha ocurrido lo mismo con la necesidad de por lo menos intentar otra batería de políticas económicas y sociales. Aquí, todo son conjeturas baratas o fórmulas autoritarias, por inconsultas, que pueden llevarnos pronto a unos escenarios desastrosos.
La confrontación extraparlamentaria puede no ser el mejor camino para dar fuerza a un reclamo, pero es inevitable cuando los sistemas políticos formales caen víctimas de su propio formalismo. El desbarajuste del campo mexicano es un buen, aunque trágico, ejemplo, pero también empieza a serlo la reforma constitucional sobre derechos y cultura indígenas, descobijada por los propios partidos que la impulsaron y rechazada maximalistamente por quienes dicen representar a los más desposeídos, sin mostrar con claridad y consistencia las credenciales que los habiliten para ello. Todo es, hoy, juego de espejos y cortinas de humo, petates del muerto con los muertos de otros, advertencias ominosas desde púlpitos a larga distancia. Y del otro lado, muecas y lamentos porque los interlocutores no aprendieron bien su Carreño.
Con una política de esta calidad, la globalización "correcta" no será otra que la que definan los del norte, más allá de Monterrey. Será la de la "gran" solución energética de Cheney, que dejará atrás, como sueños guajiros, las promesas de una integración que ponga lo social por delante.
La austeridad se nos ofrece de nuevo como la única ruta. Sin opciones reales, porque el crudo anda de parranda y los ingresos del fisco se desvanecieron, esta parece ser, en efecto, la vereda fatal para el México de la alternancia. Pero aquí, como en la globalización, se necesitan más de ocho para que la nave vaya. Repartir de nuevo cartas y fichas no estaría mal, antes de que el remolino nos alevante de nuevo... pero para abajo.