martes Ť 24 Ť julio Ť 2001
Luis Hernández Navarro
Memorándum: estación Génova
Las movilizaciones de Génova en contra del G-8 tuvieron un sello distintivo que las diferenciaron de otras jornadas de protesta.
La primera característica por la que la estación Génova se diferenció de las protestas realizadas en el marco del ciclo de Seattle fue la amplitud de la convergencia que logró articular. En el pasado se formaron amplias coaliciones de organizaciones usualmente enfrentadas entre sí, pero ninguna tuvo la amplitud y cohesión que alcanzó Genoa Social Forum (GSF). A pesar de los intentos gubernamentales por dividir a los participantes entre buenos y malos, violentos y pacíficos, sus integrantes mantuvieron la unidad en todo momento y compartieron líneas de acción como el de la desobediencia civil y el paso a la zona roja.
En el centro del discurso y la práctica de muchos manifestantes se colocó la idea fuerza de la desobediencia civil, como un tercer camino entre la violencia insurrecional y el parlamentarismo de viejo cuño. Se trata de una acción emparentada tanto con el movimiento por los derechos civiles de Martin Luther King como con la insumisión hacia el servicio militar. No es la primera vez que esto sucede, pero muy probablemente es la ocasión en la que este instrumento de lucha tuvo mayor capacidad de convocatoria. Cuando el ministro Escajola responsabilizó a los desobedientes de crear el clima político que desembocó en la violencia no hizo sino confesar su desconcierto e impotencia ante una propuesta que los desborda.
En Génova se construyó un puente entre viejos y nuevos movimientos sociales. Distintas generaciones de luchadores que no habían coincidido en la acción hasta ahora. Padres e hijos, en ocasiones divididos y hasta enfrentados en torno a la radicalidad de la lucha, la cultura y los valores, se encontraron en una plataforma de lucha común. En la construcción de estos vínculos intergeneracionales e intraorganizaciones tuvo participación destacada la clase obrera y una parte de sus organizaciones sindicales. Aunque las grandes centrales se abstuvieron de incorporarse a las protestas, importantes federaciones como la de metalúrgicos de la FIOM, organizaciones gremiales de base y trabajadores en lo individual desempeñaron un papel relevante en las jornadas de lucha. No sucedió lo mismo en Praga, Niza, Barcelona y Gotemburgo, donde la incorporación de grupos de obreros fue limitada, en relación con otras organizaciones sociales.
No fue el caso con las protestas en América, Oceanía y Asia. En Seattle y Washington las centrales de trabajadores jugaron un papel importante en las movilizaciones, pero manteniendo siempre una prudente distancia de jóvenes y ambientalistas. Allí, el movimiento sindical tiene una larga y sostenida tradición en la lucha para oponerse al GATT y a la Organización Mundial del Comercio (OMC), así como en contra del TLC entre México, Canadá y Estados Unidos, y objetando la inclusión de China en la OMC. Esa historia y esa actitud fueron determinantes en las movilizaciones de Seattle y, en menor medida, de Washington. Algo similar puede afirmarse del papel que desempeñó el movimiento laboral australiano en las protestas de Melbourne, o de la combatividad y vocación internacionalista desplegada por los sindicatos coreanos.
Las movilizaciones de Génova tuvieron un tono claramente propositivo. No fueron sólo parte de un ciclo de luchas en contra de la globalización, sino que insistieron en presentarse como un paso más en la construcción de un mundo distinto. Ante la libre circulación de capitales y transacciones financieras los manifestantes insistieron en la necesidad de globalizar la lucha por los derechos universales y el libre tránsito de los seres humanos. En ese sentido es muy importante la influencia que ha cobrado el Foro de Porto Alegre en Brasil en estas corrientes.
Desde el punto de vista numérico, Génova ha sido la protesta más importante del ciclo de Seattle: 300 mil personas en la marcha del 21 de julio. Ello, a pesar de la campaña de intimidación y miedo generada en la última semana para inhibir la participación popular.
Las protestas fueron acompañadas de un novedoso esfuerzo por analizar la lucha, caracterizar los enemigos a los que se enfrenta y conceptualizar el nuevo momento que atraviesa. Las reflexiones de Ignacio Ramonet, Samir Amin, Antonio Negri, James Petras, Giovanni Arrigui, Inmanuel Wallestein, Noam Chomsky, Naomi Klein, Jeremmy Rifkin y del subcomandante Marcos -por citar a algunos pensadores- sobre el neoliberalismo, el Imperio, la resistencia circulan con vitalidad inusitada entre activistas y cuadros medios del movimiento.
El diario Il Manifesto y el semanario Carta, la red de antiguas radios libres y los servicios informativos alternativos en Internet fueron, en mucho, el vehículo por el que circuló esta discusión. Desde hace al menos unos quince años que no se celebraba, desde la izquierda, un debate teórico de este alcance y profundidad.
En la Europa de Babel, convulsionada por la migración creciente de culturas diferentes a la judeocristiana -que en parte reditan el viejo conflicto entre Oriente y Occidente-, el éxodo de los habitantes de países de Europa oriental, el temor a perder la homogeneidad necesaria para conservar la democracia, y el crecimiento del racismo, Génova colocó en el centro del debate la cuestión de los migrantes.
Como ninguna otra estación de lucha, las movilizaciones frente a la globalización de julio se convirtieron en elemento clave en la medición de fuerzas contra el gobierno neoliberal de Silvio Berlusconi, en la primera gran pulsada entre la izquierda y la derecha después de las últimas elecciones. Un conflicto internacional adquirió una dimensión claramente nacional. La respuesta del gobierno italiano, empeñándose a fondo en contra de la oposición, muestra que está asustado.
Para quienes luchan por un mundo distinto, la estación Génova fue, realmente, una estación de esperanza.