MIERCOLES Ť 25 Ť JULIO Ť 2001
Vilma Fuentes
Del miedo al asombro
En un documental, Gabriel García Márquez cuenta cómo transformó su concepción de la escritura La metamorfosis de Kafka: era posible escribir y hacer creer al lector en un hombre que se levanta convertido en un insecto. Cierto, afirma el escritor, ya había leído Las mil y una noches, pero en el universo kafkiano, en apariencia tan lejos de la realidad colombiana, García Márquez descubría cosas que le eran cercanas, situaciones vividas... La angustia (en este caso de Samsa) es la misma en todas partes.
La angustia ante las transformaciones, el miedo a lo desconocido son dos fenómenos que se extienden de una capital a otra y de una ciudad a otra, a lo ancho del planeta. La violencia real crece pero al mismo tiempo, frente a ella, el espanto, imaginario, aumenta aún más rápido, desmesurado, contagioso, dando realidad al miedo.
En Nueva York, en Tokio, en París, en la ciudad de México, en Nápoles, en Munich, en Londres o en Madrid, aumenta la inseguridad y, con ella, la angustia, esa forma del miedo que paraliza y encierra. Sin embargo, no hay una guerra mundial, al menos en apariencia. Pero la mundialización, metamorfosis planetaria, amedrenta a todos. Los mismos ocho jefes de Estado de los países más ricos y poderosos se reúnen en sitios más protegidos que no lo estaba Hitler en su búnker. A una distancia menos grande de lo que puede creerse, pero en un nivel diferente, el chofer de taxi tiene miedo del posible cliente y el cliente del taxista.
El caminante huye en vez de pasearse, cuando no desaparece de la calle para encerrarse en su casa protegida por rejas, cerraduras, candados y, a veces, un guardián que toma los aires de un carcelero.
Momento crucial cuando dos hombres se miran creyendo que el otro va a matarlo.
Miedo contagioso, verdadero virus, engendra la paranoia colectiva de la que hablaba Freud al analizar el nazismo: ese fenómeno de un pueblo entero que, al sentirse perseguido, se vuelve perseguidor y que tiene sus raíces en un miedo delirante. Acaso, peor consejero que el ocio es el temor.
Si los orígenes aparentes de este pánico son la inseguridad y la violencia (del robo, del asesinato), en el fondo de este sentimiento se esconde el estupor ante lo desconocido. ƑNo principia El proceso, de Kafka, con dos desconocidos que tocan a la puerta de un hombre para arrestarlo sin que él pueda saber la causa?
Tras los disfraces del miedo -que paraliza en un primer momento y engendra una mayor violencia en el siguiente, al atraer y dar realidad a aquello que tanto se teme- existe la posibilidad del asombro ante la aparición de lo otro. De lo diferente. Y, no obstante, ƑRimbaud, en un relámpago genial del pensamiento, no escribió: ''Je est un autre'' (Yo es un otro)?
Pero, al contrario del vanidoso hastío tan bien descrito por Agustín Lara como ''un pavorreal que se aburre de luz en la tarde'', el miedo y el estupor no son estériles. Así, a los versos de Stéphane Mallarmé:
''La chair es triste, hélas !et j'ai lu tous les livres.
Fuir, là-bas...''
(La carne es triste, šes así! y yo he leído todos los libros.
Huir, allá...) (Traducción del poeta Oscar González)
René Char, responde con un aforismo: ''Comment vivre sans inconnu devant soi?'' (ƑCómo vivir sin lo desconocido adelante de uno?)
Ante la inminencia de la aparición de lo otro, lo extraño, dos sentimientos muy distintos pueden nacer: el miedo y el asombro. El temor pertenece a ese registro psicológico que René Descartes estudió en El tratado de las pasiones. El asombro, en cambio, es del orden de la metafísica.
Así, cabría reflexionar, en estos momentos tan cruciales como epifánicos, en la diferencia que hay entre el miedo y el asombro ante lo desconocido. Porque no debe olvidarse que sólo el asombro exorciza el miedo y es el principio del pensamiento.
Cuánto asombro no expresan las palabras con que Parménides comienza su Poema, él mismo asombrado cuando reconoce:
''En efecto, hay ser''.
Asombro que inicia la aventura espiritual del hombre.