DOMINGO Ť 22 Ť JULIO Ť 2001
Ť Carlos Bonfil
Amnesia
Tormenta en un cráneo. Leonard Shelby, vendedor de seguros en la ciudad de Los Angeles, se ha vuelto perseguidor del asesino y violador de su esposa. Lo tiene vagamente identificado: se llama John G., como miles de norteamericanos, y su nombre y crimen los lleva tatuados en el pecho, como tantas otras pistas de investigación que no debe olvidar. Leonard padece una extraña disfunción neurológica, la incapacidad de crear recuerdos nuevos. Sus impresiones duran muy poco, y apenas formadas se desvanecen, como la imagen en polaroid al inicio de la cinta. El explica: "Sé quién soy, conozco todo sobre mí, pero no puedo, desde la muerte de mi esposa, crear nuevos recuerdos. Todo se esfuma. Si seguimos hablando mucho tiempo, olvidaré cómo empezó nuestra charla". Toda la historia de Amnesia (Memento), del realizador británico de treinta años Christopher Nolan, está narrada desde el punto de vista de Leonard, por lo que a nadie deberá sorprender que parezca disparatada y confusa: su tema es justamente el naufragio mental del protagonista y su intento por capturar la clave de lo sucedido, partiendo desde el punto culminante hasta llegar a un posible punto inicial.
Amnesia es una película perturbadora, original, todo un surtidero de enigmas, que coloca al espectador frente a un dilema ineludible: mostrar mayor lucidez y poder de retención que el protagonista, o compartir plenamente con él la sensación de no recordar en qué momento la historia ofreció su última revelación o algún giro sorpresivo. Un descuido momentáneo y una o dos pistas se pierden para siempre. El director maneja con maestría esta interacción con los espectadores. Cada personaje es un misterio de solución azarosa. Natalie (Carrie Ann Moss) tiene momentos formidables, como aquél en que propina una avalancha de insultos y crueldades a Leonard, recordándole que en pocos momentos nada recordará de todo lo dicho. Un extraño policía (Joe Pantoliano) desea ayudar a Leonard a comprender todo, y para ello le confunde todavía más las pistas. Al vengador amnésico, tan lejos siempre de su cometido, tan cerca a todo instante de su auto aniquilación, lo interpreta el australiano Guy Pearce --hermético policía con gafas en Los Angeles al desnudo (L.A. Confidential), loca desmecatada en Priscilla, reina del desierto--, un actor realmente notable.
Aunque la cinta de Nolan, basada en un relato de su hermano Jonathan, se ajusta en lo esencial a las convenciones de un thriller, muy pronto marca sus distancias con fórmulas genéricas como las de El vengador anónimo (Death wish, Winner, 1974), donde un hombre (Charles Bronson) se erigía en moralista "vigilante" justiciero en Nueva York después del asesinato de su esposa. Amnesia tiene mayor parentesco con la malicia y ambigüedades del neothriller de John Dahl o de Bryan Singer (Sospechosos comunes), y con el análisis finisecular de las paranoias urbanas. Júzguese el tema de su primera cinta (Following, de 1998), donde un hombre solitario decide distraerse, aniquilar el hastío y procurarse emociones nuevas, siguiendo al azar a desconocidos. Nolan se perfila como un cineasta obsesivo: después de Amnesia, su siguiente proyecto se titula Insomnio.
En El hombre tatuado, de Jack Smight (1968), a partir de un relato de Ray Bradbury, el cuerpo de Rod Steiger era un oráculo infalible, señalaba lo que estaba a punto de suceder; las inscripciones tatuadas de Leonard Shelby remiten, en cambio, a un pasado perfectamente inverificable para el protagonista; un tiempo ajeno, en suma, real para todos los demás, ficticio para él, desmemoriado insomne, convertido súbitamente en un paria absoluto. El relato se vuelve así laberíntico, zigzagueante, y cada acción clave se repite sólo para dar lugar a un nuevo salto temporal, hacia atrás, hacia el origen de un acto que apenas acabado de aprehender se nos escapa. Es entonces cuando aparecen con mayor claridad las constantes de la cinta: búsqueda de la identidad, cada personaje parece algo diferente de lo que en realidad es, con lo que el espectador tiene frente así nuevos desafíos para entender cómo se relacionan unos y otros. Natalie ha vivido una experiencia similar a la de Leonard. Falta saber cuál, entender por qué, y valorar las consecuencias de lo que hemos descubierto. Otro tanto sucede con la verdadera identidad del policía Teddy. Los sentimientos de lealtad (siempre engañosa), de odio (siempre arbitrario), de desconfianza (siempre justificada), son nuevos enigmas, ambigüedades extremas, en el relato. Lo único claro y permanente es la postura ética de Leonard, intransigente siempre en su anhelo de vengar a su esposa -pueda o no recordar después el acto de justicia. Una realización estupenda.