lunes Ť 23 Ť julio Ť 2001
Elba Esther Gordillo
Lecciones argentinas
Muchas lecciones debemos extraer de la difícil situación por la que atraviesa Argentina, si queremos experimentar en cabeza ajena.
La primera, reconocer que por más esfuerzos que los países periféricos realizamos, siguiendo las directrices de los organismos financieros internacionales, lo más que hemos logrado ha sido demorar las crisis, no erradicarlas. Argentina fue un ejemplo en la aplicación del recetario que iniciaba por la venta de las empresas del Estado con el argumento de que había que achicar el aparato público para estimular el mercado y evitar distorsiones, llegando incluso al extremo de fijar la paridad del austral con el dólar, el cual determinaba la emisión de moneda.
Estas medidas, si bien permitieron que la inflación que caracterizó durante décadas a ese país fuera en los años noventa de las más bajas de mundo, implicaron enormes costos sociales, a pesar de lo cual no se alcanzó el cambio estructural ambicionado.
Con una economía estabilizada en lo macro, las elecciones de 1999 estimularon una competencia que se apoyó en la generación de amplias expectativas sociales con las cuales Fernando de la Rúa ganó la presidencia con muy amplio margen e índices de popularidad significativos. Su oferta central fue que había que dar a la economía un "rostro humano" que convirtiera el éxito macro en beneficios para cada mesa, para cada argentino. La popularidad fue desbordante y la política, antes en el centro de la vida pública, se empezó a desdeñar, a pesar de que los desencuentros con importantes factores de poder representados en el Congreso recomendaban lo contrario. Ni siquiera buscó consolidar la alianza con su propio partido y su líder Raúl Alfonsín, perdiendo más tarde el apoyo del poderoso Frepaso, factor clave para llevarlo al poder.
La segunda lección es que el desempeño político no se sustituye con la popularidad, por más real y sentida que ésta sea.
El primero de los siete programas de estabilización que desde su inicio impulsó De la Rúa, generó duras críticas de diversos sectores de la sociedad, principalmente del sindicalismo, las cuales fueron descalificadas con el argumento de que había grupos que no querían entender que todo había cambiado y que el nuevo gobierno no necesitaba de la estructura corporativa para gobernar. La huelga que el pasado jueves paralizó Argentina, y el momento tan delicado en que se presenta, expresan que "innecesarias" organizaciones no lo son tanto cuando se trata de construir consensos y hacer frente a los graves problemas de la nación.
La desesperada estrategia de reducir el déficit fiscal a 0 en el segundo semestre del año, que logró la solidaridad de todos los gobernadores de oposición y el acuerdo de los grandes consorcios económicos de adelantar impuestos por mil millones de dólares, que impidieron una nueva caída de la bolsa y una corrida de capitales, enseña varias cosas.
Por un lado, que la estabilización de la economía no es sinónimo de equilibrio de las finanzas públicas, ya que si bien el mercado estimula el desempeño económico, no tiene ningún efecto en la distribución del ingreso, el cual sigue estando a cargo del Estado; habla también de la necesidad de entender que la política fiscal no es beneficiaria de nadie en particular y lo puede ser de todos, si es adecuadamente construida y consensada; y finalmente, que es mejor ponerse de acuerdo antes de las crisis, para evitarlas, que a causa de ellas.
Ya en la crisis, la estrategia de 0 déficit vuelve a apelar al mecanismo de golpear el ingreso de los trabajadores y de los pensionados como eje de la estabilización, con lo cual el círculo perverso se cierra al trasladarla, esa sí, a cada mesa y a cada argentino. La crisis argentina aporta lecciones que deben motivarnos a actuar, ahora que aún estamos a tiempo.