JUEVES Ť 26 Ť JULIO Ť 2001
Olga Harmony
Las obras completas de William Shakespeare
En un pequeño teatro londinense, tres actores tienen gran éxito con una obra de su autoría, Las obras completas de William Shakespeare (abreviadas) que es una mezcla de cultura shakespereana (lo que por aquellos pagos no es inusitado) y desenfadado divertimento, a juzgar por la adaptación que a nuestro medio hizo Flavio González Mello. Me imagino que Adam Long, Daniel Singer y Jess Winfield, los autores, se presentan al público con sus nombres verdaderos, como aquí lo hacen Jesús Ochoa, Rodrigo Murray y Diego Luna, los tres actores formados en el teatro (y Diego Luna, a pesar de su juventud es el de mayor trayectoria, ya que pisó los escenarios desde niño) y que ahora son ampliamente conocidos por el gran público por sus incursiones en cine y televisión.
Me imagino que es a esta fama extrateatral y a la gracia de su desempeño que se debe la afluencia de espectadores que, en su mayoría, sólo conocen del dramaturgo inglés las versiones cinematográficas (ya muchas, por cierto) de Hamlet y Romeo y Julieta. No nos engañemos, cada quien disfruta el lúdico espectáculo a su manera y algunos ocultan su ignorancia manifestando su rechazo, sin atender el ingenio con que los autores, y en su caso el adaptador, juegan con los textos shakespereanos.
Cómo no disfrutar a ese ''shaspekearólogo" encarnado por Jesús Ochoa, que interrumpe con notas de pie de página la presentación que hace, con toda seriedad, Rodrigo Murray. En lo personal, recuerdo mi impaciencia adolescente al enfrentarme por primera vez a la lectura del dramaturgo en la traducción de Luis Astrana Marín, cuyas notas interrumpían mi lectura, pero que buscaba de manera compulsiva sin entender demasiado.
Me imagino que el personaje que actúa Diego Luna en el original es un joven cockney y que por ello se le asigna el papel de Hamlet, por lo que su acento en el famoso monólogo lastima a los otros dos actores, elemento gracioso que aquí se pierde, ya que el actor y su director no lo traspolan a un modo urbano barriobajero. Y aunque nos neguemos a lo que se afirma de que Shakespeare escribió sólo una comedia con variaciones, y sepamos que el juego de los gemelos y el travestimo femenino fueron una constante del manierismo y el barroco, la inteligencia con la que se narra la ''única" comedia shakespereana es muy divertida, así como las historias de los reyes convertidas también en una oda.
En un escenario isabelino, casi dibujo infantil, planeado por Mónica Raya, responsable también del excelente vestuario, Antonio Castro dirige con desigual fortuna las sucesivas escenas. Así vemos a Tito Andrónico en una moderna cocina degollar a Chirón antes de guisarlo ante la desdichada Lavinia. O a Lear y Gorinela discutir en un talk show sus diferencias. Otelo será acotado por el joven ignorante con frases ''políticamente correctas" (expresión sólo usada entre nosotros por pedantes y anglófilos) y Macbeth es representado en tiempos prehispánicos, lo que me imagino es aportación del adaptador, como lo es que Luna lea la biografía de Antonio López de Sana Anna en lugar de la del clásico, en su primera presentación.
En esta adaptación abundan los chistes políticos. El personaje que hace Rodrigo Murray, en su terca espera durante el entreacto para saber quién hará Hamlet, con su ''hoy, hoy, hoy" y el fax que le llega -con los poemas shakespereanos- nos remite al martes negro convertido en victoria. Coroliano sería Cuauhtémoc Cárdenas y Julio César es Ernesto Zedillo.
Los tres actores están muy libres, muy divertidos, el travestismo de Jesús Ochoa es el más celebrado por su robustez y su gran bigote y ciertos emborronamientos en el trazo escénico del director Antonio Castro en la segunda parte no impiden el disfrute de este juguete cómico. Ojalá, y sé que me muestro utópica, sirviera para leer o volver a algunos de los textos shakespereanos.