martes Ť 24 Ť julio Ť 2001
Marco Rascón
La convicción y el miedo
El movimiento de las naciones se rige no sólo por las necesidades, sino por la convicción para llenarlas o el miedo a no tenerlas satisfechas. La diferencia es que la convicción moviliza en sentidos precisos mientras el miedo paraliza y crea grandes confusiones.
En estos últimos tiempos, México es gobernado por el miedo, que suplantó la escasez de convicciones, y que hoy es usado de manera perversa por los incapaces y los oligarcas, quienes acabaron con el oficio de la política para transmitir pánico con el objeto de frenar, desorganizar, reprimir y fatalizar a la sociedad mexicana y llevarla a aceptar la aberración nacional que estamos viviendo en todos los niveles.
Esto de ninguna manera significa que todo pasado fue mejor. Para avanzar México tenía que sacudirse al PRI con su cultura para ganar la edad adulta; sin embargo, el cambio auténtico exigía recoger los momentos políticos de las grandes convicciones como fueron las aspiraciones de 1968, las movilizaciones obreras y populares contra las políticas de austeridad impuestas por los organismos financieros internacionales y las de 1988, cuando se desencadenó la lucha por la democracia electoral.
Esos tiempos no estuvieron exentos de violencia y represión; no obstante, la convicción vencía el miedo.
Hoy las oligarquías han generalizado el miedo, a través de los medios de comunicación, y se han arrogado la credibilidad como patrimonio del mundo de las empresas; la política y el pensamiento han sido desprestigiados y convertidos en práctica marginal, pues la administración de empresas ha sustituido a la política gracias a que ya no existen convicciones y los partidos políticos se han convertido en fantasmas harapientos del viejo régimen que lucha por que regresen las viejas reglas y los privilegios a la clase política.
El PRD y el PRI viven en crisis por la derrota que sufrieron, pero el PAN también atraviesa por momentos críticos, ya que ha sido incapaz de llenar los vacíos que ha creado un gobierno nacido del miedo social y no de la convicción de cambio democrático. Fue el miedo el causante de que la "transición" nacida el 2 de julio de 2000 se convirtiera en un reparto de las cargas para que de manera precisa y sospechosa el PRI quedara como fuerza vigilante en el Congreso, el PAN en la Presidencia, sin la convicción de que es su gobierno, y el PRD en el Distrito Federal en una regencia que depende más de un pequeño sector oligárquico que del partido del sol azteca y que une las políticas de Fox y López Obrador, al margen de la memoria política que recogía el partido que luchó por el gobierno local e impulsó los movimientos democratizadores y sociales más importantes en la ciudad.
La política del miedo es la que hace regresar a todas las formas del clientelismo en busca de apoyo personal. El miedo ha sustituido las decisiones programáticas y ha empujado a los gobernantes a abusar de la declaración torpe, contradictoria, cotidiana, que no contribuye en nada que no sea la confusión. El miedo ha hecho de los gabinetes cortes sumisas y silenciosas, y los partidos, temerosos de que sus prerrogativas se vean reducidas, son incapaces de reclamar cordura y convicción, que tampoco tienen para ellos mismos.
El miedo lleva a todos a acusarse de todo y por todo; ganan siempre los que tienen más poder circunstancialmente, porque cuentan con más medios a su servicio, no los de la razón ni la verdad, sino del poder para seguir fabricando más miedo. Gracias a éste hoy no existe solidaridad ni individual ni de grupo, sino la sospecha latente de que todos son corruptos; el miedo ha llevado a los gobernantes a defender la discrecionalidad y a decidir a quién aplastan o a quién perdonan. El miedo los lleva a señalarse entre ellos mismos, porque éste se alimenta del escándalo y por eso México se llenó de nota roja y futbol.
Para sustituir las convicciones, el tiempo de transmisión televisiva se llena con miedo y futbol: un campeonato al mes ante la crisis, porque las telenovelas ya fueron rebasadas. La atención está puesta entre la pérdida y los triunfos pírricos en el deporte que llenan la vida nacional mientras se cocinan en la trastienda las grandes decisiones oligárquicas sin estorbos ni obstáculos de resistencia social, gracias a que la política y las masas se encuentran sumidas en el miedo y el entusiasmo ficticio de las copas futboleras.
Un crimen bien difundido, spots sobre las nuevas policías, parecidas a las de las películas que dominan ideológicamente, contribuyen a reafirmar que la alimentación del miedo individual y colectivo es casi un deber ciudadano.
Gracias al miedo Hitler tomó el poder total en Alemania, Mussolini en Italia, Franco en España y Pinochet en Chile, pero el miedo sólo sirvió para generar más miedo y llevar a grandes sufrimientos. No obstante, cuando el cerco del terror se cierra y asfixia todo, por sobrevivencia, nacen de nuevo las convicciones y la razón para romper y reconstruir de nuevo la libertad y el sentido común de las naciones.