lunes Ť 23 Ť julio Ť 2001
Marcos Roitman Rosenmann
A la extinción por la vía del consumo alimentario
La sexta extinción es un tema atractivo. La idea de un meteorito cayendo cuasi regularmente es fantástica. No lo son tanto sus efectos. Sin embargo, la especie humana no deberá esperar 65 millones años para ver cómo se repite este proceso. Estoy seguro que antes de ello terminará extinguiéndose por la vía del consumo alimentario.
Desde hace algún tiempo como seres consumidores estamos sometidos a un conjunto de experimentos cuyos resultados de largo plazo se verán dentro de pocos años. En principio ya podemos adelantar algunos de alcance medio producidos por el uso de pesticidas y fungicidas empleados durante los años sesenta del siglo xx en las plantaciones hortícolas y en las diferentes explotaciones agrícolas para combatir las plagas. Se aplicaron en todo tipo de producción y de plantaciones, desde cereales, leguminosas y tubérculos hasta árboles frutales.
Igualmente hoy sufrimos un proceso indiscriminado de utilización de piensos y de alimentos compuestos con harinas de origen animal para ganado de consumo humano; el resultado lo estamos viviendo con el fenómeno de las vacas locas. Igualmente la manipulación genética y otras maravillas de la tecnología se aplican en la alteración de la cadena de la evolución sin restricción ni consideraciones éticas. Pero sin ir más lejos, cualquier tipo de producto industrial, elaborado o semielaborado contiene conservantes, colorantes, edulcorantes y sales de origen químico, cuyo objetivo es mantener el producto un mayor tiempo en los escaparates de los supermercados.
Toda esta ingestión de productos antinaturales tiene sus repercusiones en el cuerpo humano y en su capacidad para hacer frente a las alteraciones que produce en el organismo su consumo. En otras palabras: la especie humana está mutando por la vía del consumo. Los niños y jóvenes son la población de riesgo mayor. Comen de todo, lo cual está bien, pero comen mal. Ello traerá necesariamente consecuencias directas sobre su organismo. Sin embargo, no se trata de alarmarse, sino de llamar la atención a lo irresponsable que resulta un orden social fundamentado en una economía de mercado en la que no hay restricciones, ni siquiera consideraciones previas, para determinar qué y cómo se consume. Los ordenamientos sanitarios y las medidas precautorias se confeccionan y se toman a posteriori, una vez producido el mal. Como de costumbre no hacemos caso al sentido común, esa capacidad de juicio para juzgar lo evidente. Pero veamos por qué hablar de ello como un problema relacionado con la extensión de la especie.
Una de las mutaciones más interesantes y preocupantes es la cantidad de espermatozoides que contiene el semen de los machos; cada día menos y con tendencia a seguir dicho declive. El resultado es la escasa capacidad de procrear en los machos. Eso sí, en los machos del Primer Mundo y parte del segundo, el Tercer Mundo tiene problemas de hambre y su población se muere por desnutrición y otras enfermedades sociopolíticas, no por problemas de espermatozoides. Al menos por ahora.
El uso de los pesticidas y fungicidas ha traído como consecuencia directa la disminución de la capacidad de procrear y con ello las opciones de ser una especie reproductora cuya evolución se mantenga por la vía natural. Es cierto que la inseminación artificial y los bancos de esperma pueden solucionar el dilema a corto y medio plazos. Lo interesante es que la reproducción se tenga que hacer in vitro o al menos garantizarla artificialmente. Habrá que darle un empujón a la naturaleza para que siga funcionando. Mucho se habla del macho ibérico, pero la realidad demuestra su cada vez mayor grado de impotencia.
Igualmente, el uso de conservantes, colorantes y resto de productos artificiales usados en la cadena alimentaria, todos ellos producidos químicamente, afectan el funcionamiento de órganos vitales del cuerpo humano con el resultado de muerte o de enfermedades crónicas en las que se pierde por completo la calidad de vida. Sin embargo, el mercado y los mercaderes siguen insistiendo en los beneficios que conlleva potenciar el consumo sin restricciones. Así, se deriva y pone el acento en una supuesta capacidad de elección racional de los consumidores a la hora de decidir qué, cómo y para qué compran y consumen. Esta última capacidad aducida es completamente falsa. La irresponsabilidad del consumidor se demuestra en las baratas, rebajas y saldos. Su afán desmesurado de placer y deseo de compra es claro y por ello se apela a lo imposible. Se exige a quienes van a morir consumiendo alimentos alterados que tengan la capacidad para determinar alimentariamente de qué se prefiere morir: del conservante H-78 o del colorante B-56.
Lo curioso de este fenómeno de extinción por la vía del consumo es que se ataca a la persona y no la lógica del mercado. El ejemplo del tabaco y el alcohol es claro. Todos los enfermos aducen que no se les informó de los daños que producía fumar o beber en exceso. Pero tampoco nos informan de los daños que significa ingerir alimentos adulterados, tratados químicamente. ƑPor qué, entonces, cebarse con las empresas del tabaco, cuando las empresas productoras de leche, cereales y demás productos alimentarios no son demandadas por las personas afectadas directamente por su consumo? ƑQué aducirán para cobrar indemnizaciones? šSe ocultaron los efectos nocivos del tomate ketchup! šNo se nos informó de los peligros del cáncer derivados de consumir patatas fritas marca x! En fin, resulta una caricatura.
Estoy seguro que el problema no es demandar a las compañías y pedir dinero para consumir más. El problema es ético y no se resuelve en los tribunales; se resuelve políticamente. De lo contrario, la sexta extinción sólo afectará a la especie humana. La economía de mercado no sólo es nefasta por sus argumentos económicos, lo es por su irresponsabilidad ética y política con la especie humana. La responsabilidad de denunciarlo es un deber democrático.