VIERNES Ť 27 Ť JULIO Ť 2001

Ť José Cueli

Juan García Ponce y lo prohibido

El pasado lunes Juan García Ponce fue distinguido con el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo. Su prolífica obra abarca los géneros de novela y ensayo, habiendo incursionado también en el periodismo. Dotado de un profundo conocimiento y gran sensibilidad para las artes plásticas escribe, asimismo, crítica de arte. Comenzó su carrera literaria con la obra de teatro El canto de los grillos (1958). Su rica y extensa novelística se inició con Figura de paja para dar paso a brillantes creaciones como La casa de la playa, La presencia lejana, La cabaña, Crónica de la intervención, Pasado presente e Inmaculada o los placeres de la inocencia.

En cuento, La gaviota ocupa un lugar protagónico y -como diría Octavio Paz- ''en los cuentos de Juan García Ponce, asistimos al gradual develamiento de un secreto, pero las palabras, al llegar al borde de la revelación se detienen, el núcleo, la verdad esencial, es lo no dicho".

La psicoanalista Fátima Bellido, en un ensayo inédito, señala: ''Dentro de la riquísima producción literaria de Juan García Ponce hay algunos aspectos que me gustaría destacar y quisiera empezar, hablando como lectora, utilizando las propias palabras de García Ponce: 'uno nunca es digno de los autores que ama; eso no anula el placer de expresar ese amor, con la máxima claridad que se puede alcanzar'."

García Ponce nos envuelve en la pasión por la literatura y nos acerca a tres autores esenciales de las letras alemanas, ''tres voces" que se erigen en nuestro interior para incitarnos a seguirlas sin concesiones: Thomas Mann, Heimito von Doderer y Robert Musil, del cual García Ponce es el introductor en la lengua española.

El ensayo de García Ponce sobre Mann (Thomas Mann vivo, 1972), apunta Bellido, incita a pensar en una relación especular entre Mann y García Ponce. Imágenes literarias que expresan la vida en el límite, en el margen, en las fronteras, en el laberinto de lo prohibido, donde tiempo, espacio, belleza y muerte se difractan y diluyen, allí donde el deseo se escapa de sus goznes y Eros cabalga en la grupa de la muerte, en la eterna noche del silencio. ''Ante la descarnada negación que representa la muerte -sostiene García Ponce- sólo queda entonces convertir su vacío en voz. Y esta es la voz del arte: el camino que escoge Hanno Buddenbrook para entregarse a la muerte."

Las cartas están echadas y no hay marcha atrás para el novelista. Con el primer relato incursiona en un camino sin retorno. Ya no puede engañarse ante la naturaleza humana y las vicisitudes de la existencia. Se hunde hasta la raíz y se topa con el inexorable sentido trágico de la existencia y con el ''más allá del principio del placer" freudiano. En palabras de Juan, ''el artista sabe que ha asistido y hecho visible para nosotros el fin de una forma de vida, la anulación de una serie de creencias, la imposibilidad de mantenerse dentro de los seguros cánones que establece un determinado mundo social".

La muerte y la belleza danzan seductoras frente a los personajes y dentro de ellos mismos para conducirlos al terreno de lo prohibido, allí donde se enseñorea la vida-muerte fuera del mundo, fuera del yo, en un tiempo atemporal.

Al hablar de Thomas Buddenbrook García Ponce señala: ''Lo que mina en verdad su voluntad de vivir es entonces el conocimiento y este conocimiento no consiste más que en la toma de conciencia de que vivimos para la muerte. La verdad se encuentra entonces para él, no en la singularidad de su vida personal, sino en la pluralidad, la disolución del yo, que lo hará uno con todos en la muerte y que viene acompañada de un reconocimiento de la estrecha relación entre esta forma de unidad en la pluralidad y la semejante disolución del yo que trae consigo el erotismo. La vida y la muerte forman, así, una sola realidad que se realiza cuando la primera desemboca finalmente en la segunda".

Goce y transgresión presentes en los personajes de Mann y una constante en los personajes de García Ponce que llevan a Bellido a evocar la imagen de Inmaculada en el umbral de la puerta que la conduce a la clínica psiquiátrica, inefable, inasible, santa-perversa, obedeciendo a su deseo, que es deseo del Otro, enigmático, indestructible, inexorable.

Bellido reafirma su posición como lectora al retomar una cita que García Ponce hace de Rilke, de la escena en la biblioteca de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge sobre los lectores: ''Están en sus libros. A veces se mueven entre sus hojas como hombres que duermen y se dan vuelta entre dos sueños."

Las palabras finales las pone en voz de Juan: ''Esta capacidad de olvido de sí mismo y de entrega a la obra es el don y el consuelo, el poder y el peligro del arte, porque cuando éste lo es verdaderamente y en su sentido más alto, ese inicial olvido de sí mismo a través de la obra debe terminar en un regreso a sí mismo gracias a ella".