jueves Ť 26 Ť julio Ť 2001
Adolfo Sánchez Rebolledo
ƑNo hay alternativas?
Según los azorados críticos de la protesta de Génova, los manifestantes contra la reunión del G-8 sólo son un conjunto caótico predispuesto a la violencia, un remolino de rencores sin ideas. No deja de sorprender que los más fervientes creyentes de que "no hay alternativa" exijan a quienes alzan la voz contra las miserias del sistema que ofrezcan "una opción" completa o callen para siempre, como si la evolución de la sociedad humana únicamente registrara mutaciones catastróficas. Pero ésa es también una imagen autocomplaciente, un prejuicio semejante al que confunde al conjunto pacífico con la minoría violenta que mancha la protesta.
Son conservadores los activistas, dicen, pues se oponen irracionalmente al cambio, pero esa condena se identifica estérilmente con las posturas que en nombre del progreso se lanzaron contra la resistencia obrera al comienzo de la industrialización salvaje. No ven, o no quieren ver, en estas protestas el signo de un malestar mucho más profundo y duradero, la crítica radical surgida de la realidad moderna, no de las catacumbas ideológicas del socialismo de Estado que no puede explicarse convocando a los fantasmas del pasado. O bien se conforman con plantear el asunto como una disyuntiva elemental "a favor o en contra de la globalización", cuando en verdad se trata de discutir y cambiar el curso de un proceso muy complejo que no tiene por qué darse inevitablemente con los ritmos y contenidos decididos por los grandes poderes del mundo.
En la base de las movilizaciones iniciadas en Seattle se encuentra una actitud ética y también un conjunto de concepciones cada vez más sistemáticas sobre la mundialización en todos los órdenes, desde la economía, el medio ambiente, la democracia o el universo de la diferencia étnica, por citar algunos temas constituidos en verdaderas causas por la sociedad civil. La heterogeneidad social, en efecto, es señal de fuerza, pero la ausencia de un programa común puede ser también signo de debilidad. Ciertamente, para subsistir sin disolverse en la mera confrontación, el actual movimiento mal llamado globalifóbico tiene que proponerse objetivos de largo plazo, entrar a la complejidad subyacente en la globalización a fin de pensar en un programa común capaz de darle cohesión a la acción colectiva sin clausurar la diversidad que le da fuerza e identidad, y para ello se requiere de un esfuerzo intelectual cada vez más riguroso capaz de separar el grano de la paja.
Si bien no basta proclamar la necesidad de la alternativa para que ésta exista, tampoco es cierto que el orden creado al amparo de la globalización sea la última palabra en la historia del mundo y del pensamiento. Mientras tanto, como un saldo neto de la movilización se ha roto con la falsa unanimidad del mundo democrático post socialista y hoy vuelve a ponerse en el tapete la crítica del capitalismo realmente existente que había sucumbido bajo la ilusión del pensamiento único.
Las manifestaciones de Génova confirman que más allá de los buenos deseos de los políticos existe una corriente universal surgida fuera de los partidos y sus reflectores que no se siente representada por ellos, lo cual es un grave indicador de que algo muy grave está pasando. Ocurre que desde la soberbia pueril se critica la protesta contra los "dirigentes democráticamente electos" del G-8 como una rebelión contra la democracia, pero no se reconocen las deficiencias reales que están en el fondo del desencanto de los jóvenes ante las instituciones que pueden serlo todo menos una panacea. De eso algo sabemos en este lado del planeta. Los ciudadanos de las sociedades previamente marcadas por la desigualdad y la polarización tienen enormes problemas para hacer compatible el funcionamiento de la democracia con los efectos negativos de la expansión del capitalismo mundial. Cuando se exige, por decir algo, que las instituciones protejan el empleo, suelen topar con la respuesta cínica de que "la democracia no da para tanto", pero el hecho cierto es que si las ganancias siguen bajando, como ocurre actualmente, los despidos seguirán creciendo, los capitales volarán y la calidad de vida disminuirá en todo el orbe. Si ésa es la racionalidad del sistema, Ƒpuede extrañar que no se acepte pasivamente aun si se carece de una alternativa acabada? ƑDe veras no hay alternativa?