SABADO Ť 28 Ť JULIO Ť 2001
SPUTNIK
Dinero del aire
Ť Juan Pablo Duch
Moscu, 27 de julio. La locura, que se se-pa, no produce hambre. En cambio, al menos aquí en Rusia, la perspectiva de pasar hambre está empezando a producir locura, una suerte de monetaria paranoia.
Para sobrevivir en estos tiempos de capitalismo salvaje, la necesidad de conseguir dinero se vuelve comprensible y patológica obsesión. Como no todos los rusos creen que la felicidad consiste en desayunar cucharadas de caviar remojado en champaña y la mayoría se da por satisfecha con un café con leche y un trozo de salchichón sobre una rebanada de pan, sería una falacia decir que, por dinero, ha-rían cualquier cosa.
Desde luego, hay quien está convencido de que, el ser rico, justifica robar, estafar, extorsionar, privatizar, asesinar a los so-cios y competidores, exportar materias primas o, de perdida, conseguirse un escaño en la Duma o una chambita en el go-bierno. Por fortuna, no todos los rusos piensan igual.
Y hacen lo que pueden, según la imaginación de cada uno, despropósitos y extravagancias a la orden del día.
Así, no es extraño encontrar anuncios en la prensa de mujeres y hombres que presumen tener facultades paranormales y ofrecen resolver cualquier problema, sea volver abstemio a un alcohólico o hacer que el esposo sienta repentina repugnancia hacia su amante, todo a cambio de una módica cantidad de rublos.
Algunos llegan a prometer milagros, como llevarles una botella de agua de la llave que convertirán en santa y curativa agua con sólo mirarla fijamente durante 15 minutos, el tiempo que dura la sesión dedicada a cada cliente.
Para milagros, los que hace la Iglesia or-todoxa rusa. En tan sólo unos años llegó a desplegar una ramificada red de divinos negocios. Todo empezó cuando Boris Yeltsin, en la época en que todavía no había aprendido a persignarse pero ya levantaba con diaria frecuencia el codo del brazo derecho hasta la altura de la boca, concedió al patriarcado de la Iglesia ortodoxa el aduanero privilegio de importar lo que quisiera sin pagar impuestos.
Se dice que la generosidad del buen Boris fue una forma de corresponder el no menos generoso apoyo que, desde el púlpito, le dieron los jerarcas eclesiásticos para su relección como presidente de Rusia, en 1996.
El caso es que la Iglesia ortodoxa, en su cristiana prédica de valores, no halló nada más redituable que saturar el mercado ruso con cigarrillos y bebidas alcohólicas. El escándalo, por la ola de asesinatos que cubrió a los múltiples distribuidores de la legalizada fayuca, alcanzó tal magnitud que el propio Boris anuló el permiso, dos años y medio después, tiempo suficiente para que ingresaran a las arcas del patriarcado no menos de 500 millones de dólares.
No todos han tenido la suerte de los jerarcas religiosos y, la falta de financiamiento del Estado, ha llevado a instituciones, otrora símbolo de la soviética grandeza, a exhibir su miseria.
Con tal de poder pagar la nómina, ya no se diga impulsar un sector de la economía como la industria espacial, que era motivo de colectivo orgullo para propios y de envidia para ajenos por sus tecnologías de vanguardia, no sería raro que a los responsables de la cosmonáutica rusa se les ocurra integrar una orquesta de balalaikas para tocar en una estación del Metro.
Empezaron ofreciendo un lugar en las naves espaciales rusas a cualquier persona dispuesta a pagar 20 millones de dólares por sentir lo que sintió Yuri Gagarin. "Tu-rismo espacial", le llamaron, como si se pudiera encargar el tour en cualquier agencia de viajes.
Como no es fácil encontrar otro multimillonario gringo que quiera repetir la experiencia, el Centro de Preparación de Cosmonautas de Rusia está promoviendo otra atracción a precio más asequible, aunque sólo para ricos de acá o de cualquier lado.
Por 2 mil dólares, si es ruso, y 4 mil verdes, si es extranjero, cualquiera puede disfrutar durante exactamente cuatro minutos qué es la ingravidez (no confundir, por fa-vor, con el abyecto certificado que algunas empresas mexicanas exigen a las mujeres para demostrar que no están embarazadas).
El precio incluye el viaje redondo por carretera de Moscú al Centro de Preparación de Cosmonautas, una hora a velocidad moderada, y unas vueltas en un avión IL-76, equipado para reproducir la sensación de ingravidez, tras realizar una maniobra llamada arco de Keppler. No hay límite de edad y hace poco una turista estadunidense de 72 años de edad se animó a flotar en la cabina del avión, junto con un grupo de jóvenes franceses.
Ahora que está de moda la operación para reflotar el submarino nuclear Kursk, hundido en el Mar de Barents en agosto del año pasado, cualquiera puede imaginarse buzo noruego. Por también 4 mil dólares, la empresa estatal Hidrocosmos le presta una escafandra y lo sumerge en una alberca especial, en cuyo fondo se observa una maqueta del infortunado submarino. Por si fuera poco, el folleto publicitario, asegura que la inmersión será grabada en video para presumir la hazaña con los cuates.
Antes, de acuerdo con una fábula rusa, se podía hacer sopa de hacha, o sea, de cualquier cosa, si no había nada comestible en la casa. Ahora, parece que los rusos, para decirlo con otro dicho popular de por acá, quieren hacer dinero del aire, y lo están logrando