JUEVES Ť 26 Ť JULIO Ť 2001
Angel Guerra Cabrera
Génova: identidad universal
Desde las protestas de Seattle hace menos de dos años el movimiento mundial antiglobalización ha crecido en forma insospechada. Prueba de ello es la vibrante rebelión de Génova contra el nuevo orden mundial capitalista. Las crónicas de Luis Hernández Navarro me han hecho vivirla casi como uno más de los protestantes.
La reunión de los presuntos dueños del mundo protegidos por miles de policías y soldados, parapetados tras muros y cercas, alojados en un lujosísimo barco rodeado de naves de guerra y la protesta popular desplegada a unas cuadras de sus narices es una metáfora de la situación de profunda desigualdad en que vivimos.
En el corazón del continente donde nació el capitalismo decenas de miles de personas -predominantemente jóvenes-, italianos en su mayoría, pero también grupos numerosos de otras partes de Europa y del mundo han manifestado su rechazo sin fronteras contra las injusticias que genera el sistema basado en la propiedad privada y la ganancia a ultranza.
La ciudadanía planetaria, el internacionalismo, es tal vez el componente más radical y potencialmente revolucionario de este movimiento. Lo aparta del individualismo y el nacionalismo estrechos y le confiere una identidad universal. Así, Carlo Giulani será recordado como de todos, no importa dónde haya nacido.
Por lo pronto, Génova demuestra que el mito del fin de la historia y de la lucha de clases, que asociaba el libre mercado a la consecución de la democracia y el bienestar, no ha tardado ni una década en desacreditarse. La clarinada vino de Chiapas hace siete años, donde se cuestionó la globalización neoliberal como único modo posible de vida para los seres humanos y se reivindicó la ética como esencia de la política deseable.
El levantamiento maya del sureste mexicano y el movimiento internacional que le siguió introdujeron estos conceptos en el debate de las fuerzas populares. Ese debate, incentivado por las terribles e inocultables consecuencias sociales y morales de más de un cuarto de siglo de políticas neoliberales, está provocando el despertar de una nueva conciencia crítica.
En América Latina tenemos pruebas fehacientes de lo que ha traído la globalización: pérdida de las soberanías nacionales frente al desenfreno del capital financiero; secuestro de la voluntad popular por las elites locales en nombre de una democracia abstracta facturada en Washington; entrega de los recursos naturales y las antiguas empresas públicas al capital trasnacional; crecimiento de la deuda externa; demolición de la economía argentina, preludio de lo que espera a las demás de nuestra región, si no se cambia este curso suicida; arrasamiento del campo por la desregulación y la "apertura" comercial; desempleo; degradación ecológica; desmantelamiento de las conquistas sociales; desgarramiento del tejido de solidaridad comunitaria; inéditas olas migratorias.
Sumado a esto el control social ejercido a través de los medios de comunicación, en su mayoría coludidos con el poder político y económico, y enyugados de alguna forma a los pulpos internacionales que forman el aparato ideológico de la globalización.
Pero ni esa colosal maquinaria propagandística puede ocultar la realidad ni disuadir a todos todo el tiempo de la necesidad de luchar contra el orden que se nos ha impuesto.
En este panorama la rebeldía de Cuba ha sido una fuerza moral muy estimulante, porque demuestra que es posible oponerse con éxito a las recetas de la democracia made in USA y del mercado y mantener un proyecto socialista frente a la agresividad de Estados Unidos.
No afirmaría que todos los que protestaron en Génova, ni siquiera la mayoría, tengan una nítida conciencia anticapitalista, pero es evidente que gran parte de sus reivindicaciones implica la supresión del capitalismo.
Tampoco está claro todavía en qué medida será capaz este movimiento de pasar de la protesta a la transformación de la realidad social y política. No ha habido tiempo de que maduren estrategias siquiera a mediano plazo en un universo tan diverso y rico de expresiones ideológicas y culturales como las que lo componen, aunque parece existir ya una voluntad de articular propuestas de más aliento. El Foro Social de Porto Alegre fue un paso en esa dirección.
Pero ha quedado atrás la inercia y se ha pasado a la acción, que es la fuente principal de las teorías y programas para lograr el cambio social.