LUNES Ť 23 Ť JULIO Ť 2001

Ť Hermann Bellinghausen

La decisión de Benigno Cuenca

Los maíces tiernos en las milpas incendiaban de verde llanuras y laderas. Con sus cachetes brillosos las hojas agregaban una sana luz al portento cotidiano. Bien cuidadas acostumbra tener sus milpas Benigno Cuenca, limpias de rastrojo. Entre los pinares y platanares, los sembradíos escalaban a cuadros la terraza que cuelga de los cerros, los surcos librados al aguante de aguaceros, cuervos y roedores; a los primeros los mantiene a raya la alfarería agrícola de Benigno; cuervos y roedores son asunto de los perros.

Se acuclillaba, acomodando las guías de calabaza en los bordes de la parcela. Grandes y rojas estaban dándose las calabazas. Sintió en el pelo, las orejas, la cara, un despertar del viento. Giró la cabeza buscando. qué hay. La humedad arrebataba de las brumas, como hoja cayendo del aguacate, como zopilote en un remolino, un arco iris ancho y corto. El haz de colores flotaba a mitad del aire.

Benigno Cuenca ha visto tanto arco iris en su maicera vida que apenas los registra, pero este la llamó la atención, por pedaceado. Pronto se fijó mejor y descubrió que era una ventana abierta en la mitad de arriba del cielo.

El burro pastaba en un campito de matas. Benigno se cuidó de no olvidar arrancarle un puñado de ramitas a la guía para su señora, que las prepara en caldo, bien sabrosas, y las encargó por la mañana cuando salían de faena Benigno y su aguantador y bien considerado burro. Puso las hojas de calabaza a un lado y pensó cómo asomarse a la ventana, pero no le hallaba. Dice la canción que para tales menesteres se necesita una escalera grande y otra chiquita.

Escaleras no tenía, pero sí aquellito que se usa en los fandangos para moverse rápido. Uso de escalón al burro, que apenas se percató, para cogerse del pescante del primer gavilán traído en las curvas del nuevo viento. Casi luego luego alcanzó el pretil, y el gavilán se paró a esperar lo que hiciera Benigno.

Apoyados que tuvo los codos, Benigno Cuenca asomó cuanto pudo. Su cabeza primero, y luego manos y hombros, atravesaron una como coretinilla y sintió que una bruma le acariciaba las pestañas. ƑCon que el arco iris es una delgada bruma fría?

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-ƑCómo estuvo eso de que se le apareció una ventana, compadre?

-Así como digo. Ventana, como de casa grande. ƑSe acuerda la hacienda? Pero cuando metí una rodilla, listo para brincarme, me entró en el ojo un brillo. Compadre Abundio, Ƒqué cree que era? Una montaña de elote tierno, así, tupida mazorca que nomás le cabía a una troje del alto del cielo. Hágase cuenta que puro diente de oro.

-La gente no va a creerle, Benigno, cómo cree. Una montaña de maíz atrás del cielo...

-No voy a decirle a la gente. Abundio, no hay pa' qué. Pero sí tuve una preocupación, sabe, allí asomado a la chulada de loma: ƑQuién va a comerse todo el elote tan tierno? No se fuera a desperdiciar.

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Maravillado de los caminos dorados y esas lomas de elote y más elote, aguantó el impulso de pegar el brinco. Los arco iris duran poco, sabía. Le entró un pendiente: quedar del otro lado, todo ese elote para él solito y el peligro de quedar sin ventana para regresar.

Dando gracias al gavilán de ojo colorado por esperar, se le agarró del pescante para bajar al lomo del burro, que seguía donde lo dejó. Alzando del suelo la hoja para el caldo, sacaba cuentas de las semanas que le faltan a la cosecha, si la lluvia no ahoga las parcelas.

De qué sirven montañas de elote y oro sin un compartir. No es la idea de paraíso que tiene, si acaso alguna. Benigno prefirió llevar las guías a su señora, echar café con su compadre Abundio y bañarse en la poza del paraje trasero antes que llueva, porque la vida es pobre pero buena. Los arco iris son gotitas de agua que lo que no rinden para ir y venir. Pensando. Sin gente no hay paraíso.