jueves Ť 26 Ť julio Ť 2001
Sergio Zermeño
Historia oral de una dinastía
Hace una semana fueron presentados cinco testimonios de historia oral de lo que será un total de 17 protagonistas de la etapa constructiva de la Revolución Mexicana, tal como el historiador estadunidense James Wilkie y su esposa Eedna Monsón recogieran a mediados de los años sesenta. Los Wilkie eran unos jovencitos que iban y venían cargando las pesadas grabadoras de la época no sólo en México, sino en toda América Latina. Tuvieron una intuición maravillosa: se dieron cuenta, como nadie, que los grandes personajes de la primera revolución del siglo xx y del nuevo régimen estaban próximos a morir y que su testimonio, ahora con el reposo del tiempo, sería valiosísimo. Como no podía ser de otra manera fueron acusados de ser agentes de la CIA, pues circulaban en los mismos años en que era descubierto Camelot, proyecto estadunidense de espionaje e intervencionismo para el resto del continente.
Lo maravilloso de las historias orales de estos personajes es que nos muestran con nitidez que las trayectorias de vida de los hombres, y en particular de los hombres políticos, no son nítidas; siguen rutas que en la mayoría de los ejemplos los colocan a enorme distancia de lo que augurarían sus primeros pasos, aunque vemos también cómo esos actores se esfuerzan, y en pocas ocasiones lo logran, por dar coherencia a sus vidas.
Lo que terminarán siendo cuatro voluminosos tomos es difícil ilustrarlo en los cuatro párrafos de este artículo, pero para muestra algunas ironías.
Manuel Gómez Morín, fundador del PAN en 1939, estudió, entre otras, en escuelas protestantes de Chihuahua; como alumno de derecho apoyó entusiastamente el cambio que trajo la Constitución de 1917; trabajó en Hacienda y el Banco de México mientras la guerra cristera se agudizaba; fue acusado de izquierdista unos años antes de fundar el panismo, al tiempo que se desempeñaba como abogado de la embajada rusa; fue profesor de la Universidad Popular, director de la Facultad de Derecho y rector de la UNAM en 1933-34; en esta última posición debió enfrentar, al igual que lo harían más tarde otros rectores, la altísima responsabilidad de defender la institución: la universidad pública frente al Estado fuerte surgido de la Revolución (le recortaron tanto el presupuesto que nunca cobró su sueldo). šQué ironía!: hoy un miembro del PAN ocupa el lugar de tlatoani; frente a él, la universidad pública se defiende. Sea como sea, lo que sin duda le otorgó coherencia a la vida de Gómez Morín fue haber luchado siempre por mejorar aquello de lo que, en sus palabras, carecemos los mexicanos: espíritu de ciudadanía, cultura cívica.
Los Wilkie entrevistaron, entre esos 17 mexicanos, a: Cosío Villegas, Jesús Silva Herzog, Ramón Beteta, Salvador Abascal, Vicente Lombardo Toledano, Juan Andreu Almazán... hombres que por su poder político, o el de sus ideas, conformaron la elite surgida de la Revolución. Por ello mismo bautizaron todo su ejercicio académico como elitelore, el saber de la elite, en contraposición con el folclor, el saber del pueblo. A primera vista parece lo mismo, pero hay diferencias: quienes se dedican a la historia oral de personas del pueblo, como el sociólogo Pierre Bourdieu en su impresionante volumen La pobreza del mundo, o como Cristina Pacheco en sus excelentes programas televisivos sobre los mexicanos en desgracia, pueden publicar inmediatamente el resultado de sus entrevistas o de plano colocar directamente la cámara siguiendo la entrevista: es la situación de pobreza lo que hay que destacar y nadie se acuerda del nombre de las personas.
Cuando se hace historia oral con los miembros de la elite muchas cosas funcionan al revés, pues el nombre y la persona entrevistada son lo que más destaca. Eso quiere decir que la publicación de esos materiales tendrá que esperar hasta que el contexto político haya cambiado y, en la mayoría de las veces, hasta que la vida de esos personajes haya concluido.
Desde el ángulo de un investigador social o de un historiador esta espera implica un gran sacrificio: gran parte de los materiales grabados por los Wilkie estará siendo publicado 35 años después; por lo mismo, no encontraremos muchos materiales recopilados con la técnica oral del elitelore, al menos no entre los investigadores mexicanos, lo que nos hace agradecer a los Wilkie su generosidad y su locura de juventud, y a la UAM estar publicando su obra.